Gonzalo lleva 40 años vendiendo globos en León y ayudó a sus hijos a cumplir su sueño de estudiar en el extranjero

Con esfuerzo, tradición y un carrito lleno de globos, Gonzalo Espino sostuvo a su familia durante décadas. Hoy, su trabajo honrado le permitió a sus hijos estudiar en Alemania y Colombia.

Gonzalo se dedica a vender globos en el Centro de León.
Monserrat Yepez
León /

Gonzalo Espino Vega lleva 40 años dedicándose a la venta de globos en la zona centro de León. Todos los días, desde el mediodía, se instala afuera de la Parroquia del Sagrario, donde espera a los visitantes que se dan cita en la plaza principal.

Actualmente, don Gonzalo se resguarda bajo los árboles del centro, pues permanece ahí desde las 12 del día hasta cerca de las 7 de la noche. Cada mañana, saca su carrito de globos desde su casa, ubicada sobre el bulevar Adolfo López Mateos, lo que le facilita el traslado.

Los globos en la plaza principal se han convertido en una tradición para los leoneses. Es común que, en cada visita al centro, muchas personas se lleven un globo como recuerdo, con precios que van desde los 20 hasta más de 100 pesos, dependiendo del tamaño y diseño.

Gracias a este oficio, Gonzalo ha podido sostener a su familia sin pasar carencias. Afirma que nunca le ha faltado nada, pues la venta de globos, una tradición que ha pasado de generación en generación en su familia, le ha permitido incluso costear los estudios de sus hijos. Uno de ellos actualmente estudia en Alemania y otro más en Colombia.

“Es tradición, nosotros estamos aquí por la tradición de los globos. Se sigue vendiendo igual”, comenta Gonzalo Espino Vega.

Don Gonzalo elabora alrededor de 30 globos diarios. Algunos días logra venderlos todos; en otros, le quedan algunos que utiliza para continuar la venta al día siguiente. Sus globos, muchos con forma de unicornio o figuras llamativas, llevan popotes, cinta y esferas de plástico que permiten que se deslicen por el pavimento, encantando tanto a niños como a adultos que se acercan al colorido carrito.

Uno de los mayores placeres para don Gonzalo es ver cómo las familias, sobre todo los niños, se emocionan al comprar sus globos. Disfruta del intercambio de palabras y emociones entre los pequeños y los adultos que los acompañan.

“La gente a veces se enoja porque no les quieren comprar, pero los niños terminan convenciéndolos; hasta patalean”, relata entre risas.

Aunque don Gonzalo sabe que sus hijos no continuarán con la venta de globos, confía en que la vida da muchas vueltas. Cree que esta tradición podría ser útil en cualquier momento de necesidad. Por ahora, asegura que seguirá en su puesto hasta que la vida se lo permita.


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