Y el tren no paraba. “Su ruido” era ensordecedor. Los más pequeños creían estar escuchando su paso por toda la ciudad, pero lo que se oía, en realidad, esa madrugada del 19 de septiembre de 1955 era el impacto del Hilda.
La entrada a Tampico del ciclón categoría 4 y la posterior inundación, provocaron la destrucción de la ciudad, dejando más de 50 mil damnificados y al menos 12 mil muertos.
Con el agua que bajó por el río Guayalejo del huracán Gladys, más la acumulada del Janeth en la cuenca del Pánuco, la inundación creció de una manera impresionante.
En la Aduana el nivel del agua aumentó hasta seis metros; sucia, con animales muertos, serpientes y troncos, pasaba a una velocidad de más de 100 kilómetros por hora.
Ricos y pobres se quedaron sin nada. Miles perdieron todas sus pertenencias. Y lo más doloroso: mucha gente murió. Algunas familias vieron cómo el agua le arrancaba la vida a sus seres queridos; otras simplemente no volvieron a saber de ellos.
En la plaza de la Libertad se veían pasar entre la corriente de agua, árboles con gente amarrada a ellos y algunas personas les aventaban lazos con la intención de salvar a quienes se aferraban a la vida. Solo una bebé pudo ser rescatada.
“Nuestra huasteca casi desapareció”, narró en 2018 el entonces cronista Marco Flores, ya fallecido. En una entrevista para MILENIO Tamaulipas, contó que en playa Miramar había una fosa común donde se arrojaron miles de muertos sin identificar.
“La gente empezó a sentir desamparo, no tenía ni ropa. Hasta que empezó a llegar la ayuda internacional; las filas en los centros de acopio eran de una manzana completa”.
Vino después la reconstrucción de la ciudad, tras las grandes enseñanzas que dejó la peor tragedia que se ha vivido jamás en la zona.
“Tampico había sido muy golpeado, primero por la expropiación petrolera y después porque durante la Segunda Guerra Mundial se cerró el puerto. Habíamos dejado de tener carnavales, se tuvo una depresión y llega el ciclón”, expresó en su momento.
Lo positivo del fenómeno es que finalmente vino a destrabar la economía de la ciudad; Tampico pudo levantarse y mantenerse de pie, pues hubo grandes cambios y transformaciones. Las crisis son también para crecer.
El historiador mencionó que desde tiempos prehispánicos, se construyó en la parte alta, pero al paso del tiempo la costumbre de hacerlo en zonas bajas, a pesar de ser inundables, es algo que la naturaleza nunca perdona.
“Si volviéramos a tener un fenómeno de esta naturaleza sería terrible. Ahora hay un problema mayor: la basura enterrada en mantos freáticos y la que generamos, lo que aceleraría una inundación y la podría volver de mayores dimensiones”.
Es importante, dijo entonces, la planeación y la prevención, pues la naturaleza nos puede volver a destruir.
El peor desastre del siglo XX
Tampico vivió el peor desastre del siglo XX, subraya el investigador Francisco Ramos Alcocer, quien por más de 20 años ha documentado la historia del huracán que azotó sin piedad el sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz, desastre que dejó al 85% de la población damnificada.
“El río Pánuco arrastró muchos cadáveres de personas y animales de todo tipo, toda la gente que se iba muriendo la iban enterrando para evitar epidemias”, expone.
Pese a que fue un fenómeno único en la región, al paso del tiempo no se le ha dado la atención debida. “Esto sucede porque los ciclones nos dejaron de afectar y no existe una cultura de prevención ciudadana”.
El riesgo está latente, advierte, porque la zona está rodeada de agua, con un Golfo de México y un sistema lagunario alimentado por uno de los ríos más grandes del país, como es el Pánuco.
Hace 66 años, el 18 de septiembre fue domingo. Para entonces ya se sabía que iba a pegar un ciclón, pues los periódicos lo habían advertido.
“No va a pasar nada, dijeron muchos y otros no tenían idea de lo que era un huracán porque jamás habían estado en uno; no hicieron caso, no se previnieron”, relata Ramos.
No existía entonces un sistema de Protección Civil como el de ahora, por lo que los gobiernos municipal y estatal se vieron rebasados. Manuel Ravizé era el alcalde en esa época y de gobernador estaba Gustavo Terán.
“Por la noche empieza a sentirse el aire cada vez más fuerte. La mayoría de las casas eran de madera y techo de lámina, muchas sucumbieron ante la furia del huracán y todo se acabó para sus moradores”.
Al empezar a inundarse la colonia Morelos, las familias salen de sus casas en plena madrugada. Ya para ese momento se había cortado la luz con el fin de evitar que alguien resultara electrocutado.
Las ráfagas de viento hicieron que los techos de las casas salieran volando y decapitaran a algunas personas que encontraron a su paso.
“Fueron muchas historias de dolor, de gente que lo perdió todo e incluso hubo quienes se suicidaron tras perder a sus seres queridos en el ciclón. Está documentado que vinieron especialistas a ayudar a la población que estaba en shock, muy mal mental y emocionalmente por todo lo que había vivido”.
Ramos Alcocer refiere también que muchas familias se desintegraron porque además de la pérdida de vidas, hubo una migración forzada de mujeres y niños en tanto los hombres ayudaban a reconstruir la ciudad.
Visto en retrospectiva, el historiador comenta que “lo que pasó en Tula, pasó en Tampico”, por lo que llama a prevenir otra tragedia que podría tomar mayores dimensiones debido al crecimiento de la población.
La tragedia del Hilda dejó las bases para que la Secretaría de la Defensa Nacional creara el Plan de Auxilio a la Población Civil en casos de desastre, denominado DNIII.
No estamos exentos
El presidente del Colegio de Ingenieros Civiles en Tamaulipas, Alfredo Trejos de la Peña, tenía cuatro años de edad cuando le tocó vivir el suceso del Hilda.
Recuerda como si fuera ayer, cuando estando en su hogar ubicado en la avenida Ejército Mexicano a un costado de la pasteurizadora HillCrest, empezó a observar esa noche la fuerza de los vientos.
“Papá como ingeniero civil de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos tuvo que irse después a trabajar en las brigadas y mamá que era enfermera acudió a apoyar a muchas personas que necesitaban primeros auxilios”.
Su hermanita y él se quedaron solos y en un avión de carga de la Marina fueron enviados a la Ciudad de México con su abuela paterna, en tanto sus padres podían atenderlos.
A su regreso, 22 días después su progenitor los llevó a la playa, donde recuerda, el olor era insoportable. “Vimos la destrucción de los cadáveres en la orilla”.
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El representante de los ingenieros civiles llama a los tres niveles de gobierno a no confiarse e implementar todas las acciones que sean necesarias para saber cómo actuar en caso de un huracán, del cual no estamos exentos.
“La zona es muy vulnerable, estamos rodeados de agua, hay sectores con desarrollos urbanos en sitios inundables; en Madero hay predios por debajo del nivel del mar y el puerto industrial está hecho sobre las marismas”.
El cordón litoral, agrega, es una infraestructura que debe tenerse lista para evitar un desastre mayor, pero también es necesario que la población sepa cómo y cuándo evacuar y que esté consciente de los riesgos que corre.
Una nueva esperanza
Del 19 al 30 de septiembre se trajeron alimentos y ayuda médica para las poblaciones afectadas por el ciclón Hilda. Se realizó un puente aéreo con el apoyo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos que trajo tres helicópteros doble hélice estableciendo su base en el aeropuerto internacional Francisco Javier Mina.
“El día primero de octubre de 1955 el portaviones CVL48 Spain de la Marina de los Estados Unidos, se dirigía rumbo a la península de Yucatán, ya que iba a socorrer a la población de esa zona, pero fondeó frente a las escolleras para ver la situación de la región huasteca y mandó un avión de reconocimiento, con lo que se dieron cuenta del gran desastre que venía para Tampico".
EAS