“La talavera no aspira a la perfección, la talavera es como el hombre, tiene defectos”. Esa fue la conclusión a la que llegó el cartógrafo Carlos Salmán González cuando habló sobre una de sus pasiones y a la que ha dedicado los últimos 27 años de su vida.
Carlos Salmán compartió a MILENIO Puebla cómo se inició en el mundo de la talavera en 1996, año en que adquirió la casona de Juan de Palafox y Mendoza 1413, en el Barrio de Analco, para convertirla en Talavera de la Luz, uno de los talleres más importantes en la elaboración de la artesanía poblana, del que se mantiene como fundador y presidente.
“Conseguimos muchos libros y personas que tenían algo de experiencia pero ya no trabajaban en talleres porque para nosotros era muy importante no piratear. Si queríamos hacer talavera había que pagar el precio de aprender por la dura, no queríamos llegar a robar”.
El camino para lograr la “imperfección” no ha sido fácil, pues la elaboración de cada pieza es única, como si se tratase del nacimiento de una persona. Ninguna es igual a la anterior y eso la vuelve más especial.
“Si nosotros usáramos pasta cerámica y colores industriales la talavera quedaría perfecta como la porcelana, la porcelana es perfecta. Nosotros no aspiramos a la perfección, aspiramos a la emoción”.
En una charla acompañada de pan y café, servida en vajilla de talavera, Salmán resaltó que la elaboración de este tipo de piezas es única en cada uno de los elementos que la conforman, incluso, hasta en los colores, como el azul gordo, que se obtiene de dos formas, con silicato de cobalto u óxido de cobalto con tequexquite.
“Durante 10 o 12 años compré libros y finalmente ya compramos la casa y empezamos, pero es compleja la talavera, hay que hacer muchas pruebas y éstas dejan muchas fallas. No es mentira, hay colores que hicimos mil veces para que pudiera salir”.
Ingeniero mecánico de profesión, con más de 50 años de trayectoria y reconocimiento a nivel nacional e internacional, el dueño de Talavera de la Luz reflexionó sobre la importancia de preservar una de las representaciones más importantes del estado ante la amenaza del mercado chino, que desde hace varios años ha buscado copiar el trabajo de las casas artesanales para industrializarlo.
“Somos muy poquitos, hay que formar jóvenes que hagan talavera, hay que transmitir, hay que ver cómo podemos hacer más, que haya más talavera no solo en Puebla sino en México y que le diga a las personas por qué vale la pena luchar por este país”, puntualizó Carlos Salmán, quien invitó a los poblanos a conocer más sobre esta artesanía, muchas veces más apreciada y valorada en el exterior que en su lugar de origen, pese a que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ya la incluyó en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Proceso para lograr la imperfección
La elaboración de talavera no tiene un plazo específico, ya que depende de varios factores, como el clima, pues en temporada de lluvias el proceso se demora, pero en meses de calor o “seca” la producción se acelera para tener piezas en almacén, explicó Rogelio, gerente general de Talavera de la Luz.
En entrevista para MILENIO, expuso que la talavera se crea a partir de una mezcla de 60 por ciento de barro blanco, que proviene de la junta auxiliar de San Pedro Zacachimalpa, en Puebla capital, así como de 40 por ciento de barro negro, que se obtiene en los municipios de Atlixco, San Pedro Cholula y Tecali de Herrera.
Y no es por costumbre que los talleres adquieran el barro en estos lugares, sino que así se debe hacer para obtener talavera certificada bajo los lineamientos de la Norma Oficial Mexicana (NOM-132), promovida por el gobierno de Puebla en 1998 para garantizar autenticidad y respeto al trabajo de las casas artesanales.
Previo proceso de maduración, la mezcla de barros se pisa, como se hace en los viñedos, para formar una masa que permita almacenarlo en bloques pequeños
“En época de seca (el barro) lo podemos sacar en una semana, pero cuando hay humedad, en época de lluvia, hasta tres semanas se seca el barro. De ahí depende el mezclado, como pueden ser tres días, hasta cinco o seis”, explicó Rogelio.
Posterior a ello, la masa está lista para que los artesanos comiencen a trabajarla, en torno o en molde, y dar forma a diversos artículos como macetas, floreros, alhajeros, platos, vasijas, tazas, charolas, placas o cuadros, éstos últimos para ser empleados en la construcción de mosaicos, arcos o pilares.
Luego, las piezas se llevan a cuartos sin ventilación para que terminen de sacar la humedad que les quedó y, después de algunas horas o hasta días, entrarán por 10 horas a un horno. Cuando salgan, a ese barro cocido se le nombrará jahuete.
“En las piezas de talavera certificada el proceso de secado debe ser lento. Una pieza recién hecha si la ponemos al sol o al aire se puede romper o se puede deformar, entonces el secado debe ser gradual. ¿De qué va a depender? Del tamaño y del grosor de la pieza, nosotros tratamos de que sea de dos a cuatro semanas”.
Cuando el jahuete se enfríe será tomado por los artesanos para aplicarle una capa de esmalte blanco, hecho con estaño y plomo. Posterior a ello, se dibujará a lápiz el diseño elegido para después colorearlo con los azules característicos de la talavera, que también permite el uso de otros colores.
Una vez que concluyó el diseño de la pieza, ésta regresará al horno a una temperatura de 1,020 grados, lo que permitirá que los colores generen brillo y relieve.
“Tratamos de tener las piezas más vendidas por si el cliente quiere, si ya tenemos en stock piezas enjahuetadas nos evitamos todo este tiempo, pero si empezamos desde cero se puede llevar tres meses o un poquito más desde la preparación del barro, el secado, el amasado y todo lo demás”, agregó Rogelio al concluir el recorrido por Talavera de la Luz en el área de tienda, en donde hay una variedad de más de 5 mil piezas para quienes deseen coleccionarlas, regalarlas o hacerlas parte de su hogar.
Marcela, de las pocas mujeres en el oficio
Durante el recorrido por Talavera de la Luz, MILENIO tuvo la oportunidad de platicar con Marcela, una de las pocas mujeres en Puebla que se involucran en la elaboración de las piezas, ya que es un oficio que, históricamente, se le ha dejado exclusivamente a los hombres.
Mientras colocaba barro en un molde de yeso, ella contó que su primer trabajo en el taller no fue haciendo piezas, sino como auxiliar de limpieza; sin embargo, siempre tuvo la inquietud de involucrarse e ir más allá al observar el trabajo de sus compañeros.
“Se abrió la oportunidad y tuve el apoyo de los dueños. El maestro me dijo: ‘Te enseño pero si lo vas a tomar en serio’. Al principio fue difícil, se ve fácil pero no lo es porque requiere de mucha paciencia y precisión o la pieza sale mal”.
Luego de eliminar el exceso de barro, Marcela ahora tiene la base de lo que en unos días se convertirá en un alhajero, aunque también sabe preparar tazas, azucareras y hasta bisutería porque tiene más de ocho años en el oficio. Tan es así que, en sus ratos libres, su hijo visita el taller para aprender y replicar las técnicas de su madre, pues quiere seguir sus pasos para mantener el legado de talavera poblana.
CHM