'El Gallo de Oro', la cantina del Centro Histórico que aún resiste a la pandemia

La cantina más antigua de la Ciudad de México corre el riesgo de cerrar ante la baja clientela, su gerente afirma que "seguimos de pie porque no pagamos renta; si no, desde marzo del año pasado hubiéramos cerrado definitivamente".

La cantina El Gallo de Oro, ubicado en calles del Centro Histórico (Captura: Google Eatrh)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

En el número 35 de la ruidosa calle de Venustiano Carranza, esquina con Bolívar, se encuentra la cantina más antigua de Ciudad de México: El Gallo de Oro, donde el gerente Enrique Valle te detalla la situación de dos, tres calles a la redonda, mientras pica trocitos de jícama con chile.

“La primera cantina que cerró por la pandemia fue La Vaquita, que estaba acá atrás, en Isabel La Católica. Ya no pudieron pagar la renta. Esa cantina tenía más de 100 años. Qué ricas eran sus tortas de chorizo con huevo. Supe que los dueños del lugar están pidiendo un millón de pesos para la licencia y 60 mil de renta. Así no creo que la vayan a abrir pronto", dijo su gerente.
“Después cerró el Salón Luz. ¿Te acuerdas? Estaba sobre Venustiano Carranza. Era famoso por su comida mexico-alemana. La tártara les quedaba fantástica. Si mal no recuerdo, esa cantina la abrieron en 1935. Cerró porque la renta era de 100 mil pesos. La calle Gante es muy cara para arrendar comercios. La semana pasada cerró La India. Don Manuel, el que era el dueño, me contó que ya no podía para los 50 mil pesos que le cobraban de renta. Yo estuve en la celebración de los 100 años de la cantina. Buena para las tortas y para la botana”.
—¿Y a ustedes cómo les ha pegado la pandemia? Se pregunta al fondo de la cantina, por donde hay una puerta que da a una suerte de patio.

—Nosotros seguimos de pie porque no pagamos renta. Si no, desde marzo del año pasado hubiéramos cerrado definitivamente.

Entonces Enrique te cuenta que en marzo bajaron la cortina y que la subieron hasta septiembre. Que empezaba a recuperarse, cuando vino la segunda ola del coronavirus. “Haber cerrado a mitad de diciembre y todo enero nos orilló a despedir a 12 de nuestros 17 empleados”.

La licencia de El Gallo de Oro, que data de 1874, fue la segunda que se entregó en México para una cantina. La primera se la otorgaron a El Nivel, en la calle de Moneda, en 1857, cantina ya desaparecida.

El Gallo de Oro es famosa por su vasta comida, por los gabinetes en forma de herradura y, claro, por todos aquellos personajes que han desfilado por ahí.

“Mi abuelo, don Ramón Valle, era un hombre que arriaba vacas en España y que se vino a México a los 16 años. Para los 21, en 1920, ya era dueño de la cantina: se la compró a Emeterio Solorio, un paisano suyo. Nos contaba que en El Gallo de Oro ocurrió la verdadera fundación de la Secretaría de Educación Pública, pues Justo Sierra se la pasaba aquí. Mi abuelo leyó mucho en México, y a quien le pedía libros prestados era a Mariano Azuela”.

La clientela básica de El Gallo de Oro son los empleados del gobierno y del sector financiero del centro histórico. “Pero como la mayoría está trabajando desde casa, nuestros clientes se han reducido a los turistas locales y uno que otro que no tiene miedo”.

—¿Y hasta cuándo cree resistir, don Enrique?

—Pues si para mayo o junio esto no se compone, no veo otra salida más que bajar la cortina y apagar la luz. Me duele porque es un negocio familiar. Pero no puedo mantener un negocio donde a diario vendo el 5 por ciento de lo que vendía antes”.

—¿La está pasando peor ahora que cuando ocurrió el terremoto del 85 y tuvo que cerrar como medio año?

—En el terremoto la vimos dura, sin duda. Pero había gente y dinero, además de que el ejército nos ayudó. La pandemia no tiene comparación. Esta madre ha arrasado con todo. Ayer cerramos a las 7.30 de la noche porque no había una sola alma en el centro. En el terremoto, siempre hubo gente.

Don Enrique es de las personas que cree que si la oposición a Morena estuviera gobernando, “ya hubiera comprado las vacunas" y  seguramente "se hubieran enriquecido los mismos cabrones de siempre", pero ya estaríamos vacunados y la economía estaría funcionando.

Ahora, con las finanzas cojas, don Enrique te dice que se han tenido que ayudar entre ellos mismos ante la falta de apoyos gubernamentales. "Los 25 mil pesos que me dieron de crédito en la ciudad, se los devolví al gobierno pagando las cuotas del seguro social”.

—¿Y cómo ha ayudado a los otros?

—Tengo inquilinos y les cobro lo que puedan pagarme. Todos estamos fregados. No estás para saberlo, pero he tenido que maniobrar las tarjetas para pagar la colegiatura de mi hijo. Te digo que esto está bien cabrón.

Ayer, el menú era sopa de papa, ensalada de atún o arroz, res en salsa verde o albóndigas en chipotle, y natilla de piña. Pero dicen que la paella y los pepitos son lo máximo.

​dmr

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