En la esquina que forma la calle Palmas y Naranjo de la colonia Altavista de Tampico, todos los días se encuentra don Noé Robles, uno de los pocos dulceros de vitrina que aún se ven en el puerto.
Desde hace más de 20 años, Noé se dedica a vender cocadas, membrillos, palanquetas, camote y las tradicionales duquesas que son las de mayor demanda, un oficio que al comerciante de 59 años de edad le ha dado muchas satisfacciones como el pagar los estudios de sus dos hijas y mantenerse día a día.
Bajo la sombra de un árbol el comerciante espera paciente a que lleguen sus clientes, lugar en el que hace poco más de 14 años llegó de manera fortuita y para quedarse.
“Yo vendo dulces desde hace más de 15 años; lo compraba aquí en el mercado de Tampico y me iba a Pánuco. En ese tiempo no había mucho transporte, a veces me quedaba a medio camino tirado con todo y mercancía porque viajaba en autobús y a veces se descomponía... nos quedamos el pasaje y el chofer de las famosas “panteras” pero después se vino todo (crisis) para arriba, el pasaje por ejemplo, y ya no pude viajar”.
Resaltan que antes no había tanto transporte como ahora por lo que se batallaba para trasladarse a cualquier lugar “había una terminal ahí por los mercados por el hotel Poza Rica, yo surtía en el mercado y ahí agarraba para Pánuco”.
Los recuerdos, buenos y malos fluyen por la mente de manera inmediata, pero todo enfocado al trabajo.
“He pasado muchas etapas en mi vida, yo antes trabajaba en el corredor industrial, hacía de todo un poco; en ese tiempo si había mucho trabajo, ahí andaba de obrero, de "maistro", anduve de todo y se acabó. Ahí se empezó a batallar mucho para agarrar chamba”.
Con sentimientos encontrados, el dulcero confiesa con tristeza que lo que le empujó a iniciar con la venta de dulces fue su esposa.
“La que me empujó a esto fue mi difunta esposa, en ese tiempo había muchos vendedores, uno se metía a una colonia y se encontraba dos o tres vendedores en donde quiera había. Entonces yo me hice una ruta desde mi casa hasta afuera de los Astilleros de Marina ahí salían a las tres de la tarde y ya cuando terminó la salida de todos los trabajadores me agarré a caminar por todo el bordo hasta la subida del Club de Regatas Corona, después agarraba toda la avenida Chairel para ponerme en la entrada de Comapa”.
Don Noé, cuenta que se aferró a estar afuera de Comapa pero que tras las bajas ventas se desesperó “recuerdo que hacía frío estaba, el ‘chipi chipi’ y no había hecho nada de venta y era precisamente porque ya no había mucha gente, agarré mi vitrina y me vine caminando por toda la avenida Hidalgo, llegué a la calle Olmo y bajé... ya venía muy cansado y dudé porque me dije que ahí siempre hay vendedores, entonces, bajé por esta calle (Palmas) y me paré en esta esquina pero no a vender a descansar, me paro ahí y que se empiezan a parar los carros de dos, de tres y para no hacerla larga, se me vino para abajo la vitrina, nombre en un rato hice la venta sin caminar tanto, el problema era que, dije que ‘si me pongo aquí a la mejor me van a correr porque es una zona residencial’ pero pues, aquí corrí con suerte porque le caí bien a la dueña ”.
La honradez con la que siempre ha trabajado fue puesta a prueba varias veces y siempre salió adelante “fueron varias pruebas que me puso la clientela para saber si yo era mañoso con el dinero, pero gracias a Dios he permanecido aquí por años pues lo más bonito en la vida es ser honesto”.
La voz de Noé se entrecorta, de sus ojos salen lágrimas. “Me pongo así porque me han pasado tantas cosas aquí en este lugar me gano el cariño de la gente, toda la gente me aprecia, y sí, sufrí porque yo no era comerciante, a mí me empujaron para serlo. A mí me daba vergüenza que me vieran con la vitrina, yo sentía que todos se me quedaban viendo pero era una tontería, uno se hace ideas tontas”.
Además de dulces Don Noé también vende mondongo en su casa ubicada en la Colonia Tamaulipas, ahí por la calle 18 de Marzo, los días sábado y domingo.
“Mi esposa me enseñó a hacer el mondongo y gracias todo esto salió para el estudio de mis hijas, del dulce y del mondongo; sólo tuve dos hijas las saqué adelante con todo un poco, casi toda mi juventud la pasé por el corredor Industrial encerrado en las plantas desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche”.
Mientras los recuerdos siguen pasando por su memoria afirma que nunca pensó durar tantos años en lo que él llama la esquinita de la suerte. “Como dice el dicho, ‘esta es la esquinita de la suerte´ porque yo sin querer aquí me puse, nunca pensé que fuera durar tantos años.
Aquí me alumbró el de allá arriba y gracias a él me he salvado de varias”. De nueva cuenta el sentimiento lo hace presa pues rememora aquel día en que su vida estuvo en riesgo tras un choque en contra esquina donde oferta el producto.
“Un día hubo un choque, vi un carro venir a gran velocidad con dirección hacia mi, pero me di cuenta y rápido corrí detrás de este mango, el carro destruyó mi vitrina, todos los dulces quedaron regados, afortunadamente el culpable del choque se hizo responsable y me pagó mis dulces y mi vitrina, y hasta corrí con suerte porque él mandó reparar mi vitrina y no me cobraron nada, la señora del negocio de aluminios no me cobró nada, hasta con esa suerte me tocó”.
La duquesa, un dulce de coco con relleno de merengue, es la que más vende “es la tradicional, aquí sí me la piden mucho, lo demás, todo sale a veces, pero las primeras que se van son las duquesas”.
Mientras el tiempo sigue su marcha, los clientes llegan a la esquina donde espera don Noé “lo que realmente vendo además de ser un postre, es un momento para la gente que endulza su vida”.