“¿Ves esos libros que estás leyendo? Tú estuviste ahí, yo te saqué de ahí y tu papá estuvo pendiente de nosotras, pero él tuvo que quedarse a servir a su país”, es lo que Silvia espera decirle a Cristina en algunos años, cuando los libros de historia cuenten el conflicto entre Rusia y Ucrania, y su hija aparezca como uno de los rostros de los 2.8 millones de niños y niñas desplazadas.
Es Cristina, la bebé que armada con un mameluco térmico rosado con estrellas blancas y un gorro con peluche, que hacía gestos y “ojitos” ante cualquier cámara. La historia de la pequeña que acababa de dejar a su padre en la zona de guerra mientras su madre transitó más de 10 mil kilómetros para ponerla a salvo con su familia mexicana.
Aquel mameluco que protegía a Cristina de los hasta menos 13 grados en Ucrania y Rumania, fue reemplazado por un traje de baño rosado con holanes, que hoy asombra las olas de Nayarit.
Foto: Jannet López Ponce
A un mes de que Silvia y Cristina llegaran a México en un vuelo de la Fuerza Aérea Mexicana, MILENIO las visitó en Tepic, su nuevo hogar hasta que la guerra así lo decida.
La vida de la mexicana-ucraniana pareciera normal para una niña de un año y medio de edad: sonríe, su característico repertorio de muecas es más extenso gracias a las aportaciones de su abuelo, se deja chiquear por su abuela y ve a su papá todas las mañanas… pero no, eso no lo hace como cualquier bebé .
Su padre Denis aparece en una pantalla a 10 mil kilómetros de distancia, a oscuras para no ser detectado, en casa de su madre que se resiste a dejar su hogar porque no quiere verlo vandalizado por grupos prorrusos, con la amenaza de perder el internet ante la ofensiva que avanza cada más cerca de Járkov. Con la incertidumbre de que, en cualquier momento, una bomba caiga cerca de ellos o que sea llamado a la zona de combate para defender a su patria. Y por ahora, con el deber intacto de mantener contacto con su familia, mientras el conflicto armado se lo permita.
“Justo hoy para mí fue muy fuerte, porque me dijo que les cortaron la energía, que estuvieron sin energía eléctrica, que si en los próximos días no es posible comunicarnos que no me preocupe, ¡pero imagínate! Yo sigo viendo noticias, sigo viendo los bombarderos, sigo viendo los ataques en la ciudad, cómo está intensificándose en la ciudad en la que vivimos y él me dice esto, pues se me cayó el mundo porque es la forma de yo saber que está bien”.
Foto: Jannet López Ponce
Silvia está a salvo, pero la atormenta saber que ella estuvo en esa zona de guerra y que quizá como ella lo hizo con su familia, hoy su esposo le mienta para verla tranquila.
“Es muy, muy, muy difícil porque cuando yo estaba allá, yo esperaba la hora para comunicarme con mi familia, hacerme mi momento de bien, decirles 'todo está bien, mírenme a mí, yo estoy bien, no se dejen llevar por las noticias', era como creérmela yo misma, pero yo sabía lo que estaba pasando.
“Entonces, siento que ahora él me lo está diciendo 'mira, todo está bien, yo estoy bien', yo le digo 'yo veo tu cara, dime la verdad', 'no, es la verdad', '¿y tienes para comer?', 'sí, sí tengo para comer', pero yo sigo recibiendo las alertas, sé cómo se está intensificando en la ciudad, están invitando a evacuar la ciudad, entonces sí es algo muy, muy, muy fuerte y muy difícil”.
Recuerda el trayecto que enfrentó durante cuatro días para llegar a Bucarest en Rumania, con un taxista voluntario al que no conocía y del que no tenía certeza que la llevara a un lugar seguro con su hija.
“Fue una moneda al aire, Denis no sabía si iba a ser un voluntario real o no, era un taxi, era un coche membretado como un taxi, fue a llevarnos y cuando nos estábamos despidiendo sí fue algo muy fuerte porque por la ventana nos decíamos adiós y la nena le lloraba, era la primera vez que iba en un coche sola, sin papá. Cuando nos fuimos a mí me daba mucho miedo, sí, claro que tenía miedo”.
Casi 100 horas entre carretera, refugios y escalas, las llevaron a la capital rumana, de donde salieron el 15 de marzo con ayuda de la cancillería mexicana y la Secretaría de la Defensa Nacional, que tras 21 horas de vuelo las trajeron a México.
“Cuando llegamos a Tepic fue como que estaba saliendo el sol, nos recibieron incluso con mariachi, estaba mi familia, amigos ahí en el aeropuerto; nos recibieron con la bandera de México y la bandera de Ucrania, la gente con mucho amor y sentí eso, que ya estaba con mi gente, en mi tierra, con mi familia, pero eran sentimientos encontrados, sentirme protegida pero también decir 'me falta, me falta Denis”.
Por ahora, el consuelo de ambos es que se ven en una pantalla, que Cristina sonríe, que le da besos al teléfono al ver la fotografía que se tomaron al despedirse en Ucrania, que conoció el mar y no le temió a las olas. Y que quizá en poco tiempo, puedan volver a estar juntos, para contar en unos años, que conocieron el verdadero significado de la valentía y libraron la invasión rusa.
“Yo quiero que ella sepa que es una niña muy fuerte, que es una niña muy valiente, quiero decirle que sus papás fueron fuertes también por ella, que nos hizo y nos dio la fuerza para volar hasta acá, primero para salir de ahí. Quiero que esto sea lo que ella recuerde, que es una niña que ya libró una guerra, puede hacer y llegar a donde ella quiera”.
DMZ