El mercado Primero de Mayo siempre es un constante ir y venir de personas, unas para comprar y otras para vender. Con o sin pandemia, con o sin Semana Santa, en ese sitio siempre hay gente aunque, para ser justos, también influye el hecho de que en los alrededores se ubican los paraderos del transporte público que van hacia los pueblos mágicos hidalguenses o a la cercanía de la Parroquia de la Asunción de María, que funciona como tal desde el año 1530, aunque fue derrumbada en 1647 y reconstruida para ofrecer servicios religiosos otra vez a partir de 1719.
En este viernes de Cuaresma, la gente se abre paso entre los puestos y tendidos ubicados en el exterior del antiguo Palacio de Gobierno. Hay frutas, legumbres, semillas y, claro está, la mesita de hierbas medicinales para regenerar el hígado, combatir los hongos en los pies, enfrentar a la diabetes y hasta para deshacernos de esos kilitos de más.
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Al cruzar la calle está el mercado y en su interior la vendimia propia del zoco. Afuera, locales comerciales que albergan zapaterías, dulcerías, heladerías, pescaderías y marisquerías. También hay uno donde venden carnitas en el que solo una persona le da gusto al gusto con un señor taco campechano de buche y cueritos. El cazo está apenas a la mitad de su capacidad porque aunque no lo parezca, la mayoría de la gente en esta zona respeta los designios religiosos, en especial hoy viernes.
La fe católica y sus seguidores celebran estos días la Cuaresma, los 40 días previos a la resurrección del hijo de Dios y que inicia con el miércoles de ceniza, la fecha para recordar a los fieles el penoso final que les espera, el que dicen nos espera a todos: “polvo eres y en polvo te convertirás”. Idealmente se trata de días propios para la reflexión, la penitencia, la generosidad con el prójimo, el ayuno y a evitar privilegios para demostrar humildad y recogimiento, aunque la realidad es otra. Todos lo sabemos.
Comer carnes rojas es un privilegio, en especial desde hace algunos años, pero en específico lo es en estas festividades religiosas porque, decía el buen Santo Tomás de Aquino, son símbolo de deseo, placer y lujuria. Quizá tenía razón y por eso son tan sabrosas.
Pero el pescado sí es permitido porque es uno de los grandes protagonistas en la historia religiosa, junto con el pan y el vino. La mayoría hemos leído o escuchado el sermón de un sacerdote desde lo alto de su púlpito recordando que con apenas unas pocas piezas de uno y otro, Jesús alimentó a una multitud y, la mejor parte, sin duda, convirtió el agua en vino.
Tradición comercial
En el mercado Primero de Mayo están dos de los sitios de mayor tradición e historia en esta Pachuca tan bella y tan airosa: “Pescadería Rocamar” y “Pescadería González”, con 94 y 97 años de servicio respectivamente.
Ambas ofrecen todo tipo de pescados y mariscos pero ahora enfrentan un pequeño gran problema: las ventas han bajado considerablemente. Las personas encargadas en ambos sitios coinciden en las razones: no hay dinero y, como a todos, la pandemia les alcanzó.
En ambos comercios hay grandes vitrinas con ejemplares de diversas especies cubiertos con hielo, hay carteles con los costos por kilo y algunas ofertas. Hay algunas mesas porque ambas ofrecen el servicio de restaurante y tienen cartas detallando un menú básico pero delicioso, sin duda. Desde el clásico coctel hasta los reconocidos filetes fritos, caldos, sopas y demás.
Rocamar tiene sucursales en Tulipanes, Villas de Pachuca y Pitahayas, con 14, 10 y un año en servicio. Michell recuerda que en años anteriores había una gran fila de personas en espera de poder acceder al sitio para comprar los alimentos propios de la fecha pero hoy las cosas han cambiado a pesar de que el propietario decidió, a consecuencia de la pandemia, mantener los precios del producto. Hay pocas ventas.
La misma situación enfrenta “Pescadería González”. Ana María dice que estaban por hacer una remodelación porque aunque el local se encuentra en perfectas condiciones de limpieza, la infraestructura es vieja. Vino la pandemia y cinco de las personas que ahí trabajan se contagiaron y hubo que apoyarles y a algunos les recetaron medicamentos que cuestan hasta 8 mil pesos. Tuvieron que aplazar por ello los planes y no saben cuándo podrían retomarlos.
Coinciden en que la tradición se está perdiendo y mucho tiene que ver la capacidad económica de la gente; si bien son los mismos precios que en cualquier fecha, la clientela escasea...
Central de Abasto
Los accesos a la Central de Abasto son por los bulevares Javier Rojo Gómez y San Javier. Los compradores deben pasar por un “túnel sanitizante” y aplicarse gel desinfectante en las manos. Los diableros y comerciantes del lugar no tienen mayor problema porque pueden pasar sin necesidad de seguir las recomendaciones, como casi nadie hace dentro porque ese asunto de la sana distancia parece más bien una leyenda urbana imposible de recordar entre la innumerable cantidad de locales de carnes, frutas y verduras. La gran mayoría, eso sí, porta cubrebocas.
Los pasillos originalmente amplios están copados de vendedores y compradores que caminan sin ritmo y al tiempo que andan también aprenden a eludir las cajas de aguacates de a 25 pesos el kilo y también las de quesos y chorizo traídos desde la huasteca.
Los locales lucen en su mayoría vacíos, en especial los de venta de carne de res y cerdo; en las pollerías la historia es diferente porque, al parecer, es la carne más barata. Algunos incluso ya cerraron porque gracias a la época sus ventas terminan casi de inmediato.
Un par de músicos urbanos reproducen con sus instrumentos de viento “Lamento Borincano”, aquella melodía que hace décadas popularizara el gran Javier Solis mientras una tendera alza la voz y responde de mala gana al potencial comprador que resulto no serlo: “aquí no hay pescaderías joven, todas están allá afuera”.
Resulto ser cierto. Dentro no hay y afuera hay dos de la misma empresa. Una conocida cadena restaurantera especializada en pescados y mariscos.
Hay gente haciendo fila y esperando turno para poder comprar la comida del día. Los precios son similares. La encargada comenta que los propietarios decidieron mantenerlos para evitar una caída en las ventas. Disminuyeron por la pandemia pero las peores afectaciones fueron en los restaurantes, porque redujeron su capacidad e incluso estuvieron cerrados durante un tiempo.
Una pareja ya ha comprado filetes para su hija menor y una cantidad indeterminada de róbalo para un buen caldo. Esta vez pudieron comprarlo, dicen...