Fotografiar a los seres queridos después de la muerte es una actividad que en la actualidad podría ser considerada como “enfermiza” debido a los riesgos sanitarios de mantener los cuerpos en descomposición a la intemperie, además de los motivos religiosos; sin embargo, en Inglaterra durante la era victoriana, es decir, en el siglo XIX, era una forma de honrar a los difuntos y mitigar el duelo.
En las imágenes las personas aparecían como si estuvieran dormidos, reclinados de forma elegante, pero todos estaban muertos. La necrografía es la práctica de registrar a los muertos. En los casos más sublimes el acto se realizaba cuando la gente acababa de fallecer, pero en los más extremos las familias exhumaban los cadáveres y los retrataban.
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En general, estas postales se distinguían porque a los cuerpos les colocaban flores de alcatraz, vendas y moños blancos en un fondo de color negro; este escenario indicaba que la persona estaba fallecida.
Los retratos se imprimían en tarjetas para que los deudos las entregaran a amigos y familiares. Se plasmaban en cuadros de plata, un lujo costoso, aunque insignificante ante la necesidad de preservar el recuerdo, tanto que la necrografía del siglo XIX se volvió un arte.
“Básicamente todo esto es conmemoración, no olvidar a la gente, ese era el objetivo principal que siempre trataron de preservar los fotógrafos que se dedicaban a este oficio. Muchas personas no entendían y hoy en día tampoco se puede entender cómo es posible que hacían este tipo de cosas”, señaló el coleccionista Domenikos Ruiz.
En entrevista para MULTIMEDIOS, el especialista indicó que en dicha época era considerado normal que se conservaran mechones de cabellos en anillos y medallones.
México vivió este episodio, pero con retratos desde el féretro. A finales de 1890 la gente moría joven y los niños fallecían a causa de las pandemias, no obstante, a principios del siglo XX comenzaron a mejorar los servicios sanitarios para aumentar la esperanza de vida y la fotografía instantánea hizo sonar la última campanada de este arte.
Emma, la figura mortuoria de Puebla
Otra de las prácticas comunes de ese tiempo eran las figuras mortuorias que reemplazaban a un ser querido cuando morían, en especial, menores de edad.
Una de esas historias es la de Emma, una niña de tres años de edad que sufrió una muerte de cuna, por lo que su familia decidió inmortalizarla en una pieza con sus dientes y cabellos reales.
“Se decía que el niño o la niña tenía una fase terminal. Se mandaba a hacer una figura a imagen y semejanza del niño o la niña, esa figura debía ser vestida con la ropa que usaba y se le tenía que tomar una foto juntos, mientras estuviera vivo el niño o la niña. Cuando fallecía se le tomaba una necrografía, se hacían rituales y la figura mortuoria tomaba el lugar en la familia del niño”, indica el coleccionista.
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Actualmente, la figura de Emma tiene 127 años. Su familia la trataba como humana, la llamaban por su nombre, pues así eran sus costumbres: “Tenía clases de piano, se le contaban cuentos en la noche, tenía sus horas de comida, sus horas de baño”.
La figura, que es mexicana, está elaborada de porcelana y tiene un mecanismo que la hace cerrar los ojos y llorar. En la espalda está su nombre grabado junto a la causa de su muerte; además, posee el sello de la casa escultora que la creó, la cual es de origen judeo-germana.
¿En dónde está Emma, la muñeca con dientes reales?
La figura llegó a Puebla a través de la donación de los descendientes de la familia. Emma permanece en el Museo de la Bicicleta Antigua y el Objeto, que se ubica en la calle Libertad privada Miguel Hidalgo número 6 de la colonia Benito Juárez, junta auxiliar de San Pablo Xochimehuacan, en la ciudad de Puebla.
Actualmente, ya no resulta factible retratar a los cuerpos sin vida con ornamentas para mantener el recuerdo, ya no se fabrican objetos para reemplazar a un ser querido, pero el ideal de la vida es siendo el mismo. Memento Mori: recuerda de que debes morir.
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