Tomás, un líder comunitario en su poblado de Camotán, en el departamento de Chiquimula, Guatemala, fue víctima del incendio en estación de INAMI y ahora busca por salvar su brazo, consecuencia del siniestro.
Tomás -nombre ficticio que tendrá el afectado- salió de su hogar en marzo pasado, rumbo a Estados Unidos, pero a unos kilómetros de llegar a su destino fue encerrado por autoridades migratorias en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Tomás apenas sobrevivió al incendio, que se generó tras un motín de migrantes desesperados por su detención. Ahora corre el peligro de que, si los injertos de piel son rechazados por su brazo, se lo tengan que amputar.
“Yo lo que recuerdo es que los que estaban ahí tiraron fuego en los colchones, sí, yo nada más recuerdo que cuando vi que pasó eso me fui para el baño porque yo no quería quemarme, es lo que no quería, iba para el baño pero ya me levanté y sentí cómo me quemé, sentí cómo caí al piso y cuando yo me desperté ya estaba en el hospital de Juárez”, contó en entrevista para MILENIO el joven de 22 años, quien pidió mantener su identidad en anonimato.
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Tomás ganaba 50 quetzales al día, poco más de 100 pesos mexicanos, así que decidió contratar un “pollero” y emprendió el viaje al norte, dejando atrás a sus padres y hermanos. Tardó 8 días en llegar a la frontera entre México y Estados Unidos, todo su trayecto fue por carretera.
Unos días antes del incendio, Tomás fue detenido por agentes del Instituto Nacional de Migración y llevado, con engaños, a un centro de detención provisional, en las oficinas del organismo en Ciudad Juárez: “Lo que me dijeron es que me iban a ayudar.” Dos días después, el 27 de marzo, el infierno se encendió en las celdas. 40 migrantes murieron y 27 resultaron heridos, entre ellos Tomás.
Tuvo que ser intubado tras perder el conocimiento, y eventualmente lo trasladaron a un hospital de la Ciudad de México para ser atendido de forma urgente. Sus representantes legales en México, del Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI), cuentan que aún arroja flemas color oscuro, por el humo que respiró.
Tomás, además, tiene heridas visibles. Sus dos brazos y manos tienen quemaduras de tercer grado que hasta la fecha tiene bajo tratamiento. Su brazo izquierdo corre peligro, pero además, es un impedimento para continuar con su sueño: llegar a Estados Unidos.
“Tuve afectaciones de la mano porque no me pegaba el colgajo. Es lo que más me tardó en el hospital porque no quedaba. Me decían los doctores que (el fuego) había afectado mucho más que la piel. Cuando llevaba 5 días me dijeron que si al otro no quedaba iba a haber amputación de la mano. Incluso agarraron colgajos del brazo, porque de esta mano se le veían los huesos, y como se reventó una vena sangraba, imagínese, ya estaba quemado y se me reventó”, relató a MILENIO.
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Tomás se encuentra en México con un permiso por razones humanitarias, que se renueva cada año, pero no le da derechos. En México, sus defensoras buscan que el INAMI rinda cuentas por lo cometido y haga lo necesario para brindar una reparación digna de los daños a los afectados: “hemos detectado a partir del acompañamiento psicojurídico que hemos realizado que las personas tienen una afectación muy grave emocional, afectaciones inclusive neurológicas y psicológicas, de estrés, de ansiedad, de depresión, de angustia”, dijo en entrevista la coordinadora jurídica en el IMUMI, Lorena Cano.
Están al pendiente, por ejemplo, de las cinco carpetas penales abiertas por el caso, de los procesos abiertos para reparación del daño ante la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y dan seguimiento a una recomendación emitida por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Uno de los procesos más importantes que llevan a cabo es una petición especial al gobierno de Estados Unidos, para que les dé un permiso temporal humanitario, a través de su unidad de derecho estadunidense: “estamos trabajando también en buscar procesos legales para que de manera regular ellos obtengan permiso, que es un ‘parole’ humanitario y puedan finalmente llegar a donde iban”, comentó Cano.
Y es que Tomás, además, acusa que el consulado de Guatemala en México lo ha abandonado, pues no le da apoyo ni orientación, a pesar de que su petición es solo una: “Yo lo que quiero es que me pongan bien la mano.” Porque regresar a su país no es una opción. Él y su familia reunieron, con mucho esfuerzo, los 50 mil quetzales que le cobró el pollero por trasladarlo a la frontera norte, el equivalente a mil días de trabajo en su país.
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HCM