“Me sentía muy mal, yo me quería morir. Me faltaba el aire, casi siempre estuve conectada al aparato de oxígeno y eso me enojaba. Me sentía muy mal, estuve muchos meses en mi cuarto, me sentía señalada y sólo decía ‘me quiero morir, me quiero morir'”, cuenta Esther intentando contener las lágrimas al revivir esos días de contagio, que se han convertido en uno de los recuerdos más dolorosos a sus 93 años.
El grupo de 44 mujeres de la tercera edad de Casa Betti dicen que se sentían como en otro mundo. Cuando la pandemia parecía dejar clara su fuerza, tomaron las medidas más extremas para esquivar al covid: dejaron de ver a sus familias por nueve meses ininterrumpidos; enfermeras, cocineras y demás personal se mudaron al asilo en turnos de 15 días y bloquearon el ingreso de cualquier persona del exterior… pero no fue suficiente. El virus entró y hasta ahora, no se explican cómo.
“Vinieron del sector salud a tomarles las pruebas, como somos asociación de asistencia privada les dimos la oportunidad de que pasaran, no teníamos ninguna con síntoma ni nada, estábamos muy tranquilas pero me dice el doctor ‘tiene 10 personas con covid’, pues no, no puede ser, no lo podía creer”, explica María del Pilar Juárez, la directora del asilo.
MILENIO las visitó en 2020 cuando la pandemia comenzaba y estaban a punto de cerrar sus puertas para evitar contagios. En aquel entonces, escuchaban las noticias con asombro, veían los reportes diarios del número de contagios y de defunciones y no podían más que exclamar rezos y oraciones. No por ellas, sino por los que estaban afuera.
Hicieron todo para que estas mujeres, algunas a punto de cumplir 100 años, otras con discapacidad o demencia, no fueran víctimas de la pandemia. Pero algo falló. Una decena era portadora del virus sin siquiera saberlo, las aislaron para que no contagiaran al resto pero a los pocos días, otras cuatro iniciaron con síntomas hasta que su estado de salud se fue complicando.
“Yo no sabía que tenía covid, nadie sabía. Yo no entendía bien, bien, me sentía muy mal, cansada, desganada, sin ganas de comer. Fueron 40 días los que pasé ahí aislada. No me hallaba, me sentía muy mal, pero tenía que obedecer para no contagiar a mis compañeritas. Lo único que decía era ‘señor ten piedad de mí’, no sentía que me fuera a morir pero no estaba en mis cabales, me sentía fuera de este mundo”.
Rebeca de 86 años, agradece al personal que arriesgó su salud y la acompañó hasta que libró el contagio, aunque su hijo de 64 años no corrió con la misma suerte, mientras ella estaba aislada le dieron la noticia de que tuvieron que hospitalizarlo tras complicaciones por el covid-19. Y días después, le avisaron que había muerto.
“Me dolió hasta el alma. Mi nieta me decía ‘abuelita resiste, no te vayas a decaer, no te vayas a poner mal’, pero Dios me sostuvo. No entiendo, el covid se llevó a mi hijo, tan guapote y a mí que soy más vieja y más achacosa me dejó, solamente Dios sabe para qué”.
De las 14 infectadas, sólo dos salieron del asilo pues sus familias decidieron llevarlas a un hospital en donde creyeron que estarían más seguras, pero dos semanas después fallecieron.
El resto de las residentes tienen sentimientos encontrados. Algunas, como Bertha de 97 años, la de mayor estancia en este asilo, cuenta que se esforzaba por no caer en crisis pero el avance de la pandemia le provocaba ansiedad.
“En el tiempo que yo he vivido sí había enfermedades, pero nunca para preocuparnos de esta manera. El no ver a la familia sí me afectó, no lo demuestro, pero dentro de mí sí sentía pendiente. Hay momentos en que sí me siento nerviosa, sobre todo en las noches, ha habido noches en que me levanto a caminar para calmarme. Y creo que estas cosas hay que verlas seriamente, porque hay algunas que no le dan importancia, yo me dijo hasta en la que tosió, en la que no trae el cubrebocas o suficiente tapado, no quiero ser muy exigente, de todo me conformo porque somos personas diferentes pero es por cuidado de todas”.
Pero hay otras, como Lourdes de 79 años, que no tiene quejas ni preocupaciones: “yo desde chiquilla estuve en un interno, no me extraña estar en un lugar quiera, yo siempre quise esto, tener un lugar en donde estar ya de grande, ahora nos leen la cartilla, ‘no van a salir, no van a tener visitas y esto y lo otro’, y está bien, yo estoy acostumbrada a recibir órdenes”.
Para evitar que el aislamiento y ver a sus familias sólo por videollamadas las deprimiera, el personal hizo de todo. Crearon nuevas actividades, leían, cantaban, rezaban, improvisaban salones de belleza, veían conciertos de Alejandro Fernández en streaming y hasta incursionaron en la actuación con obras de teatro. Lo que para muchas de las residentes, es suficiente para no pensar en la pandemia.
“Aquí nos tienen bien cuidadas, en realidad no se siente el encierro, a mí me gusta porque nuestros santos nos los festejan con pastel, nuestra vela que echa luces así, nos dan unos sombreros para sacarnos fotos, nos leen libros, la verdad no se angustia uno”.
Con la nueva ola de contagios los protocolos se reforzaron y las visitas se volvieron a restringir, lo que después de casi dos años, las viejitas aceptan para no volver a pasar un brote como el que dicen, por milagro libraron.
En la capilla del asilo, los rezos nunca faltan, pero con la llegada de ómicron se intensificaron. En los últimos meses llegaron 12 nuevas residentes que se suman a las oraciones para que la pandemia se vaya, para que se acabe “el demonio de esta enfermedad”.
dmr