Las mujeres están rotas, todas. Pero frente a ello, la respuesta no fue quebrarse, sino unirse como nunca y tomar las calles, esas que nunca han sido suyas.
Y así fue. Las mareas moradas y verdes tomaron la capital del país y las principales ciudades de 26 estados y de otras latitudes del mundo, como Santiago, en Chile; Buenos Aires, Argentina; Madrid, España, y Múnich, Alemania.
Desde hace unas semanas, distintos colectivos convocaron a la marcha por el Día Internacional de la Mujer, que en Ciudad de México comenzó en el Monumento a la Revolución y culminó en el Zócalo: alrededor de 80 mil atendieron la cita.
Los contingentes liderados por madres y familiares de víctimas de feminicidios se concentraron desde el mediodía y hacía las 13:30 la cifra de asistentes ya se medía en miles.
Ayer, la mayoría de las manifestantes dejó de ser de jóvenes. Esta vez tres generaciones se unieron para cantar, bailar y exigir que les devuelvan una sola cosa: la dignidad.
Abuelas, madres, hijas, hermanas, niñas… Pareció que ayer ninguna mujer se quedó en casa, que algo les dijo que ya no es tiempo de callar. Desde las 14 horas, los grupos comenzaron a avanzar hacia Reforma y posteriormente a avenida Juárez.
“Mujer, hermana, si te pega no te ama”, “¡Somos malas, podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode!”. Sin excepción, todas cantaron consignas con tal energía que parecía que nunca acabarían. En algunos momentos los contingentes paraban para reorganizarse; sin embargo, al igual que los ánimos, la presencia de mujeres estaba desbordada.
Las mareas verde y morada avanzaban sobre las calles del primer cuadro capitalino, donde distintas generaciones mostraban solidaridad frente a la exigencia de justicia y seguridad para millones de mujeres.
En los costados del contingente, decenas buscaban con sus celulares encontrarse con sus conocidas, pero resultaba imposible: avenida Juárez poco a poco se convirtió en una gran masa teñida de morado, que desde Bellas Artes hacia atrás se visibilizaba interminable, tan infinita como las ganas de justicia por los miles de feminicidios impunes en este país.
Por los flancos, tanto izquierdo como derecho, algunos hombres observaban y con pancartas apoyaron a sus hijas, hermanas, madres y esposas. No se metieron, no lo intentaron. Pero les hicieron saber que no estaban solas desde donde pudieron.
Al llegar al Antimonumenta, muchas, micrófono en mano, denunciaron sus casos de acoso, otras más amenizaron la caminata con himnos feministas, como El violador eres tú, y Canción sin miedo, recordando a quienes ya no están para contar su historia.
A través de mantas o cartulinas con sus fotografías, fue como sus familias dieron voz a todas aquellas que no pudieron llegar a esta convocatoria, al dejar una herida profunda que este día se convirtió en el motor de lucha.
Pero también estuvieron presentes las imágenes de aquellos hombres que cegaron la vida de cientos de mujeres por las que sus familias marchan en busca de la justicia que no han logrado obtener sin importar el paso de los años. “Se busca”, “Feminicida”, entre otras, eran las leyendas que acompañaban estas imágenes.
Miles continuaron avanzando por la calle 5 de Mayo, donde algunos grupos dañaron comercios e hicieron pintas con los nombres de Ingrid, Fátima, Abril, Karla, visibilizando que todas ellas son mucho más que una cifra.
Algunas cuadras antes de llegar al Zócalo, el grito de “todas juntas” se hizo presente ante la aparición de petardos y la presencia de policías. El ambiente se tornó tenso por un momento pero, tras unos minutos, recordaron por qué estaban ahí, y recordaron que el miedo nunca más debía vencerlas... juntas continuaron caminando y cantando hacia la recta final.
El miedo se esfumó
Para las 16 horas miles de mujeres ya ocupaban el primer cuadro de la ciudad, los contingentes restantes no pararon de arribar al menos por una hora más. A pesar de eso, los ánimos no se apagaron y nadie parecía cansada: “Mujer escucha, esta es tu lucha”, seguía retumbando en cada rincón de la marcha.
Distintos grupos tomaron dos tarimas, una frente a la Catedral Metropolitana y otra frente a Palacio Nacional. Desde esta última, madres de víctimas aseguraron que la indignación no les cabe en el cuerpo, que el patriarcado no se va a caer, sino que lo van a tirar.
Dolor y exigencia de justicia fue el común denominador ante el pase de lista de las víctimas de violencia de género, un nudo en la garganta reinó en decenas de manifestantes, y más aún, en los familiares que gritaron sus nombres.
“No queremos pinches salarios rosas”, las mujeres también pidieron a activistas no lucrar con su dolor y se refirieron al Presidente, al decir que no van a comprar “un boletito para una rifa que nos invisibiliza”.
Aquí el miedo se esfumó. El terrible sol fue el menor de los infiernos para al menos 80 mil mujeres que se cansaron de callar, de ver cómo las matan y de darse cuenta que 10 de ellas nunca más regresan a casa cada día. Aquí las calles se llenaron con miles de pasos firmes que se cansaron de no ser escuchados.
Frente a Palacio Nacional aguardaba el Grupo Atenea y un templete listo para escuchar a los distintos contingentes que durante horas realizaron cánticos, bailes y consignas que no permitían olvidar la exigencia de miles de mujeres. En ese lugar hubo pequeños incidentes y escarceos con las policías capitalinas, que no pasaron a mayores.
El día avanzó y decenas de mujeres encendieron una fogata alrededor de la cual continuaron sus cánticos, consignas y gritando “justicia”. Mientras se consumía el fuego, crecía su hermandad, su sororidad, retomaron su calle.
El 8 de marzo de ayer fue, sin duda, el día en que tres generaciones de mujeres entendieron que el cambio es impostergable, que las nietas, como ellas mismas lo aseguraron en sus pancartas, no tienen que vivir lo que ellas soportaron. Es simple, pero poderoso: con solo estar ahí sabes perfectamente por qué tienes que luchar.