Covid-19, en primera persona

Una fractura de cadera suscita que una familia se contagie justo en estos días que han escaseado las camas hospitalarias en Ciudad de México.

Pese a la pandemia, la vida de los ciudadanos continúa en la Nueva Normalidad. (Octavio Hoyos)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

1. Las pruebas

Cuando suena el teléfono y 'J', tu hermano mayor, te avisa que 'C', tu otro hermano, ha resultado positivo al covid-19, un disparo de adrenalina se escapa desde adentro de tu pecho y se transfigura en el más aprensivo de tus miedos. Es un miedo que te prende de los pelos y que te regresa a los días anteriores, cuando se encontraron, y se reencontraron, en el Hospital de Magdalena de las Salinas, pues tu viejo, de 77 años, se fracturó la cadera por uno de esos encabronados imprevistos de la osteoporosis. 

Sucedió la tarde del sábado 12 de diciembre. Una semana después entró a quirófano, se salvó pese a la hipertensión y a la mala circulación sanguínea, y apenas ayer, lunes 21, lo dieron de alta. Entonces el miedo te advierte que no sólo los cuatro corren el riesgo de estar contagiados, sino también la gente que los rodea. Ni Rod Serling, el último gran profeta, lo hubiera presagiado.

Mientras le llamas a 'C' e intentas convencerlo de que todo ha sido culpa de la infame casualidad, mientras le dices que él es el más saludable de los tres hermanos, tus pensamientos se escurren hacia 'I', tu esposa, que es asmática, y esa enfermedad, te ha contado, es como traer los pulmones llenos de vidrios. Piensas en 'J', que fumó como chacuaco y a quien hace poco le diagnosticaron la diabetes. Piensas en 'Ce', en 'K' y en 'L' (esposa, hija y nieto de 'J'), que, si bien no padecen ninguna comorbilidad, al bicho eso le importa un carajo. Y piensas en ti mismo: dejaste el tabaco pero no la hierba.

Al deterioro respiratorio, cardiaco y endócrino de la mitad de tu familia le añades dos dificultades más: los tres hermanos rondan los cincuenta años, el grupo de edad que en México, por sorprendente que parezca, tiene más posibilidades de morir por covid-19. El otro dato es que en hospitales públicos y privados YA NO HAY CAMAS, así con mayúsculas. Lo sabes porque, cundo tu viejo estuvo en Magdalena de la Salinas, más de una enfermera y más de una doctora te advirtieron que lo peor de la pandemia estaba por venir en enero.

“La gente se va a estar muriendo en las ambulancias”, te dijo una y tú pensaste en la desgastada frase Winter is comming. Y que no haya camas significa que, de resultar contagiados tú y tus familiares, deberán encerrarse en casa con tres candados, tragarse la llave y rogar porque la maldición del maldito bicho no los persiga.

Mientras 'C' pone su salud en manos de un médico que enfrenta al coronavirus a fuerza de medicamentos intrahospitalarios, otro médico, uno que atiende en la primera línea del sector público, uno que sólo recomienda el paracetamol, les recomienda que, por los días de incubación y de contacto con 'C', se esperen unos días para hacerse la prueba, pues podrían resultar falsos negativos.

¿No sirven las pruebas? —le preguntas.

—Las pruebas sí sirven, el problema es que la mayoría de la gente se la toma cuando el virus está en periodo de incubación. Por eso hay mucho falso negativo en la ciudad, contagiando aquí y allá.

El médico les sugiere entonces que, salvo que presenten síntomas, tú e 'I' se tomen la prueba hasta dentro de cinco días, el sábado 26 de diciembre; que 'J' se espere al lunes 28, pero lo que sí urge es el PCR a tu viejo. Por el desarrollo del virus, de nada ha servido la prueba antígena que le tomaron saliendo de Magdalena de las Salinas, una prueba que resultó negativa y que ahora sabes que tiene cara de falso negativo.

Mientras 'I' busca que alguien vaya a tomarles cualquier prueba para sosegar falsamente la intranquilidad que oprime a ambos, tú hablas a diversos laboratorios por el rumbo de la casa a donde tu viejo pasa su convalecencia, al sur de la ciudad. En el Chopo te cuelgan. En Olab nadie te contesta. Y en los laboratorios Simi te dejan escuchando sus promociones del mes. 

Entiendes el rebase del servicio: entre los mensajes esquizofrénicos e irresponsables que han dado las autoridades mexicanas y el valemadrismo mexa (y que escupa primero quien esté libre de contagio), Ciudad Chilango se ha convertido en el ombligo del covid-19. Y si de por sí es una ciudad que tiene los pulmones podridos y los ojos rojos de tanta mierda que respira, hoy la capital se muestra indefensa ante el bicho que la tiene dominada.

'I' logra, a través de Rappi, que el miércoles 23 los visite un técnico de los laboratorios Previta para tomarles la prueba de anticuerpos por casi dos mil pesos. A ti, mientras tanto, no te dan las neuronas para encargar la PCR de tu viejo en los mismos laboratorios. En vez de eso, por angustia o por pendejo, en internet te tropiezas con Olarte y Akle. Su propaganda dice que de 24 a 48 horas entregan los resultados. El precio es de tres mil 500 pesos, más otros 500 por el servicio a domicilio. Y eso que el Presidente dijo que se había acabado el neoliberalismo. Tramitas la cita para tu viejo desde la página web de los laboratorios. Agendas para el miércoles 23 a las 08:30 de la mañana.

Mientras 'I' te dice que en su país, el neoliberal mayor, es decir, en Chile, a las PCR se les fijó un precio y cuestan entre 20 y 30 dólares, vuelves a pisar en México y en México la vida no es lineal, sino que se come la cola. Por eso no te sorprendes cuando en la misma la pestaña de brillo radioactivo donde Olarte y Akle te informan que se ha generado tu pago, también te avisan que la cita que agendaste no está garantizada. “Espere a que uno de nuestros ejecutivos se contacte usted”. 

Y como ningún ejecutivo te contacta en más de cinco horas, los jodes por teléfono. Cuando por fin alguien te contesta, ese alguien resulta ser la doctora Munive, responsable de los laboratorios. Munive te jura y perjura que en 20 minutos te contactarán. Mentira. Hacia la tarde-noche de ese 22 de diciembre, mientras te estás reprochando el haber escogido a Olarte y Akle, será cuando recibas la mentada llamada. 

En el país del "Yo no fui", la ejecutiva te culpa de la tardanza con la típica frase de “No contestan en el teléfono que nos proporcionó”. Y como, según esto, no contestaste, la cita de la prueba para tu viejo se ha aplazado un día más: ahora será para el jueves 24 de diciembre, a medio día. Pinches laboratorios.

Mientras la ejecutiva insiste en que no pueden devolverte el dinero, a 'C' le brinca otra fiebre. Su médico le receta un cóctel de antiinflamatorios. Por insano que esto parezca, 'C' mejora su condición después de inyectarse. Su fiebre, sus dolores de cuerpo y de cabeza desaparecen. 'C' se hace de un arsenal de vitaminas y de otros menjurjes, mientras a ti te avisan de la casa donde cuidan a tu viejo que éste no tiene fiebre, que trae la presión arterial de un niño y que oxigena entre 88-87. 

Les preocuparía la oxigenación si no fuera porque es la media que tu viejo ha estado oxigenado desde antes de entrar al quirófano en Magdalena de las Salinas, ese hospital que es una suerte de terminal camionera en Semana Santa y donde sospechas que 'C' se contagió. “Ahí voy, poco a poco”, te dice tu viejo en la videollamada, el único medio que tienen tú y tus hermanos para comunicarse con él. Ustedes necesitan guardar cuarentena: con 'J' y tú todavía deambula el peligro de estar contagiados.

La tarde del 23 de diciembre, la técnico de Previta se aparece en tu casa. Viene vestida como para treparse al próximo cohete que envíen al espacio. Imaginas que los vecinos deben pensar que en el departamento 101 no sólo hay covid, sino que vive Godzilla. La prueba que vienen a tomarles es la de anticuerpos, la más barata que hay en el mercado y la menos precisa. Esto último lo sabes por la técnico. Te lo dice mientras les pincha el dedo a 'I' y a ti y coloca las gotas de sangre en algo que asemeja a una de esas pruebas rápidas de embarazo y que, al igual que esas pruebas, una rayita es negativo y dos significan que la vida va a dar un giro (in)esperado. 

“Las buenas son las PCR, éstas no sirven”, se sincera la técnico y a ti te cae el veinte de que han ayudado a que Previta facture uno de sus mejores años. La técnico también les cuenta que otras 29 personas como ella trabajan de 9 a 9 y que cada una realiza entre 15 a 60 pruebas diarias, por un salario de hambre. “Ahorita llevo como 20 pruebas porque hay mucha contagiosidad”.

Tú e 'I' tienen la boca seca y hasta ganas de ir al baño pero no se mueven hasta que la técnico les dice que son negativos. La aparente sensación de no tener al bicho en su sangre les ofrece varias horas en las que se detiene ese tiempo curvo al que entraron desde aquella tarde del 12 de diciembre, cuando tu viejo se fracturó la cadera y tú y él, entonces, volvieron a cruzarse como se cruzan los barcos en altamar, sólo que ahora, en vez echarse las luces y seguir cada uno su camino, tienen ganas de naufragar juntos para siempre.

2. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

Papá:

"Ahora escribo cartas para el olvido. A ti te escribo, sin embargo, para recordarte, primero y, segundo, para contarte que la última vez en que aborrecí un diciembre fue el de aquel año en que falleció mamá. Recuerdo que apenas y nos saludamos en su funeral. Por eso, te soy honesto, siempre pensé que si algún día algo grave te sucedía, apenas me dolería. Pero en los días en que estuviste hospitalizado por la fractura, días en los que mientras te limpiaba la mierda me contabas lo que no me habías contado en todos estos años, sucedió algo extraño: si bien no recuperamos el tiempo perdido, sí nos olvidamos del pasado, o como quieras llamarle al tiempo en el que estuvimos distanciados. Nuestra historia, de pronto, dejó de ser contada en blanco y negro. Ahora tiene color. Y no, no es el color del covid-19 porque los virus no tienen color.

Como me sucedió en diciembre de 2006, en este diciembre de 2020 las horas también pasan rápido, a veces transcurren en cámara lenta pero casi siempre quedan suspendidas en el aire. Son horas de muchos sobresaltos, horas donde el tiempo es aún más difuso y largo al que estamos acostumbrados en este país donde nunca se hace tarde. Esto no es un sueño, papá. Más bien nosotros somos un sueño del Coronavirus y el muy cabrón se alimenta de nuestra angustia".

Cae la Nochebuena.

'C' recurre a los tranquilizantes. 'J' y su familia siguen sin presentar síntomas. Tú te ves como un viejo que se acabara de despertar pero apenas te vas a ir a dormir. 'I', a quien no conoces, escucha In a sentimental mood, con John Coltrane y Duke Ellingtong. Y yo tomo aire y una cerveza para lo que viene.

3. La salud pública

Apenas amanece el sábado 26, tú e 'I' se presentan a un centro de salud por el rumbo de la colonia Doctores: hoy es el día en que deben realizarse la prueba rápida de antígeno. La gente está formada desde las 5 de la mañana, a esa hora en la que, si uno no está contagiado, mínimo coge un resfriado. 

Es gente que se abriga en la fila con cobijas que parecen que les han durado toda una vida. Es gente, también, que tuvo suerte el día anterior porque alcanzó uno de los 35 formatos médicos que se reparten, para igual número de pruebas. 

“Tenemos instrucciones de administrar la cantidad diaria”, te dice una de las enfermeras, la más alta, cuando le preguntas por qué aplican tan pocas pruebas. Es la misma enfermera que, hace unos minutos, le pidió a una mujer que hervía de fiebre que regresara mañana o que, si le urgía saber si estaba o no contagiada, fuera a la explanada de la alcaldía Cuauhtémoc. La mujer se marchó cabizbaja. Tú te habría largado mentando madres. Pero como has conseguido que a ti y a 'I' los incluyan en la lista sin haberte formado, te callas y dejas que la enfermera te introduzca el hisopo hasta donde sientes que topa con tu cerebro. Entonces experimentas la quemazón, el dolor y la asfixia que se siente cuando uno respira debajo del agua.

Mientras tú e 'I' esperan que les entreguen los resultados, miran a las otras personas que están esperando los suyos. A quienes dan positivo, los ubican porque se marchan rápido, en silencio y cabizbajos. A los que dan negativo, que son la mayoría, los identifican porque terminan comprándole al tamalero que se instala frente al centro de salud, o porque le telefonean a alguien para darle la noticia, o porque, como hace un chico que va en bicicleta, comparte el resultado en Tik Tok, un mundillo al que apenas hasta hace poco te asomaste y donde viste decenas de videos de gente muerta por covid, como si quien subiera esos videos pareciera estar empeñada a imponer algún tipo de récord necrófilo. Bien dijo Andy Warhol que todos tendríamos nuestros 15 minutos de fama.

Los resultados tuyos y de 'I' son negativos y en la radio del Uber —o quizá sólo en tu imaginación— Bruce Springsteen canta eso de When it comes to luck, you make your own. Pero no hay suerte que uno haga suya con un bicho que ha tomado el mando de la Apocalipsis: A, el enfermero que cuida a tu viejo, les avisa que, si bien sus signos no lo perturban, su oxigenación ha bajado a 84. Urge que un médico lo ausculte. El único que encuentran es un internista que puede visitarlo hasta mañana domingo 27, a primera hora. El internistas les dice que es apremiante rentar un tanque de oxígeno.

FS

LAS MÁS VISTAS