Aunque hace 48 años Andrea Fernández tenía cinco años de edad, recuerda lo que ocurrió y vivió el 11 de septiembre de 1973 cuando el Ejército chileno, encabezado por Augusto Pinochet, perpetró el golpe de Estado que puso fin al gobierno y la vida de Salvador Allende, el primer presidente marxista elegido de forma democrática en unas elecciones.
“Lo primero que se me viene a la mente es un cuarto de mi casa, donde vivía en la ciudad de Concepción, en el sur de Chile, y mis papás me dijeron que no había escuela ese día. Iba al kínder, y a mí de verdad que me gustaba mucho ir a la escuela y no sé por qué apareció una torta, un pastel, ahí. No sé, la verdad no sabría explicártelo”.
Sin embargo, con mayor precisión y detalle pudo contar lo que presenció los días posteriores al caminar por la calle de la mano de su padre:
“Íbamos a la panadería, La Estrellita, se llamaba. Muy cerca de nuestra casa. Recuerdo que de una casa verde, que estaba en una esquina, en la calle Cruz, los militares entraban y salían, y había una gran fogata afuera porque estaban quemando libros, cosa que a mí me impactó terriblemente. Es como de las imágenes que tengo de niña que todavía no me logro sacar. Te puedo decir hasta qué grietas había en esa casa”.
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Esto fue una experiencia muy fuerte, más aun por las indicaciones de su padre de que caminara rápido y no observara: “Tenía cinco años y no podía entender cómo estaban quemando tantos libros porque en mi casa se leía mucho, había muchos libros (...) Lo que recuerdo es la explicación de mi papá de lo que estaba sucediendo, de no poder salir en la noche, del toque de queda, de las tanquetas en las calles, que los milicos habían matado al Presidente y que era un golpe de Estado”.
Otro de sus recuerdos ocurrió cinco años después: “Lo segundo más feo que me pasó de chica fue cuando tenía como diez años. Estábamos durmiendo, vivía en una casa muy grande y tenía dos recámaras grandes al frente, que mi papá rentaba a estudiantes. Un día en la noche tocaron a la puerta, los estudiantes que rentaban abrieron y lo único que recuerdo fue que entraron unos tipos armados a mi cuarto, me apuntaron a la cabeza y me hicieron pararme, ‘párate de la cama’. Nos hicieron ponernos en la sala (...) era la Central Nacional de Informaciones y se llevaron a mi papá preso”.
Mientras los sujetos les apuntaban, preguntaron dónde estaban las armas que supuestamente su padre ocultaba. “Obviamente no había nada. Mi papá estuvo diez días desaparecido hasta que mi mamá puso un amparo en la Fiscalía de la Solidaridad y lo entregaron. Lo torturaron, lo vejaron. Fue preso político”.
De igual forma, Andrea recuerda que meses posteriores empezaron a padecer penurias económicas, porque su padre fue cesado del trabajo por su apoyo a los cordones de obreros.
"Mi padre es militante comunista y obviamente quedó en las Listas Rojas que se le llamaban, de que no se le podía contratar. Fue despedido. En la empresa donde laboraba hacía embobinados de motores porque tiene una carrera de técnico electricista. Toda mi familia es militante hasta el día de hoy. Mi papá desde los 15 años empezó a militar en la Juventud Comunista”.
Ante esta crisis, un año después la familia vendió su bicicleta, “porque ya no había para comer y así sucesivamente, libros, discos. Cuando tenía nueve años recibí el último regalo de Navidad, que fue un oso que mi papá compró con mucho esfuerzo, no sé cómo”.
Esta misma situación la padecieron miles de chilenos durante muchos años porque no había trabajo para la gente que era partidaria de la Unidad Popular, que lleva al gobierno a Salvador Allende, recuerda Andrea.
Ante esta situación, su familia recibió refugio económico de Australia, “que es diferente a exilio, aunque no sé si tan distinto, pero sí el tener que dejar tu país después de ser preso político, de estar en manos de la Policía Secreta de Pinochet, pues, obviamente, de no conseguir trabajo”.
Ella, por su parte, se fue a Argentina y después, gracias a la Fundación Acnur, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, arriba a México junto con su hija. Por último, señaló que sus padres jamás dejaron de participar en las marchas que iniciaron entre 1980 y 1981, contra la dictadura. Estos son los recuerdos de Andrea, a 48 años del día que marcó la historia de un país y de su vida.
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