En el silencio del Panteón de San Sebastián en León, hijos recuerdan a sus madres fallecidas con flores y oraciones

Cada 10 de mayo, el Panteón de San Sebastián en León se convierte en un espacio de memoria y amor, donde cientos de familias acuden a honrar a sus madres fallecidas.

Visitan Panteón de San Sebastián el Día de las Madres.
Christopher Gómez
León /

Desde las primeras horas del 10 de mayo, el Panteón de San Sebastián se llenó de vida. En medio del silencio de las lápidas y las cruces, el murmullo de las familias leonesas fue envolviendo el camposanto, trayendo consigo flores, agua bendita, bancas plegables, escobas, veladoras… y recuerdos.

Ahí, entre los senderos de tierra y mármol, los vivos acudieron a visitar a las madres que ya no están físicamente, pero que siguen presentes en los rituales de cada año: limpiar la tumba, colocar el ramo favorito, sentarse un rato a recordar su voz, su risa, sus consejos. El Día de las Madres no pasa desapercibido en este lugar donde el amor no termina con la muerte.

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Los pasillos del panteón se cubrieron de rosas, girasoles, alcatraces y gladiolas. Algunos niños ayudaban a regar las plantas; otros, con la inocencia a flor de piel, preguntaban por la “mamita” o la “abuelita” que descansaba ahí. Las familias más prevenidas llevaban sombrillas o sombreros; otras improvisaban sombra bajo los árboles para aguantar el sol mientras compartían anécdotas o simplemente guardaban silencio.

En muchos espacios, se podía ver a personas solas, con una silla portátil al pie de una lápida. Se quedaban ahí largo rato, mirando hacia el pasado, dejando que el viento les revolviera el alma. A unos metros, mariachis, tríos y grupos norteños se iban turnando para interpretar desde “Amor eterno” hasta “Las Mañanitas”, mientras algunos acompañaban las canciones con lágrimas discretas o sonrisas que escondían nostalgia.

Las flores no eran el único homenaje. Algunos llevaron la comida favorita de la madre o abuela fallecida y la compartieron en familia como un pequeño picnic de memorias. Otros encendieron veladoras mientras murmuraban una oración, tocaban la lápida con ternura o colocaban una foto enmarcada, como si quisieran fijar para siempre el rostro amado.

A pesar del calor y el ajetreo, reinaba una especie de paz. No era una celebración ruidosa, pero sí profundamente significativa. En el Panteón de San Sebastián, el 10 de mayo no es solo una fecha más: es un acto de amor que traspasa el tiempo, un recordatorio de que hay lazos que ni la muerte puede romper.


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