Con una celebración llena de colores, música, símbolos y devoción, la comunidad de Xilocuautla, ubicada en la Sierra Norte, realizó su fiesta patronal en honor a Santiago Apóstol, en un ambiente armonioso que conectó la esencia de la cultura prehispánica con el amor de la población por la religión católica a calor de piel.
En las calles aledañas a la parroquia de la comunidad perteneciente a Huauchinango resonaban sus campanas; las banderolas de múltiples colores y la música popular anunciaban la cercanía de la gran fiesta, hecho que al adentrarse al corazón de la junta auxiliar se hacía más evidente por la variedad de puestos de antojitos mexicanos, elotes, micheladas e imágenes religiosas que se ofertaban al por mayor.
Una vez en la comunidad donde convergen la capilla de Santiago Apóstol y el cementerio de la comunidad, la ceremonia dio comienzo. El contexto ya pintaba una atmósfera bicultural, ya que, al menos, 85 por ciento de los fieles vestía su mejor atuendo, mientras oraban con fe al conocido “Patrono de España”.
Blusas bordadas, enagua negra, quexquémitl blanco, reboso y el ahora necesario cubrebocas, eran portados por la reina de la feria, Lizeth Sánchez Cipriano, y sus princesas, quienes luego de competir, fueron elegidas como las encargadas de representar la belleza de su tierra en la danza de Xochipitzahua, baile en que la comunidad forma un carrusel; con flores y al son de la música, reciben al santo católico para su bienvenida a la parroquia.
“Xilocuautla se compone de dos vocablos náhuatl, ‘xilotl’ significa ‘elote tierno’ y ‘cuautla’ es ‘árboles’. Entonces, significa: ‘lugar de elotes que crecen como los árboles de campo’”, comentó la reina Lizeth, quien dejó ver el amor que tiene a la tierra que la coronó: “Me gusta todo, su paisaje, su vegetación, sus costumbres, todo”, finalizó.
Una vez concluida la comunión eucarística, los guerreros de las nubes comenzaron a ascender. Dos caporales, cuatro guerreros águila, un jaguar y un perro, representados con gallardía por los integrantes de Cuetza Oficial, formado por siete hombres de entre 20 y 40 años y una joven mujer, todos originarios de la Sierra Norte, subieron el palo volador de poco más de 34 metros de altura.
Ya en la cima de la colosal estructura metálica, se hizo el silencio entre los espectadores. Flauta y tambor anunciaban la proeza que estaba a punto de comenzar; de entre los voladores, emergió un guerrero águila y comenzó una danza de pie, sin ataduras y alabó a los cuatro vientos para ofrecer su descenso con devoción a la Madre Tierra.
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El águila descansó unos segundos con sus iguales, solo para colocarse en conjunto de cabeza para surcar los aires con el resto de los emplumados. Mientras se mantenía en el aire, los caporales, el jaguar y el perro descendían a mano limpia y sin arnés por las mismas cuerdas de los hombres pájaro, quienes giraban a unos cuantos metros de altura.
Momentos más tarde, el silencio de los espectadores fue interrumpido por una ola de aplausos. José Luis Hernández, Arturo Díaz, Ricardo García, Rufino García, Miguel Hernández, René Francisco, Hugo Mariano y Monserrath Hernández tocaron tierra. Entre alabanzas caminaron hacia la plancha principal de la capilla para danzar una vez más. Ya frente al templo católico, terminaron el ritual prehispánico.
La fiesta continuó al ritmo de la música banda en la comunidad donde 99 por ciento de la población preserva sus orígenes, enaltece sus antepasados y refuerza su fe cristiana.
Xilocuautla vive así sus fiestas: entre reinas, princesas, guerreros de los aires y devoción, porque en la Sierra Norte se mantiene vivo y con orgullo el México prehispánico.
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