María, una mujer que ha visto la muerte en tres ocasiones y hoy cuenta sus experiencias

María es una mujer que ha sobrevivido a fortuitos sucesos que han puesto su vida al hilo de la muerte. Ésta es su historia.

Ha visto lo frágil que es la vida.
Claudia Hidalgo
Toluca /

Desde niña a María se le erizaba la piel de repente. Su abuela, con quien creció los primeros años de su vida, solía decirle que era el paso de “la muerte chiquita” porque si hubiera sido la grande se la habría llevado.

Con el tiempo aprendió que la muerte no sólo pone los pelos de punta, sino que es capaz de sobreponer en un segundo las principales imágenes de su vida para de repente apagar la luz, como en aquel baile al cual más le habría valido no ir.

Eran mediados de los años 70, no recuerda si tenía 19, 20 o 22 años, ya todo es muy confuso, ubica ese tiempo en su juventud, cuando los bailes populares estaban en pleno apogeo y ella al igual que la demás gente se ponía sus mejores galas para sacarle brillo al piso y conocer algún pretendiente más.

Ese domingo se presentaban los Ángeles Negros, los Xochimilca y Javier Pazos en el Auditorio Municipal de Metepec, donde hoy se alberga el famoso Museo del Barro, con un enorme portón negro y unas grandes paredes que por última vez retumbaron con la música, los interminables gritos y disparos que tumbaron a cerca de 30 asistentes.

Ya habían puesto el ambiente los Xochimilcas, era el turno de Javier Pazos y su orquesta cuando todo fue confusión, la gente se amotinó en un costado del auditorio, nadie podía entrar ni salir, el cantante les pedía no acercarse a la puerta porque afuera estaba peor.

Unos corrían y otros caían golpeados por varios hombres que sorrajaban las sillas de fierro a quien se pusiera enfrente. María cayó entre la gente, le pisaron las manos, las piernas, perdió un zapato y otro; entre la confusión alcanzó a oler la sangre y el miedo que se esparcía por todos lados.

Alzó las manos pidiendo ayuda cuando un hombre alzó una silla en lo alto para azotarla en su cabeza. En ese momento vio pasar toda su vida en un segundo, sólo alcanzó a gritar “abue” y se tapó la cara con las manos, inclinada al suelo. Sintió cómo su cuerpo se bañó de sudor, pero el golpe no llegó, retiró sus manos de la cara y el hombre ya no estaba, en su lugar su novio la levantó de un brazo, la llevó arriba de unos bultos de cemento donde varias personas estaban trepadas.

En ese momento vio caer a una mujer embarazada, a uno y otro que seguían a ras del suelo, rafageados por balazos que se propagaron a diestra y siniestra. A su lado la cuidaba Enrique, aquel novio del cual había escapado esa noche en busca de aventura, una aventura que en unos minutos la hizo caminar por el hilo de la muerte.

Fue su novio quien la rescató. (Foto/Unsplash)

Segundo encuentro

Años más tarde iba a bajar del camión, sobre Tollocan, para ir a su trabajo, sobre Isidro Fabela. Descendieron uno, dos quien sabe cuántos, le tocó el turno a ella y cuando aún se sostenía de la barra, el chofer cerró la puerta y arrancó a toda velocidad.

No pudo sacar el brazo, la piel de sus rodillas quedó pegada sobre varios metros de cinta asfáltica, mientras la música retumbaba al interior de la unidad y la gente gritaba “pare, pare”. El dolor, el miedo y la angustia le hicieron transitar de un mundo a otro. Volvió a ver su mundo en unos segundos; sintió que moría.

A décadas de ese incidente sus rodillas no olvidan el traumatismo ni el chapopote incrustado en la piel. La operación no fue suficiente, ya nunca serán como antes.

Pero esas no han sido las únicas ocasiones que ella ha estado cerca de la muerte. La ha visto desfilar cerca de los suyos, primero con su abuela, años más tarde sus dos hermanos y los dos primos que su madre cuidó desde que eran niños como si fueran propios, hasta que se casaron y formaron su propia familia.

El chofer cerró la puerta y arrancó a toda velocidad. (Melanie Torres)

Tercer encuentro

Hace apenas un año y medio volvió a estar de frente a la muerte con la aparición de cáncer en su cuerpo, además de sus pulmones severamente dañados y una grave desnutrición que le impidió levantarse de la cama. Su cuerpo cansado se negaba a luchar por seguir aquí, asumió que la tercera era la vencida.

El ambiente de desolación que trajo la pandemia, el ver luchar a mucha gente la hizo aferrarse a la vida. No logró terminar sus quimios porque su médula ósea ya no lo permitía. Decidió no verificar si el cáncer se había ido y pensar que ya está bien; su cabello ya creció aunque no logra superar los 45 kilos de peso y los pulmones le obstruyen la respiración, sin contar que la artritis se apodera de sus huesos y el frío de todo su cuerpo.

Este es el segundo año que no acude a velar al panteón. A donde nunca faltó desde que falleció su abuela, pero sigue colocando su ofrenda: mole, tamales, fruta, pan, flores, ceras y vino para honrar la vida y muerte, todo a un mismo tiempo.

KVS

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