Tras seis meses de confinamiento por covid-19; así vive una pareja

Este miércoles se cumplen seis meses del inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia y de que cientos de miles de mexicanos iniciaran un encierro que, al menos por ahora, parece no tener fin.

A Bibis la enseñaron a trabajar desde niña y a ver por el resto de la familia. (Especial)
Jannet López Ponce
Ciudad de México /

Lucero cumplió seis meses en confinamiento. En este tiempo ha pasado por el miedo, la incertidumbre y el coraje, pero también experimentó la satisfacción de disfrutar de su casa, de haber tenido tiempo para la jardinería y para reforzar los lazos con su esposo, de saber que se cuidaba a ella y a los demás.

“Sentí la conciencia de lo que tengo, de disfrutar lo que es mío y de lo que hemos hecho juntos mi esposo y yo. Viendo lo que estaba pasando en otros países y sobre todo porque había mucha gente que no respetaba, creí que era cuestión de conciencia por ti y por el otro”.

Su familia son solo ella y su esposo Gabriel. Aunque en sus 30 años de matrimonio siempre ha mantenido una relación muy estrecha, estos meses los unieron más. Crearon juegos, dinámicas de distracción y pudo tener suficiente tiempo para lo que le gusta: su jardín. Ahora tiene guayabas, aguacates, papayas, cebollín y una amplia variedad de flores que van desde rosales, alcatraces y cunas de moisés, hasta orquídeas y noches buenas.

Fue un confinamiento absoluto en el que el primer reto, fue que el resto de la familia lo entendiera.

“Yo decidí hacer lo que me tocaba a mí. Que mi responsabilidad era cuidarme a mí y eso implicaba cuidar al otro. Había gente que decía ‘de algo nos vamos a morir’ y pues sí, yo fumo y me podría morir por fumadora, pero ¿por qué voy a morirme por algo de lo que no me quiero morir? ¿y por qué no voy a cuidar a los que me rodean? yo me sentiría muy culpable si alguien se enfermara por mi culpa, por no tomar conciencia. Conociéndome sé que no me lo perdonaría”.

Lucero y Gabriel viven en Guanajuato y como las medidas nunca fueron extremas, decidieron no cerrar su taller de bordado que se ubica en su propia casa. Pero simplemente, los clientes nunca llegaron. Solo una compañía de lácteos les permitió tener ingresos esporádicos estos meses, pero el ingenio los llevó a diseñarse sus propios cubrebocas de tela y así, tener algo más en qué distraerse.

Con ahorros pudieron sobrevivir estos días y recibieron un crédito del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) por no haber despedido a sus trabajadores.

En estos meses, Lucero experimentó todos los sentimientos como sube y baja. La satisfacción de disfrutar sus espacios, su casa y a su esposo; pero también la frustración y el dolor de no poder abrazar a la gente que quería, y el miedo de no saber cuándo esto se va a terminar.

“Tuve una noche con un ataque de ansiedad muy feo, por lo mismo, como de ¿a dónde vamos?, ¿qué va a pasar?, ¿saldré yo de esta o no saldré?, fue un ataque fuerte; y el día más feo, fue cuando murió un amigo de mis compadres, fue impactante. Es mucho miedo e incertidumbre de que no sabes qué es lo que viene”.

El único contacto con gente externa que ha tenido Lucero es con sus hermanas Bibis y Queta, que también respetaron el confinamiento estos seis meses. Una vez al mes, salían a su cochera, tomaban su vehículo y recorrían tres cuadras para visitar a Lucero. Sin contacto con el exterior.

A Bibis la enseñaron a trabajar desde niña y a ver por el resto de la familia, por lo que no le fue fácil asimilar su cambio de rutina. Pero su profesión de psicóloga la ayudó a verlo como un premio que durante muchos años, por estar enfocada en sus ocupaciones, no se pudo dar. Y aprendió cosas que a sus 60 años, nunca se había atrevido.

“Lo tomé como vacaciones, como un regalo de Dios que aunque haya sido de esa manera, por una enfermedad tan fea, pude hacer lo que jamás me animé, cerrar mis dos negocios juntos. Me di más tiempo para mí, aprendí nuevas cosas como a grabar memorias en la computadora, de disco a la memoria, casi no me gustan las cosas modernas y he aprendido a meterme más; a tejer, a leer, y tratar de estar más cerca de Dios”.

Agradece la oportunidad de tener trabajos estables toda su vida y de saber ahorrar para emergencias como este momento. Y agradece incluso que aunque la pandemia le dio el dolor más grande que jamás pensó experimentar: no poder abrazar a sus seres queridos o acabar con las tradiciones de invitar a su familia a su casa y consentirlos, se siente una mujer más fuerte, más plena.

“Aprendí a valorar más a la familia, a los amigos y a la gente que está contigo. Lo tomé como un momento de evolución, de vivir el día a día, preocuparme menos y no darle importancia a cosas obsoletas porque si te mueres mañana nada de eso importa, así que aprendí a quererme más yo misma, a valorarme”.

De acuerdo a la Secretaría de Salud, la depresión es uno de los comportamientos más comunes durante la pandemia, principalmente en aquellas personas que tienen espacios reducidos.

El informe presentado la primera semana de septiembre, indica que las llamadas por autolesión o intentos de suicidio se dispararon en los últimos tres meses de contingencia, principalmente en las mujeres:

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