Entre las pálidas paredes de carbonato de calcio, realizaban su labor 15 mineros oriundos de la comunidad de San Mateo Huexoyucan, en el estado de Tlaxcala, hacia el año de 1952.
Una pala y un pico eran los únicos instrumentos de trabajo con los que contaban para atosigar de minerales a los enormes camiones de carga que arribaban a las minas cada semana y, de acuerdo con el convenio establecido, era de ciento veinte pesos la recompensa que ellos recibían el séptimo día de su labor por parte de la empresa La Cruz, encargada de transportar y distribuir la materia prima a diferentes sectores, entre ellos Puebla, para la elaboración de su tan representativa Talavera, yeso, gis, entre otros productos.
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Más tarde, 23 años después, las minas seguían en operación. Victorio Valencia Maldonado contó para MULTIMEDIOS Puebla que a sus 16 años, bajaba cada mañana a trabajar en las agotadoras jornadas que terminaban a las 4 de la tarde.
“En 1984, una petición de aumento salarial y regalías por parte del comisariado llevó al cierre definitivo de las minas”, señaló.
Además, la empresa La Cruz, alegando falta de rentabilidad, dio fin a sus actividades mineras y abandonó el sitio ante la resistencia de los ejidatarios.
Aunado a ello, los ejidatarios montaron guardias para impedir el saqueo de sus recursos.
Fue así como las Minas de Tiza quedaron olvidadas por el sector económico de la entidad, no obstante, a decir de Virgilio Papacetzi García, se habrían convertido en un fascinante punto recreativo para todas aquellas familias que se reunían los fines de semana y “realizaban fiestas o celebraciones patronales y de cumpleaños”, o para los niños que con su imaginación se transportaran a lugares inhóspitos cuando corrían por los pasadizos lechosos de las minas.
Tal era el caso de Virgilio, quien platicó para esta casa editorial que por las tardes disfrutaba del tiempo con sus amigos divirtiéndose en el mítico laberinto y, de vez en cuando, sentado bajo la agradable sombra de los árboles, degustaba de su comida al tiempo en el que gozaba de una vista imponente y serena de las diferentes entradas que dirigen a las cavernas.
“Nos juntábamos varios compañeros y veníamos a comer nuestro lunch que nos ponían para después de pastorear”, así lo afirmó Papacetzi en entrevista para Multimedios Puebla.
Pero los años pasaron y la maleza y los visitantes forajidos poco a poco deterioraron el interior de las cuevas. A pesar de ello, los rumores sobre un paraíso de tiza alcanzaban los oídos de los amantes de aventuras y, aunque eran pocos los que se atrevían a explorarlo, los habitantes de la región pusieron manos a la obra y restauraron el lugar.
En la actualidad, Victorio es parte del consejo de vigilancia del ejido que resguarda este impresionante vestigio de la actividad minera tlaxcalteca, que ha sido el área de excavación y perforación mejor conservada de la zona debido a la heterogeneidad que caracteriza a sus muros y la equilibrada composición de sus elementos.
Por otro lado, Virgilio es el comisario ejidal de la localidad de San Mateo Huexoyucan y en conjunto con Protección Civil y la Secretaría de Turismo de Tlaxcala, han trabajado de la mano con expertos en el sector minero para acreditar a este espacio como un lugar seguro, y que más turistas puedan visitarlo y admirar su riqueza tanto histórica como natural.
A una hora de la ciudad de Puebla, Las Minas de Tiza de San Mateo Huexoyucan aún conservan las huellas de los picos y palas de quienes en el siglo pasado lograron trazar los senderos tan peculiares de este laberinto y juntos, Victorio y Virgilio, impulsan la conservación y el desarrollo turístico de este sitio invaluable, fomentando la cultura y el respeto por el legado minero de este patrimonio cultural.
AAC