Mi papá no quería que trabajara en el Metro, y menos de conductora

Al cumplirse 50 años de que comenzó a operar ese sistema de transporte, una de las primeras mujeres que manejó los trenes recuerda que la capacitación le costó sudor y lágrimas, pero siente orgullo pues se convirtió en modelo a seguir

Nadia fue conductora del Metro por cinco años.
Ciudad de México /

Este miércoles cumple 50 años el Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, empezó a operar el 4 de septiembre de 1969. Tiempo después, en 1982, surgió la primera generación de conductoras de trenes, quienes se abrieron paso en un entorno laboral algo hostil mientras su presencia, ya en ese ámbito, era percibida con recelo.

​Era un grupo mixto, de ocho hombres y 13 mujeres, pero solo 11 de éstas terminaron el curso; entre ellas, Nadia Tapia Ortiz, quien tenía 20 y que fue operadora de 1982 a 1987; después ocupó diversos puestos, hasta llegar al de directora del Centro de Desarrollo Infantil, un servicio exclusivo para hijos de empleadas de ese transporte.

Una de las participantes de aquel curso tuvo que retroceder, pues el esposo no le permitió continuar. “Ella era en un mar de lágrimas”,  recuerda Tapia Ortiz, quien revela que la capacitación les costó “sangre, sudor y lágrimas, pensando que en algún momento nos íbamos a desanimar”.

Lo cierto es que lograron salvar una carrera de resistencia, por decirlo de algún modo, ya que los instructores eran demasiado estrictos, dice Tapia Ortiz, quien ingresó al Metro en 1981, primero como taquillera, después de terminar la preparatoria, y fue un año más tarde cuando participó en el curso para operadoras.  

—Eso nomás es para hombres —le dijeron.


—Pues aquí no explica que mujeres no —respondió Tapia mientras mostraba la convocatoria.

Y así fue.   

No había nada que impidiera que fuéramos conductoras”, rememora orgullosa Nadia, segunda de nueve hermanos, licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM, diplomada en Derecho laboral en el ITAM, entre otros estudios, y con licenciatura en Educación preescolar por la Universidad Pedagógica Nacional.

De su generación es la única que aún continúa en el Metro, donde ya cumplió 38 años. “El trabajo es mi vida”, responde cuando se le pregunta cuál es su pasatiempo favorito.  

—¿Y otro pasatiempo?

—Tengo una hija y nos encanta el cine y el teatro.

—¿Qué películas les gustan?

—De todas. Yo tuve una materia con Miguel Barbachano Ponce y le aprendí que cuando uno va a al cine es para evadirse totalmente; pero sobre todo me gustan las películas viejitas, de las de muchos oscares, como Mi bella dama, Lo que el viento se llevó.

—¿Y actrices?

—Todas de esa época. Ahora me gusta mucho como actúa Julia Roberts, fabulosa; Angelina Jolie.

—¿Y actores?

—Muchos también de la época; actual, podría ser Brad Pitt, además de guapísimo. 

—¿Libros?

—Estoy volviendo a leer, después de mucho tiempo, uno que se llama Oralidad y escritura: tecnología de la palabra. Es hermoso. Habla de tantas lenguas, miles, y que solo unas cuantas se escriben. La mayoría nada más se habla. Un porcentaje muy pequeño, 70, son las que se pueden escribir.

—¿Comida favorita?

—Parece una broma, pero el platillo que más me gusta y el único que realmente me queda muy bien son las enchiladas verdes.  

—¿Qué hace cuando descansa?

—Ver películas en casa, ir al cine.

—¿Practica algún deporte?

—La caminata, muy esporádicamente, y natación. El trabajo ha sido absorbente: de nueve de la mañana a siete de la noche, de lunes a viernes. Es un trabajo de los 365 días del año.  

—Es usted una mujer de vanguardia.

—Claro, y fui modelo a seguir para muchas mujeres. Hace como 10 o 15 años estaba escuchando una conferencia, que dio un alto mando de la policía, mujer, y cuando inició su plática habló de que su inspiración habían sido las primeras mujeres conductoras.

—¿Y usted qué sintió?

—Muy padre, y yo veía a todos y pensaba: ¿Y por qué ella sí se da cuenta y los demás no, a ver?

—Pero se le hizo justicia.

—Me hizo corroborar algo que ya sabía: que todas las mujeres tenemos las mismas posibilidades; pero también debemos trabajar igual para lograrlo.   

—Y se empoderó.  

—No sé si sea la palabra correcta; me di cuenta de que hombres y mujeres podemos lograr lo que queramos, nada más que sí tenemos que esforzarnos.

—¿Debe ser una cuota de género?

—No, en lo absoluto.

—¿El esfuerzo debe ser parejo, sin discriminación?

—Sí, claro, ni de una parte ni de otra.

—Usted rompió con moldes.

—Sí, por supuesto; además, fíjese: Mi papá no quería que trabajara en el Metro, pero cuando se dio cuenta que de conductora, menos. Yo estaba en un turno que salía a las 12 de la noche y él me cerraba la puerta. Mi mamá me esperaba para abrirme. Él decía que mi mamá iba a tener la culpa si algo malo me pasaba.

—¿Era machista o protector?

—Machista.

  • Humberto Ríos Navarrete

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