Por Jesús Vargas Valdés
El 26 de noviembre de 2019 se cumplieron cien años de que el general Felipe Ángeles fue fusilado en Chihuahua. El héroe de la Revolución, el amigo de Francisco Ignacio Madero, de Francisco Villa y de Emiliano Zapata, no murió envenenado, no murió en una emboscada o de un balazo en la espalda: murió sentenciado “a la pena capital”, por un jurado militar que lo sometió a una representación escénica en la que estaba decidido que se le iba a declarar culpable; el veredicto se había emitido mucho tiempo antes, desde la Presidencia de la República.
El juicio, la farsa que se montó para condenarlo, contiene algunas similitudes con el que se hizo contra el cura Miguel Hidalgo cien años antes, en la misma ciudad, con el mismo objetivo y con la misma prepotencia; pero en estas dos historias, hay otras afinidades.
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En la biografía del general Ángeles se encuentran bien definidas las etapas de su vida: el niño que crece en el ambiente de una familia modesta, hijo de un ciudadano respetado y reconocido socialmente por ser veterano de la guerra contra los invasores, primero norteamericanos y luego franceses.
En los siguientes capítulos de su vida, encontramos al destacado joven que, siendo aún estudiante, se incorpora como profesor en el mismo Colegio Militar. Al concluir sus estudios, muy pronto se destaca por sus avanzados conocimientos y viaja al extranjero, recibiendo honores como un gran experto en balística.
El joven Felipe Ángeles había iniciado su formación militar a los quince años, inscribiéndose en 1883 en el Colegio de Chapultepec, en donde permaneció las tres décadas siguientes; de tal suerte que en 1913, a los 45 años, había dedicado las dos terceras partes de su vida a la institución militar.
Hasta el año de 1911, en que fue derrocada la dictadura, había permanecido leal a Porfirio Díaz; sin embargo, ese mismo año, al retornar de Europa, se reúne con el presidente Madero, se convierte en su amigo y a partir de ese encuentro lo acompañará fielmente hasta el día en que fue asesinado junto con José María Pino Suárez. Este acontecimiento provocará un giro radical en su vida.
En 1913, cuando fue aprehendido y encerrado en la misma celda del presidente Madero, era reconocido entre los medianos y altos mandos del ejército, así como entre estudiantes y maestros del Colegio Militar, como uno de los oficiales mejor preparados… y para algunos, el mejor de todos. Se le respetaba por sus grandes conocimientos, por su desempeño en las aulas, por lo que había realizado en el poco tiempo que había sido director del Colegio Militar; pero sobre todo, por su honestidad y calidad humana. Después del asesinato del presidente y vicepresidente, lo tuvieron preso sin decidirse a fusilarlo; finalmente, a mediados de ese año lo desterraron, permaneciendo en Europa el resto del año.
A finales de 1913 se regresó clandestinamente de Francia a México, con la firme decisión de luchar contra la dictadura huertista, y viajó al estado de Sonora, uniéndose al ejército constitucionalista del jefe Venustiano Carranza; sin embargo, no es bien recibido por Álvaro Obregón y surgen dificultades con el propio Carranza, y en marzo de 1914 viaja a Chihuahua para incorporarse a la División del Norte.
En los dos años siguientes, dedica su genio militar a las causas del pueblo, se declara solidario con el zapatismo y se hace cargo de la artillería de la División del Norte. De esta unión revolucionaria con Francisco Villa, surgirán las grandes campañas triunfales que provocarán el asombro en el país y en otras partes del mundo.
Similitud con Miguel Hidalgo
Durante el proceso de revisión de cada texto y la ubicación de las imágenes, no dejé de pensar en las afinidades y circunstancias que intervinieron en la ejecución de Miguel Hidalgo, iniciador del movimiento de Independencia, y la ejecución del general Ángeles. No es raro encontrar las coincidencias, más o menos notorias y fascinantes, entre algunos hechos y personajes; estos ejercicios no ofrecen mucho a la historiografía, pero sí le aportan algo de fascinación cuando se exponen. Por ejemplo, entre el retorno del general Ángeles de Estados Unidos, en 1918, y el del general Manuel Chao, en 1923, es evidente que los dos regresan en las condiciones menos propicias para continuar su causa… y en ambos casos, se puede sugerir que hay cierta predisposición al sacrificio.
Es muy larga la distancia entre el juicio contra el iniciador de la revolución de Independencia, Miguel Hidalgo, y el juicio contra el general Felipe Ángeles, más de cien años; sin embargo, hay algunas similitudes: los dos estuvieron al frente de grandes ejércitos y conocieron la gloria en formidables batallas; fueron guerreros, pero también grandes pensadores; ninguno de los dos alcanzó a ver el cumplimiento de sus ideales; y en los momentos finales, conocieron la soledad, la traición y la infamia. En contraparte, recibieron la impotente solidaridad del pueblo, que los admiraba y respetaba. Hidalgo fue traicionado en las norias de Baján, estado de Coahuila; Ángeles, en la loma de la Mora, estado de Chihuahua. A los dos los trasladaron a la ciudad de Chihuahua, sufriendo vejaciones y humillaciones de los poderes, que no perdonaron la defección. Al cura Hidalgo lo castigó el gobierno colonial a través del poder de la Iglesia; al general Ángeles, lo condenó el gobierno de la Revolución, a través del poder militar. A los dos se les sometió a juicio y los dos enfrentaron con firmeza a sus jueces, dejando para la posteridad el ejemplo de la gran voluntad revolucionaria y revirtiendo las acusaciones de quienes los juzgaban. Al cura Miguel Hidalgo lo fusilaron el 30 de julio de 1811; a Felipe Ángeles, el 26 de noviembre de 1919. Los habitantes de la ciudad de Chihuahua los recibieron en los últimos días de sus vidas, los vieron morir, los acompañaron a su tumba y los despidieron después de que se exhumaron sus restos.
La generación de chihuahuenses que conocieron a Hidalgo, no lo olvidaron; en 1827, fundaron la “Sociedad Patriótica de Amigos de Hidalgo”, institución ciudadana de carácter literario, cuya misión, señalaron, consistió en “fomentar el culto de los chihuahuenses hacia el Padre de la Patria y procurar la conservación de los objetos y utensilios que le habían servido en sus días de cautiverio”. El iniciador de esta sociedad fue José Fernando Ramírez.
En Chihuahua se celebró por primera vez la Independencia y a su iniciador, el 17 de septiembre de 1822, cumpliendo con lo estipulado en el decreto nacional publicado el 16 de agosto de 1822. En 1861 se agregó a las celebraciones, por primera vez, el grito del 15 de septiembre a las once de la noche. Respecto al recordatorio del sacrificio del general Ángeles en Chihuahua, no se publicó ningún decreto ni se hicieron actos cívicos oficiales. Los chihuahuenses, que en diversos momentos de su vida conocieron y le mostraron al general Ángeles su genuina admiración, no tuvieron oportunidad de expresarlo públicamente; no hubo lugar para preservar su memoria en obras concretas, para las generaciones subsiguientes. En 1920, al año siguiente del fusilamiento, el general Francisco Villa ocupó con su gente la hacienda de Canutillo; una de las primeras acciones que se propuso, fue instalar una buena escuela, a la que le asignó el nombre de “Escuela primaria Felipe Ángeles”, y era su orgullo mostrarla a los visitantes que llegaban a Canutillo.
La tumba del panteón de Dolores, en Chihuahua, donde se depositaron los restos del general, fue donada por la familia Romero Revilla. En los años siguientes, no hubo autoridad que lo recordara, que hiciera homenajes; solamente algunas personas que acudían voluntariamente cada 26 de noviembre a limpiar la tierra y a depositar flores frescas. Así fue hasta el día de la exhumación. El gobierno obregonista y luego los callistas, hicieron lo necesario para borrar de la memoria nacional a Zapata, Ángeles y Villa. En el mismo estado de Hidalgo, se recuerda que los dueños del poder local se encargaron de denostar y desvirtuar la figura del ahora hijo predilecto.