La pintora y escultora poblana Majo Fernández alista la impartición de talleres de pintura para las internas de la cárcel de Puebla, espacio que, junto con otros artistas plásticos, espera dignificar con murales.
Mientras, dona una parte de su creación para apoyarlas: “Saqué una colección de cubrebocas donde va impresa mi obra y esos (recursos) van directo para comprar despensas y artículos de higiene personal para las reclusas”, señala en entrevista para MILENIO Puebla.
“Es meterme ahí con ellas para que pinten cajas o portarretratos y los pongan a la venta”, señala.
Asimismo, la artista muestra su beneplácito porque los artículos han sido adquiridos, “haciendo una causa común (...) cuando se trata de ayudar, la gente se une”. Comenta que en ellos están plasmadas sus colecciones Love Dalí, así como Picasso, Einstein con la Pantera Rosa, Pedro Picapiedra y La Venus representada como personaje de caricatura. “Trato de meter muchos personajes nostálgicos y de la historia”.
Fernández ha participado en diversas bienales, exposiciones individuales y colectivas en Buenos Aires (Argentina), Miami (Estados Unidos) e Italia; en la India fue nombrada como una de las 80 Mejores Pintoras en el Mundo.
Inspiración
Majo Fernández destaca que el artista nacido en Figueras, España, es su constante inspiración:
“Siempre me he inspirado en la obra de Dalí, es mi máximo en la vida. De hecho, siempre plasmo los rostros de Dalí en mis obras (...) me inspira la nostalgia del pasado, por eso las caricaturas me recuerdan mi niñez; y me inspiro también en los ojos, sobre todo los ojos femeninos. Hacer un ojo es como hacer el alma de las personas”.
Cuenta que su gusto por este arte lo mostró desde la infancia, etapa en la que siempre pedía pinturas, pero “más grande, a los 32 años, fue hacer este gusto por el arte mi modo de vida y convertir lo que me apasiona en mi forma de vivir. A los 34 años inicié con las exposiciones”.
Apuntó que en la escultura acumula dos años y en esta desarrolla su proyecto llamado Toy: “Soy amante de la naturaleza y mi propuesta es que en lugar de cazar a los animales y colocarlos como trofeo, mejor se adquieran esculturas y se apoye al talento mexicano. Es como un alto a la cacería”.
Influencia y técnica
A pesar de que inició de forma autodidacta, tomó clases con los maestros Fidel García y Omar Ortiz, con quienes depuró su técnica e influyeron en su estilo, de manera especial en la pintura hiperrealista.
Recuerda que inició con acrílico y con el tapatío Omar Ortiz afinó el óleo en la pintura hiperrealista. “Mi obra tiene una parte de hiperrealismo y una parte de realismo también”, señala.
Denominada “la artista de los pies descalzos”, explica que esto se debe a que no puede pintar calzada. “Es la conexión que tengo con la Madre Tierra. Es algo más espiritual que pinte descalza. Me conecto”.
Evoca que su mamá pintaba, pero jamás llegó a hacerlo de manera profesional, “y tal vez ahí nació mi gusto porque la veía detrás del bastidor; ahí fue donde me nació el amor por esto, aunque creo que naces con el don de pintar”.
Rememora que su primera obra fue un Dalí y con la creación que más se identifica es un caballo de 3.80 metros de altura, fabricada en acero: “Esa tiene un valor muy especial porque fue una de las piezas que más me costó trabajo, desde realizarla hasta mandarla para Miami. Es la obra que más me ha marcado en mi carrera”.
Además, dicha escultura se la dedicó a sus padres, quienes tres años después de este proyecto le comentaron sentirse muy orgullosos de ella.
La niña de los acordeones
De niña, Majo Fernández jugaba a ser maestra y hacía dibujos en un pizarrón. Sus alumnos eran sus muñecas, ya que al ser la menor de cuatro hijas, poco pudo compartir sus rondas infantiles con sus hermanas.
Pese a ello, reconoció que fue poco aplicada en el colegio y aceptó que fue traviesa.
“Le hacía bromas a los profesores. Era muy inquieta. No era nada aplicada. De hecho, yo era la niña de los acordeones”, sin embargo, aclaró que nunca hizo trampa porque tiene memoria fotográfica y al hacer estos implementos, lo hacía con dibujos, “y era como a mí se me grababan. Los perfeccionaba y cada vez los hacía más chiquitos y los repetía, los hacía más chiquitos y así ya se me grababa y a la hora del examen ya no lo tenía que sacar porque ya lo tenía todo en la mente”, dijo.
Arquitecta de profesión, Majo escogió esta licenciatura porque le encanta hacer planos, pero contó que nunca ejerció.
Sus colores preferidos son el negro y el rosa, aunque su obra es muy colorida.
“Al principio era muy monocromática. Tal vez también era mi vida cómo la estaba pasando y viviendo en ese momento, y ahora es puro color. Creo que ya me tienen identificada con los colores que pongo en mi obra”.
En la actualidad dedica su tiempo a su arte y al cuidado de dos mascotas: Amado, su perro que está con ella desde hace 13 años; y Max, que fue adoptado como muchos más, a los que tras cuidarlos y esterilizarlos, dio en adopción.
Comentó que para ella el amor “es la fuerza del universo” y el arte es la forma en que los artistas son escuchados: “Plasmamos ideas o sentimientos y con el arte es como nos hacemos escuchar”.
Por último, pide que aprendamos a ser agradecidos y considerar qué podemos ofrecer a la vida, “una ayuda o apoyo, en especial a quienes están vulnerables. Debemos buscar opciones de crecimiento. El que aporta algo a la sociedad recibe mucho más, no en el plano económico pero sí en el de la satisfacción”.
mpl