Es el penal de Chiconautla, en el municipio con mayor densidad poblacional de la entidad: Ecatepec. Aquí conviven más de 6 mil reos día a día, lo que para el personal administrativo se traduce en una labor titánica para poder reinsertar a la sociedad a todos aquellos presos que llevan en su andar homicidios, secuestros, robos y feminicidios, entre otros delitos. La mayoría purgan penas por más de 40 años, pero hay quienes reciben castigos de hasta 300. Los muros atrincherados, grises y vigilados se convierten en su hogar.
La vida tras las rejas es más difícil de lo que la sociedad libre supone. Aquí la cotidianeidad se convierte en un reto diario de supervivencia. Como en todo el país, las cárceles son un foco delictivo y el autogobierno es uno de los retos más desafiantes para la autoridad de cualquier índole, federal o estatal.
Según datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en su Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria 2018, en Chiconautla hay una sobrepoblación de más de 200 por ciento, lo que hace inevitable el hacinamiento: en un solo dormitorio construido para cinco pueden cohabitar hasta 30 personas. El estrés delictivo es cotidiano y el punto de quiebre sensible, por lo que la vigilancia es toral para la funcionalidad de este centro.
Pero con este catálogo de necesidades, Chiconautla también es la casa de quienes desean superarse. De aquellos que ven en la disciplina y el trabajo los medios idóneos de crecimiento, a pesar de que deberán esperar décadas para poder percibir los beneficios de la libertad; algún paseo por el parque, el olor a tierra mojada del bosque por las mañanas, la visita dominical de familiares en casa o el simple abrazo a una mascota.
Estos son los motivos que hacen que Paco, Ernesto y Ricardo se adentren al programa laboral, educativo o deportivo con los que cuenta el sistema de reinserción.
Paco “El Tanque”
Fue sentenciado a más 40 años por el delito de homicidio. Paco es un joven de 24 años de edad que halló en el box el pretexto ideal para sacar frustraciones, maltrato psicológico y violencia extrema que vivió en las calles de Ecatepec durante su infancia y adolescencia; asegura que con cada gota de sudor en el ring, el sufrimiento personal se minimiza y decidió hacer de este deporte su modo de vida.
Conocido entre sus compañeros presidiarios como “El Tanque”, recientemente ganó el cinturón de peso mediano en el primer Torneo Interestatal de Box organizado por la Secretaría de Seguridad del Estado de México, hace unas semanas en el penal de Neza-Bordo.
En sus propias palabras, el eslogan “Knock Out, No Tires la Toalla”, fue lo que le llamó la atención para iniciarse en este deporte. Ahora cada vez que el reloj marca las siete de la mañana acude a su entrenamiento deportivo. Primero calienta 15 minutos corriendo, después fortalece sus músculos dos horas en el gimnasio adaptado a un costado del cuadrilátero -de allí el alias de “El Tanque”- y por último perfeccionar su técnica con los guantes por más de dos horas.
Asegura que, como para cualquier boxeador, la defensa es fundamental y centra sus trabajos en la cintura y en los pies para contar con un buen equilibrio; mientras con la mirada analiza la debilidad de sus rivales para poder enganchar un buen golpe de derecha fulminante.
Para “El Tanque”, adaptarse a la disciplina deportiva es difícil, pero no imposible. Señala que prefiere ser parte del grupo de reos que buscan disminuir sus sentencias con el deporte que incrementar su permanencia en Chiconautla con conductas delictivas, que también prevalecen.
Ernesto, el licenciado
En el ala norte del penal hay una biblioteca disponible para quienes desean sobrellevar el tiempo en las páginas de un libro; sin embargo, también se adaptó una sala virtual de clases auspiciada por la Universidad Autónoma del Estado de México para quienes deseen concluir sus estudios de educación media superior y superior a distancia. Y Ernesto lo provecha.
A sus 48 años está a punto de salir de Chiconautla, solo le faltan cinco más. Hace ya tiempo que concluyó su preparatoria en este espacio. Hoy cursa el cuarto semestre de la Licenciatura de Administración de Empresas y por las mañanas trabaja en el taller de producción de ropa y accesorios para perros, de donde venden por pedidos a comerciantes de este rubro. Se dice fan de “los lomitos”, espera poner un negocio de esta índole cuando salga de prisión y se proyecta como una persona que encontró en Chiconautla la carrera de su vida y que, a pesar de haber cometido errores, también tiene derecho a una segunda oportunidad.
Ricardo, el prensista
Ricardo pasará el resto de sus días tras las rejas. Aunque asegura ser inculpado de secuestro de forma injusta, tendrá que permanecer allí 60 años más. Él tiene 52 años.
Con las manos sucias de pintura rosa, azul y amarillo, es el encargado de la prensa de estampado en el taller de foami que le da vida a los accesorios de fiestas infantiles, como los recuerdos para la celebración del Día del Niño, el próximo 30 de abril.
Desde las 09:00 de la mañana hasta las 17:00 horas, su jornada de labor es extenuante, pero esencial para la elaboración de estos productos.
Hoy los reos de este taller trabajan para producir cerca de 14 mil de estos artículos que ya han sido previamente encargados por comerciantes de Ciudad de México. Como los demás, Ricardo recibirá una comisión que servirá para dos motivos: pagar reparación del daño por el delito que le imputan, y ahorrar para la manutención de su familia que, a pesar de ser poco dinero, les ayuda.
Con entusiasmo comenta que su familia nunca lo ha abandonado; cada ocho días recibe la visita de su esposa o de sus hijos. Ahí los ha visto crecer.
Su primogénito está a punto de concluir sus estudios y el menor está en la preparatoria, pero señala que su cuerpo es lo único que se encuentra en prisión, ya que su alma y espíritu están día a día en las oraciones dedicadas a su familia.
Los tres, Ricardo, Paco y Ernesto, son ejemplo de que el programa de tratamiento preliberacional de reintegración social existe y busca cambiar vidas.