Dentro de una pequeña localidad, la cual se encuentra ubicada a 20 minutos de San Miguel de Allende en el estado de Guanajuato, se encuentra el Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, en donde le tomó al artista más de 30 años elaborar la mayor parte de los frescos que se encuentran en el lugar.
Los grandes murales que datan del siglo XVIII, son la obra maestra del pintor oriundo de Querétaro, Antonio Martínez de Pocasangre. Dichos murales permanecieron sin gran atención hasta que en el 2008, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), les brindó la categoría que merecían.
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El Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco fue declarado Patrimonio de la Humanidad, esto en gran medida gracias al trabajo de Antonio Martínez, así como de igual manera se le dio este nombramiento a la ciudad vecina, San Miguel de Allende.
El sacerdote Luis Felipe Neri de Alfaro, quien se encontraba a cargo de este templo, el cual fue fundado en 1740, ordenó una construcción que buscaba ser similar al Santo Sepulcro de Jerusalén. El santuario finalmente es conocido como la 'Capilla Sixtina de Latinoamérica' o la 'Capilla Sixtina de México'.
El lugar destaca gracias a la pintura de los murales que se muestran ante los ojos de los feligreses y visitantes, en donde se plasman las escenas de la salvación y doctrina de la iglesia en máximo detalle. Estos frescos fueron realizados al temple, aunque también existen partes alteradas con retoques al óleo.
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Martínez de Pocasangre no es solo a quien debemos darle la importancia de este recinto, pues el santuario forma parte del Camino Real de Tierra Adentro o Ruta de la Plata, el cual estuvo funcionando entre los siglos XVI y XIX. Són más de 60 sitios distribuidos en varios estados por donde se transportaba la plata, entre otros minerales.
El Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco también forma parte de uno de los escenarios emblemáticos de la Ruta de la Independencia, ya que las crónicas cuentan que Miguel Hidalgo y Costilla fue cura de esta iglesia durante un tiempo, en donde tomó un óleo de la Virgen de Guadalupe para levantarlo como estandarte del Ejército Insurgente al convocar a la lucha por la Independencia del país la madrugada del 16 de septiembre de 1810.