“Si tu familia no te acepta, aquí te abrimos los brazos”

Crónica | Marcha del Orgullo LGBT

Un grupo interpreta batucadas cerca de Bellas Artes. La masa es compacta. Apenas se transita.

Pelucas y vestimentas coloridas se observaron durante la marcha. (Javier Ríos)
Ciudad de México /

La fiesta parece interminable. Marchan sobre Paseo de la Reforma y avenida Juárez y se desparraman sobre calles adyacentes. Partieron del Ángel de la Independencia y ondean multiplicados arcoíris. Por donde quiera que mires están con sus disfraces y carcajadas. Es la marcha 41 que culebrea en un viaje que parece no tener fin sobre estas arterias.

La marcha aumenta mientras avanzan los minutos, hasta alcanzar 170 mil participantes; sin contar a los vendedores ambulantes, incluidos niños, que ofrecen cervezas en descampado, así como espectadores que bordean Reforma y Juárez mientras escuchan entre batucadas un estribillo: “Viejos, mirones, también son maricones”.

Y más carcajadas.

Porque esto es una fiesta.

Y empieza a tomar forma.

Engrosan el contingente carros alegóricos. Música estridente sale de bocinas y se desborda más allá de los arroyos centrales. Un comunicado oficial indica que participan más de 5 mil elementos de la Subsecretaría de Control y Tránsito de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, “con el objetivo de proteger y garantizar la seguridad”.

Diversas agrupaciones participan en la marcha conformada por una diversidad sexual, misma que cabe en nueve letras, LGBTTTIQA, que significan Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Intersexual, Queer y Asexual, y cuyo lema es: “Orgullo 41: Ser es Resistir”.

Y aquí van.

Cubren la columna vertebral de la capital y se dirigen al Zócalo. Cada vez se anexan más agrupaciones y la gente observa. La mayoría es jacarandosa. Hay de todas las edades. Sobre todo jóvenes. Muchos por donde mires. Contrastan dos señoras que sostienen una manta: “Mujeres mayores de 30 años. Grupo Lésbico. XX Aniversario”.

—¿Por qué la especificación?

—Porque tenemos más cosas en común las de más de 30 años —responde Lilia, quien no tiene empacho en delimitar el trecho.

La marcha se ensancha cada vez más. Cubre los dos carriles de Reforma. Es lento su desarrollo. Lo que aumenta es la algarabía. Ondean banderas con el arcoíris. Las venden por manojos.

“Si tu familia no te acepta, ahora soy tu familia. Se regalan abrazos”, se lee en una pancarta. En otra: “Cuando la familia acepta, la sociedad no discrimina. ¿Me regalarías un beso?”.

La sostienen Jazmín y Dafne Bocanegra. Madre e hija. De 39 y 20 años. “Es la primera vez que acompaño a mi hija”, comenta la señora, quien se apoya de un bastón. “Estoy orgullosa de ella”.

“Desde el año pasado empecé a marchar”, comenta Dafne. “Antes no tenía tiempo”, agrega con una sonrisa. Madre e hija.

Susana Espinosa, en cambio, tiene ocho años de participar en la marcha del orgullo gay. La mujer, envuelta en una bandera con los colores del arcoíris, trae en brazos a su hijo Siddartha, de 6 meses. Vive en la colonia Guerrero, “aquí cerca”, se le comenta y sonríe.

—¿Orgullosamente...?

—Que viva el orgullo y la inclusión —responde.

Algunas parejas también se hacen acompañar de perros. Carlos García, por ejemplo, trae a Chelsea, una perra de la raza golden retriever. Él tiene 15 años de participar en la marcha.

Cocó, una perra adoptada por María y Patricia, acompaña a “sus humanas”. Tiene un año con ellas. Cocó solo puede moverse en tres patas. La pareja adulta aguarda a la sombra, desde donde escucha una batucada y los alegres cantos: “Chichi pa la banda, chichi pa la banda”.

Un numeroso grupo interpreta batucadas cerca del Palacio de Bellas Artes. La masa es compacta. Apenas se puede transitar.

Oscurece.

Y la fiesta sigue.

  • Humberto Ríos Navarrete

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