Entre basura y ratas, la vida en el Multifamiliar Tlalpan

A un año del sismo del 19-S

Los damnificados de la unidad habitacional han tenido que vivir en condiciones insalubres y con el poco apoyo del gobierno capitalino.

Los damnificados viven en tiendas de campaña y casa emergentes. Jezabel Ordoñez
El campamento carece de baños y regaderas que sirvan. Jezabel Ordoñez
Vertedero del Multifamiliar. Jezabel Ordoñez
Jezabel Ordoñez
Ciudad de México /

Desde el puente peatonal que cruza Calzada de Tlalpan se pueden ver las tablas de madera que rodean la zona del multifamiliar y las lonas azules que cubren el campamento, donde para entrar, se debe abrir una pesada puerta de madera que da lugar al hogar donde los damnificados han vivido ahí desde hace un año, en medio de basura, ratas y mal olor. 

En las canchas de futbol, donde antes del sismo del 19 de septiembre había juegos, ahora hay un montón de carpas, casas de plástico emergentes, tiendas de campaña y algunos muebles de vecinos que lograron sacar sus pertencias de los departamentos. 

“Los juegos estaban aquí, pero ya los quitaron porque habrá más casitas emergentes… Los edificios ya estás vacíos porque van a empezar con los procesos de demolición”, dice Ángel Fuentes, un plomero de 50 años, mientras abre la puerta del campamento, donde ha sido su hogar y de otras 13 familias.   

​En el lugar ubicado en la esquina de Calzada de Tlalpan y la calle Cerro San Antonio se respira el olor a orina y excremento de mascotas de algunos vecinos, pues “hay unos que tienen perros y no se hacen responsable de sus desechos”, dice Ángel molesto mientras con una escoba y un recogedor limpia la entrada de su casa. 


El campamento carece de baños y regaderas que funcionen, por lo que los vecinos tuvieron que adaptar un espacio pequeño utilizando lonas de plástico como cortinas y tablas de madera como muros para el lugar con la letrina que utilizan. 

Los vecinos utilizan cubetas que llenan de agua desde una toma a escasos pasos de los baños, y se bañan a jicarazos sentados en un banco de plástico o de pie.   

Aunque el campamento está bardeado con tablas, la gente que pasa caminando sobre la calle de la unidad tiene vista a las canchas donde viven los damnificados y se pueden observar sus tiendas de campaña.

Incluso la zona del baño carece de privacidad, pues aunque utilizan lonas, hay huecos que dejan ver el interior. 

“Hasta ahorita ya no hemos recibido apoyo del gobierno, la delegación sólo puso unos baños que no sirven, no hay duchas, nos prometieron regaderas y aún no las traen, hemos solicitado instalación eléctrica pero no nos responden nada, nos prometieron que por lo menos dos veces por semana iban a venir a hacer limpieza y fumigación porque hay ratas”, acusa Ángel. 

Ángel cuenta que hay días en los que los vecinos sí se organizan para limpiar y lavar los baños pero “hay otros en los que nadie quiere cooperar, yo a veces hago limpieza de los baños porque necesito usarlos y ni modo de entrar cuando están todos cochinos, pero tampoco es obligación de uno lavarlos diario, es de todos, porque todos los usamos”, platica. 

Atracos e intentos de secuestro, intranquilidad en el campamento

La seguridad también se ha visto amenazada, Ángel recuerda que una vez unos hombres le sacaron una pistola en la noche antes de entrar al campamento y se metieron a robar bolsas de despensa y ropa.   

Incluso relata que otro hombre intentó robarse a un niño dentro del campamento, sin embargo, los vecinos se percataron y denunciaron al sujeto. 

La zona en donde instalaban las mesas de diálogo del grupo Damnificados Unidos, realizaban obras de teatro, ballet y juegos para los pequeños, ahora sólo es un espacio para basura, juguetes de los niños del campamento, muebles, sillones rotos, heces de perro y bolsas con ropa apolillada y con chinches. 

Como Ángel, varios viven en las casas emergentes de plástico donadas por países como China, Rusia e instituciones privadas, las cuales fueron instaladas por los propios vecinos. 

Estas casas miden unos 3x2 metros y llegan a habitar hasta cinco personas, hay espacio para una cama, un buró y algunas mudas de ropa, por lo que otros muebles y electrodomésticos fueron dejados en el campamento, otros tirados a la basura y unos los guardaron en las bodegas de la unidad.   


El vertedero del Multifamiliar ya rebasó su capacidad y se ha convertido en un lugar para tirar pantalones, zapatos, comedores, roperos y colchones, además de desechos orgánicos, pañales, papeles higiénicos usados, envolturas y desperdicios. 

La ‘montaña’ de deshechos ha atraído a pepenadores que con ayuda de carretas se llevan todos los desperdicios que puedan y que de alguna manera ayudan a limpiar y disminuir la basura. 


La gente trata de hacer su vida lo más normal posible, algunos lavan su ropa a mano con una cubeta y jabón, otros usan lavadoras conectadas a enchufes que están a la intemperie y las prendas las cuelgan en lazos afuera de sus casas. 

La familia Beltrán cuenta que llevaban viviendo casi 20 años en uno de los edificios que salió dañado por el sismo y tuvieron que guardar sus muebles en un espacio rentado y pagar la renta de un departamento más chico con el apoyo de 3 mil pesos que les da el gobierno desde julio y que recibirán durante cinco meses más, pese a que los trabajos de rehabilitación tardarán por lo menos un año.   

“Donde ahora vivimos no se compara con nuestro departamento en donde crecieron nuestras hijas, con nuestras recámaras y cada quien su privacidad, ahora sólo estamos en un cuartito de 3x6 metros con dos camas, una tele y un ropero con nuestra ropa”, dice Eduardo Beltrán, padre de dos hijas. 

Estos trabajos de rehabilitación comenzaron ya desde el 22 de julio y se harán en nueve de los once edificios y en donde se han estado haciendo trabajos preliminares, como retirar el cableado, reparar muros y vaciar cisternas, mientras que en el edificio derrumbado se están demoliendo los cimientos.

Ángel recuerda que las semanas posteriores al sismo había mucha organización entre los vecinos para hacer de comer, realizar brigadas de vigilancia y grupos de limpieza, pero se empezaron a desintegrar y la convivencia familiar se empezó a alterar. 

“Comenzaron los problemas, el hartazgo y la apatía de todos iba saliendo a medida que la gente se empezaba a desesperar de no vivir en sus casas, hasta yo me empecé a hartar de ver a mis hijos todos los días, de ver cómo se iban a la escuela incluso con dos o tres días sin bañarse... terminaron hartándose y se fueron, de vez en cuando vienen a verme, pero no son las condiciones adecuadas”, cuenta Ángel con voz entrecortada. 
“Ya no hay organización, el gobierno tiene la culpa de la alteración del ambiente familiar, son daños colaterales que nos deja el temblor, pero si se hubieran puesto las pilas desde el principio esto no pasaría”, dice entre lágrimas.   

Ángel reconoce que a un año del sismo la situación se sigue tornando alarmante porque aún se sienten abandonados por el gobierno, sin embargo espera que la reconstrucción se lleve con responsabilidad y “que la nueva jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, tome la iniciativa de hacer un puente de entendimiento para nosotros los damnificados, y que no se olvide de nosotros, porque ese es nuestro temor”. 

“Si no aprendimos del terremoto del 85 y de este temblor, la situación no va a cambiar, el gobierno se debe de hacer responsable… yo quisiera que después de la reconstrucción mi familia regrese conmigo, tener otra vez mi departamento y darle las bendiciones a mi casa”, admite Ángel. 


JOS

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