Nicolás Márquez Mayer lleva más de 15 años como embalsamador de cuerpos en el municipio de Nezahualcóyotl, el segundo más poblado del Estado de México.
Por sus manos han pasado los restos de niños, jóvenes y adultos que fallecen por causas naturales, enfermedad o por hechos violentos; sin embargo, el más complicado a lo largo de su carrera ha sido el de su propia madre.
“Fue un día que hubo una fiesta familiar... me habla uno de mis hermanos y me dice necesito que vengas porque mi mamá se puso mala, nos preparamos y nos fuimos y cuando vamos llegando me dicen: qué crees, entró en paro”, recuerda.
Cuando llegaron a la casa, ubicada en el municipio de Chimalhuacán, ya era tarde porque su madre había fallecido. En ese momento sus hermanos, tíos y sobrinos estaban aún en un festejo organizado en un pequeño salón cercano, sin saber lo que había ocurrido.
“Fuimos a certificar, antes de todo esto le hablé a uno de mis sobrinos y le dije que se saliera de la fiesta sin decirle a nadie, llegó con la carroza y la caja y me metí a embalsamarla, le buscamos la ropa, la preparamos y después de la fiesta, que terminó como a las dos de la mañana, siguió el velorio de mi mamá”.
Su inició en este oficio
Nicolás forma parte de la “Dinastía Mayer”, una familia mexiquense con más de 30 años de experiencia en la preparación de cadáveres y reconocida en el gremio de las funerarias en la zona oriente del Valle de México.
“Empezaron hace más de 30 años mi hermano el mayor y uno más chico. Yo los veía bien atareados porque en ese tiempo había muy poquitas embalsamadoras aquí en Nezahualcóyotl. Ellos me habían invitado desde hace mucho tiempo, pero yo no quería porque tenía mi trabajo y ganaba más o menos”.
Cubrebocas, guantes y filipina, herramientas indispensables para el contacto con los difuntos, reconoce que al principio rechazaba seguir con la tradición familiar porque no le parecía mucho convivir con los cuerpos, pero al final la curiosidad y apoyar a sus hermanos lo terminó convenciendo.
“Sí te llama la atención y pues ves también el trabajo que es no tan absorbente en un principio, pues tenías suficiente tiempo en el día para dedicarte a lo que tú quisieras y el trabajo se recargaba en las noches o hacías tu guardia de 24 por 24”.
Primer contacto con la muerte
“Con un niño como de 10 años, ese fue el primero. Era bien diferente observarlos a tocarlos; no me gustó, pero ya estaba ahí y tenía que empezar a meter mano”.
A partir de ahí comenzó, se capacitó a través de libros y fue autodidacta. “Te das cuenta que es un oficio más, con pura práctica”.
Dice que uno de los trabajos más complicados para los embalsamadores son las reconstrucciones, debido a lo impactante de la imagen y en algunos casos el olor que desprenden los cuerpos.
“Recuerdo a unos muchachos, eran primos. Encontraron los cuerpos. De ahí otros casos de gente en el Metro, en el canal y de las autopistas donde hay accidentes”.
¿Cómo es el proceso?
Antes de que lleguen los cuerpos a su casa, donde tiene habilitado su centro de trabajo, todo está desinfectado. Los requerimientos de salubridad obligan a que la zona se encuentre esterilizada para no contaminar los cadáveres y evitar la alteración del proceso.
“Llega el cuerpo, se desinfecta y se hace una pequeña incisión en la carótida, dos centímetros, para sacar la arteria e inyectarle un compuesto con formol no puro, glicerina, germicida y alcohol, es decir, un intercambio de líquidos”.
Con ello los cuerpos pueden conservarse varios días gracias a que retrasan el proceso de descomposición natural, solicitado principalmente en largos traslados a los panteones de otros estados.
Los embalsamados, dijo, se practican por ley cuando el viaje rebasa los 300 kilómetros o cuando los muertos ya cumplieron las 48 horas.
“Se trata de cambiar el aspecto físico del difunto, verlo tranquilo porque algunos mueren con cara de ansiedad, susto o dolor entonces al inyectarle se les da masaje en la cara para quitarles esa expresión que tienen y cambie”.
Después de terminar con este proceso los cadáveres se bañan, se visten y se maquillan para que se vean “como dormidos, de eso se trata”, resaltó.
Aún se sorprende
A pesar de contar con más tres lustros de experiencia aún hay casos que lo impresionan, como las personas que fallecen por enfermedades relacionadas al cáncer o que presentan deterioros importantes en su cuerpo.
“Apenas fuimos a uno que tenía larva en su pie izquierdo porque tenía pie diabético y no se trataba, era un indigente. También hay tipos de cáncer que te absorben por un ojo, el cerebro, las glándulas mamarias, imagínate vivir con ese dolor, está canijo”.
Para Nicolás ser embalsamador es un oficio que requiere de mucho valor, ganas y coraje al enfrentarse con la muerte y que contrario a lo que se piensa también padecen de dolor y tristeza con casos de fallecidos especiales.
“Sí tengo sentimientos, se siente feo, me tocó una ocasión una pareja de viejitos, falleció la señora y el señor lloraba mucho por ella, tenían aproximadamente 70 años de vivir juntos y yo decía: ‘este señor también va a fallecer rápido'”.
Negocio familiar
Al igual que él algunos de sus sobrinos tomaron el camino de la preparación de cuerpos, unos localizados en Toluca, otros Nezahualcóyotl y unos más en Chimalhuacán, quienes pretenden continuar con la Dinastía Mayer.
“En la pandemia desgraciadamente nos fue bien a todos aunque yo dejé de trabajar la primera ola, porque era mucho el miedo por no saber a qué te ibas a enfrentar. Todo lo que se relacionara con pulmones no lo trabajaba, pero te das cuenta que el covid atacaba tanto pulmones, riñones, corazón y todo, entonces no me quedó de otra más que entrarle”.
Ahora con la pandemia trabaja con más seguridad que nunca porque tuvo que comprar trajes especiales, cubrebocas y caretas, para poder entregar los cuerpos sin el riesgo de enfermarse. “De mis hermanos que trabajamos en esto, nada más al mayor le dio covid, y a otro que no se dedica a esto también, pero a los demás afortunadamente no. Hubo compañeros que se dedican a lo mismo y fallecieron, entre embalsamadores y funerarios”.
KVS