Este año se conmemoran 200 años de vida independiente tras la violenta revolución iniciada en el pueblo de Dolores que rompió con el orden español. Sin embargo, es necesario considerar que aquella lucha poco habría importado a los ojos de testigos que, años después, contemplaron la entrada del ejército de Estados Unidos a la Ciudad de México. Carlos María de Bustamante, político e historiador contemporáneo, escribió el 15 de septiembre de 1847 en su diario: “Hoy, hace 37 años que en la noche de aquel día se dio la alegre voz de independencia en Dolores. Hoy se da un grito herido en toda la República”. El triunfo de 1821 quedó cegado por la invasión del vecino del norte.
Por ello, no se debe dejar de lado los diversos acontecimientos que formaron parte del difícil —y en muchas ocasiones trágico— devenir de nuestro país, entre los que lamentablemente se encuentra la guerra.
Hace unos días se conmemoró el 174 aniversario de la batalla de La Angostura, la cual ha sido calificada como uno de los enfrentamientos más significativos en la historia del país. Además, fue la única batalla de la guerra de 1846 a 1848 donde el Ejército mexicano tomó la ofensiva.
El 22 y 23 de febrero de 1847, alrededor de 15 mil mexicanos se enfrentaron a cinco mil estadunidenses a las afueras de Saltillo, Coahuila, en el espacio que hoy ocupa la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, con un resultado incierto que provocó que ambos contendientes alegaran la victoria. A 174 años de distancia, merece la pena una revisión para que propios y extraños tengamos un panorama más claro de lo acaecido en aquel sitio que, al día de hoy, permanece desconocido para muchos.
Una guerra entre naciones civilizadas
Tras la anexión de Texas a Estados Unidos, en julio de 1845, las tensiones diplomáticas entre México y el gobierno de la Unión Americana crecieron hasta militarizar las márgenes del Río Bravo, en Matamoros, con el Ejército del Norte al mando del general Mariano Arista y el Army of Observation , dirigido por el general Zachary Taylor. El conflicto estalló con las batallas del 8 y 9 de mayo de 1846 en Palo Alto y Resaca de Guerrero, con un resultado desfavorable para los mexicanos, mismo que se repitió meses después cuando el ejército invasor tomó Monterrey entre el 19 y 21 de septiembre.
A pesar de las victorias, el avance no fue el esperado por el gobierno estadunidense encabezado por el presidente James K. Polk. Desde mayo, el ejército de Taylor apenas había penetrado por México y su gobierno no estaba dispuesto a negociar. En consecuencia, se acordó un plan de invasión por Veracruz: para conformarlo, se removieron nueve mil efectivos del mando de Taylor, lo que redujo notablemente su contingente. Así, el general estadunidense avanzó hasta Saltillo para establecer un punto fuerte en el norte mexicano y en febrero de 1847 reunió alrededor de cinco mil efectivos, la mayoría de ellos, voluntarios.
Se prepara el avance
El entonces afamado general Antonio López Santa Anna regresó en agosto de 1846 de La Habana tras un golpe militar contra el entonces presidente Mariano Paredes y Arrillaga. Una vez en San Luis Potosí, se puso a la cabeza del Ejército del Norte, el cual había librado los enfrentamientos desde Palo Alto, y lo denominó con el patriótico nombre de Ejército Libertador.
Mientras esperaba, se enteró de la situación del Ejército de Taylor y de la próxima invasión a Veracruz, cuando una patrulla le hizo entrega de las instrucciones que habían robado a un mensajero estadunidense. De esta forma, Santa Anna y sus generales decidieron tomar la iniciativa y enviaron a la caballería del general José Vicente Miñón para interceptar al enemigo en el camino a Saltillo.
Para enero de 1847, Miñón interceptó a varias unidades enemigas en La Encarnación, Coahuila, y capturó a varios prisioneros. En respuesta, Taylor ordenó concentrar su línea Parras-Saltillo-Monterrey-Victoria en la segunda población, y así enfrentar el avance mexicano.
El Ejército Libertador salió de San Luis Potosí el 28 de enero de 1847 organizado en tres divisiones: la de vanguardia dirigida por el general Francisco Pacheco; la del centro a cargo del general Manuel María Lombardini, y la de reserva, al mando del general José María Ortega; los tres, militares afines a Santa Anna. A su vez, cada división se organizó en brigadas integradas por contingentes del norte y centro de México, y a quienes los acompañaron mujeres y niños como solía ser habitual en aquellos ejércitos.
El camino a través del desierto en pleno invierno fue atroz para las tropas. Tras una marcha de tres semanas llegaron a La Encarnación el 19 de febrero. De los 20 mil efectivos concentrados en San Luis, alrededor de 14 mil alcanzaron el punto —aproximadamente diez mil infantes y cuatro mil caballos— debido a que el resto quedó de guarnición en San Luis y Matehuala, y a los cientos de desertores. Además, la caballería de Miñón se sumó a la marcha.
En La Encarnación, Santa Anna y sus generales se enteraron que Taylor se hallaba en Agua Nueva, tras el paso entre montañas del Carnero, por lo que se dio una última ración de carne, totopo, piloncillo y agua, a las tropas antes de marchar 14 leguas el 21 de enero. Esa noche, las fuerzas del campamento encendieron las palmeras de los alrededores para sofocar el frío invernal, a contraórdenes del general en jefe.
Por su parte, el ejército de Taylor se concentró en Saltillo, conformado por los primero y segundo regimientos de infantería de Illinois; el segundo regimiento de infantería de Kentucky; tres brigadas de Indiana; fusileros de Mississippi; los regimientos de caballería de Arkansas y Kentucky; dos cuerpos de dragones; el cuerpo de Texas Rangers y cuatro baterías de artillería ligera. En total, cerca de 4 mil 800 efectivos desplegados en Agua Nueva que, al enterarse del avance mexicano, se replegaron el 21 de febrero a un paso conocido como La Angostura.
Este sitio se caracteriza por tener una serie de lomas y barrancas de las estribaciones de la Sierra Madre que se estrecha en el camino de San Luis Potosí a Saltillo. En el extremo derecho del camino, de sur a norte, se extiende una meseta que inicia en una pequeña altura, además de correr en paralelo una serie de barrancos que encaminan a la antigua hacienda de Buenavista. Éste sería el terreno elegido por los yanquis para defenderse.
Jornada 1: 22 de febrero de 1847
El primer día del combate, Santa Anna y sus generales creyeron posible forzar la posición enemiga en Agua Nueva, pero se sorprendieron cuando no encontraron a los yanquis y, en su lugar, los rezagados voluntarios de Arkansas y Kentucky, apostados días atrás en la zona, se replegaban a toda prisa hacia Saltillo. Santa Anna ordenó a las unidades ligeras del general Pedro Ampudia —militar de origen cubano que protagonizó la defensa de Monterrey— y al cuerpo de Húsares perseguir y darles alcance tan sólo para observar que el resto de las fuerzas de Taylor se hallaban desplegadas en La Angostura. Fue entonces cuando Santa Anna vio una altura que no fue ocupada en su extremo derecho y desde donde su artillería podría dar cobertura al avance de las tropas.
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A las 15:00 horas, una vez que las brigadas se agruparon en el campo de batalla, Santa Anna ordenó a los batallones ligeros atacar, donde participaron Leonardo Márquez y Luis G. Osollo, dos militares que ganarían fama entre los conservadores años después. Cuando Taylor vio el movimiento, ordenó a los regimientos de Indiana y Arkansas hacer lo mismo, rompiendo un fuego en el escabroso terreno que se extendió hasta las 19:00 horas. Los mexicanos quedaron dueños del terreno.
Jornada 2: 23 de febrero de 1847
Al amanecer del 23 de febrero de 1847, los yanquis vieron con asombro una celebración religiosa en medio del campo mexicano y, una vez que los capellanes bendijeron las armas nacionales, las cortinas de incienso se disiparon por la pólvora y tolvanera del Ejército mexicano. Santa Anna y sus generales reconocieron que la meseta que se extendía por su derecha sería la única vía de alcanzar la retaguardia enemiga y tener alguna ventaja frente al abrupto terreno de barrancos que se abría en su frente.
A las 08:00 horas se organizó una columna conformada por fuerzas de Tampico, Puebla y México, para marchar sobre el camino de San Luis-Saltillo, defendido por una batería de artillería ligera que indudablemente iba a frenar el avance. Su intención fue mera distracción para el ataque principal al otro lado del campo de batalla.
Al mismo tiempo, los batallones ligeros mexicanos bajaron de la altura ganada el día anterior y dispersaron a los regimientos de caballería de Arkansas y Kentucky, que se hallaban frente a ellos con apoyo de los regimientos de infantería bajo órdenes del general Lombardini, mientras la división del general Pacheco atacó frontalmente. Dos baterías de artillería de 12 y 8 libras en el centro y derecha de la posición cubrieron en avance mexicano; entre ellos, participaron los irlandeses del batallón de San Patricio.
La lucha fue violenta: entre las detonaciones de la fusilería y la artillería, las tropas del primero, tercero, décimo y décimo primero de línea y activos de Querétaro, Aguascalientes, Lagos y Guadalajara, cargaron a bayoneta entre el escabroso terreno contra los voluntarios de Indiana y de Illinois. En uno de esos choques, el caballo de Santa Anna cayó muerto por un tiro de metralla y Lombardini fue herido, cediendo el mando al general Francisco Pérez, militar que meses después recibiría grandes elogios por su participación en las batallas de Churubusco y Molino del Rey.
Alrededor de las 09:00 horas, a pesar del refresco que los voluntarios de Mississippi y la tercera brigada de Indiana ofrecieron a su debilitado flanco izquierdo, la superioridad numérica mexicana superó la defensa enemiga y los yanquis se replegaron a una loma detrás suyo. En medio del entusiasmo, los soldados del quinto regimiento de infantería los persiguieron, pero la mortífera artillería ligera enemiga frenó su ataque, perdiendo poco más de una tercera parte de su contingente.
Mientras esto sucedió, entre las barrancas situadas a las faldas de la Sierra Madre, dos columnas de infantería y caballería mexicanas rodearon el campo para alcanzar la hacienda de Buena Vista, donde se encontró la reserva de Taylor. La primera fue detenida por los disparos de la tercera brigada de Indiana y los voluntarios de Mississippi, quienes remataron a los heridos con sus machetes.
Por otro lado, la caballería al mando del general Julián Juvera logró su objetivo y, una vez en posición, esperaron a las fuerzas de Miñón, quien, al avanzar sobre Saltillo, fue repelido por la guarnición local. Una vez desplegados, el quito regimiento de caballería, una parte del cuerpo de Húsares, el regimiento de coraceros y el regimiento activo de Michoacán, cargaron a degüello sobre Buenavista.
En respuesta, Taylor ordenó a cuatro compañías de dragones y a dos de la caballería de Arkansas enfrentar el ataque. Sin retraso, la caballería galopó al encuentro, y al tenerlos a tiro de fusil, abrieron un fuego que aturdió a la caballería mexicana. No obstante, ésta siguió adelante y chocaron en un terrible y breve combate con arma blanca, aunque al verse superados por el fuego enemigo, se replegaron.
El intercambio de disparos continuó mientras el campo quedaba sembrado con cientos de muertos y heridos, hasta que alrededor de las 14:00 horas, un ligero chubasco de apenas 30 minutos frenó las operaciones y ofreció un breve respiro a los combatientes.
Tras varias horas de combate y sin un resultado definitivo, Santa Anna ordenó un último ataque, al ordenar la movilización general sobre el enemigo. La artillería mexicana, al mando del capitán Benigno Ballarta, se desplazó para ofrecer más cobertura junto a los San Patricio y las divisiones de infantería quedaron bajo el mando de Francisco Pérez. Por su parte, Taylor reorganizó sus mermadas tropas y ordenó al segundo batallón de Kentucky y a los voluntarios de Illinois avanzar sobre su izquierda. Los mexicanos detonaron sus armas e instantes después cargaron a bayoneta; ahora tomaron la iniciativa en lo que fue el momento más recordado por los veteranos de la batalla.
En medio del caos general, las tropas mexicanas rompieron la posición estadunidense, ocasionando una desbandada que los obligó a cruzar los barrancos, donde algunos testimonios yanquis mencionan que la mala calidad del armamento nacional les salvó, ya que no lograban acertarles aún teniéndolos a rango de tiro. Sin embargo, los mexicanos les arrebataron tres cañones y algunas banderas —de las cuales una se envió a San Luis Potosí (y décadas después se dio por perdida)—. El feroz ataque acabó con la vida de cientos de soldados, oficiales e incluso jefes: el coronel Henry Clay Jr., hijo de un político estadunidense que se opuso ferozmente contra la guerra, murió junto con los coroneles Hardin y MacKee, comandantes del primer batallón de Illinois y el segundo de Kentucky.
Taylor, en medio de la confusión, ordenó a la artillería ligera de Braxton Bragg tomar posición después de que otra de sus baterías fue capturada. Los soldados mexicanos se acercaron peligrosamente a la posición estadunidense cuando las bocas de fuego dispararon una cantidad impresionante de metralla, cuyas brutales heridas entre caídos obligaron a los atacantes a replegarse en medio de un lago de sangre, carne y huesos. De esta acción, Taylor obtuvo su lema de campaña electoral en 1848: Give them a little more grape, Captain Bragg! (“¡Deles un poco más de metralla, capitán Bragg!” en inglés).
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A las 18:00 horas, tras casi diez horas de combate, los fuegos comenzaron a dispersarse a lo largo de la línea. No hubo ningún intento más por seguir el ataque.
Resultados
Los soldados mexicanos estaban fatigados. La última ración de alimento había sido la entregada dos días atrás y la falta de agua hizo que muchos hombres aprovecharan los breves descansos para tomar de los arroyos que atravesaban los barrancos. Además, las fallas del armamento, entre piezas caídas o disfuncionales, hicieron un verdadero infierno para muchos que no tuvieron más opción que resistir. Las mujeres y niños rechazaron la orden del general en jefe para quedarse en La Encarnación, por lo que a distancia fueron testigos de la matanza que aquellos días de febrero se llevó a cabo a las afueras de Saltillo, buscando los cadáveres de sus seres queridos y familiares entre los cientos de cuerpos que quedaron tendidos en el campo de batalla.
Además de esta situación, aquella noche del 23 de febrero llegaron dos regimientos estadunidenses que días atrás mandó llamar Taylor, volviendo tan fuerte su contingente como al inicio del enfrentamiento. Conscientes de esta situación gracias a sus partidas de observación, Santa Anna y sus generales decidieron retirarse a Agua Nueva y esperar una mejor oportunidad para batir al enemigo en un espacio más propicio. Sin embargo, tras tres días más de espera, se dio la orden general de retirada en medio del desconcierto de las tropas, iniciando un arduo regreso a San Luis Potosí.
Las bajas mexicanas se estimaron en 594 muertos, mil 39 heridos y unos mil 800 desaparecidos, un número bastante elevado a diferencia de otros combates del periodo, como Cerro Gordo o Molino del Rey. Por su parte, los estadunidenses calcularon en 267 muertos, 456 heridos y 23 dispersos, aunque el peligro inminente de derrota los hizo encumbrar como una gran victoria la batalla que ellos llamaron de Buena Vista.
Hasta la fecha, los resultados de la batalla se discuten y seguirán siendo punto de debate para propios y extraños. Lo más claro es reconocer que, por haber quedado dueños del campo de batalla, los estadunidenses ganaron el enfrentamiento, pero no por ello se amerita la descalificación de las fuerzas mexicanas que tomaron parte de la lucha, así como la decisión de Santa Anna y sus generales por retirarse a San Luis Potosí conociendo las dificultades de mantener la posición y retrasar más sus movimientos sobre Veracruz.
A esto habría que cuestionarse, ¿cuál fue el motivo real de Santa Anna para atacar a Taylor? La victoria total sobre él sin duda le habría sido gloriosa, pero el despliegue de fuerzas y la propaganda por haber dado un duro golpe a los invasores hubiera tenido un resultado parecido. Esa imagen pública fue lo que buscó usualmente el caudillo, usando como chivo expiatorio* al coracero desertor Francisco Valdés, tras acusarlo de haber dado información al enemigo sobre su avance hacia Saltillo. Para el escritor e historiador mexicano, Emilio del Castillo Negrete, en su obra sobre la guerra, “más que obtener el triunfo, el general Santa Anna, puede creerse, puede conjeturarse, que su objeto fue dar una prueba al ejército invasor del extraordinario valor, gran serenidad y admirable disciplina de nuestras tropas” (Castillo Negrete, Invasión, II, 1890).
En Estados Unidos, la batalla tuvo un fuerte impacto. El historiador Michael S. Van Wagenen indicó en un estudio que 19 poblaciones en Estados Unidos recibieron el nombre de Buena Vista*, de las cuales ocho se dieron en Indiana, pues se recordará que varios voluntarios provenían de este estado.
En México, el historiador Carlos Recio indicó que en Saltillo aún se conservan tres cañones estadunidenses empleados en el combate, de los cuales dos se hallan en la plaza Zaragoza, flanqueando al héroe del cinco de mayo de 1862. Además, el historiador menciona que a finales de la década de 1940 se erigió un monumento y años después se colocó un obelisco, cuya placa de bronce fue sustraída en la década de 1990. Actualmente, los habitantes del actual ejido de La Angostura conmemoran, desde hace varias décadas, el acontecimiento, y en 1997 se creó un Patronato que fundó el Museo Batalla de La Angostura (Pérez Gavilán Ávila, O’Mahoney y Guzmán Lechuga, Translumínico, 2020).
Lamentablemente, a 174 años de distancia, la solemnidad y el recuerdo de la batalla de La Angostura permanecen lejanos para el común de la población y, a pesar de los esfuerzos de diversos académicos, organizaciones y profesores, por rescatar la memoria del campo de batalla y a quienes vertieron su sangre en él, parece que la sentencia que el periódico El Tiempo realizó en 1896 sigue vigente al día de hoy:
“¡Consagramos hoy, los que calentamos la grandeza de aquellos patrióticos y sublimes sacrificios consumados en aras de la Patria, un tributo de respeto, de honor y de veneración a las víctimas inmoladas en el puerto del Carnero y en los ensangrentados campos de La Angostura, ya que por parte de quienes podrían hacerlo con alguna solemnidad, los han inhumado en el panteón del olvido!” (El Tiempo, 1896, p. 2)
LP