Tras vacaciones en tiempos de pandemia... las sospechas de covid-19

Después de volver de la playa, una mujer debe realizarse la prueba covid.

Pruebas de covid-19. (Agencia Enfoque)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Bien que sabías que irte de vacaciones en plena pandemia era un riesgo, así que no te quejes ahora que estás frente al otorrinolaringólogo, contándole que amaneciste con vértigo y dolencias en la garganta. El médico, un viejo loco que parece sacado de Back to the Future, te ausculta y concluye que traes una laberintitis viral. Ignora si es uno de los tantos virus que abundan en la playa o si es por el Covid-19

“Vamos a atacarlo a la mexicana”, te dice el otorrino, lo que significa pegar primero y averiguar después. O sea, te receta un cóctel de antivirales y antibióticos, medicamentos que, cuando los busques en Google, descubrirás que la Secretaría de Salud no recomienda su uso porque no hay prueba científica de que ayuden para mitigar el coronavirus.

El otorrino también te ha mandado a ti y a tu pareja a realizarse la prueba del Covid-19. Como él no tiene síntomas, ni dinero, sólo tú te harás la prueba. Entonces acudes a los laboratorios del Chopo que quedan cerca de tu casa. Ahí te dicen que debes de llamar a un teléfono para obtener una cita, que son unidades móviles las que circulan por el barrio para que uno no acuda a las sucursales. Cuando llamas, una voz robótica te avisa que no hay lugar hasta pasado mañana, que irían a tu domicilio y que el costo es de tres mil 400 pesos. Cuelgas. Pinches vacaciones te están saliendo caras: de los medicamentos pagaste más de cuatro mil.

Podrías acudir al parque de tu colonia donde las autoridades capitalinas realizar la prueba gratuita, pero los resultados los entregan después de 15 días, cuando uno ya se mejoró y ya se murió. Te acuerdas entonces de que, en el Rappi, viste que vendían pruebas PCR. Y así es: debes desembolsar 2 mil 980 pesos para que “un técnico profesional” visite tu casa el día de mañana. “¿Un último antojo?”, te pregunta la aplicación antes de pagar y es cuando le haces caso a las señales y optas por buscar un laboratorio serio.

En internet, encuentras unos laboratorios sobre Tlalpan, a la altura del metro Viaducto, sólo que el paciente debe ir a la toma de muestra. Ni modo. Te dan un número de folio y, cuando te comunican al área de pago, se corta. Llamas de nuevo. Un minuto después de un interminable anuncio suena ocupado. Cuando te has rendido, te llama un joven de los laboratorios para cobrarte. “Una disculpa, no nos hemos dado abasto”, te presume y tú piensas que sólo les interesa tu dinero: son casi 3 mil pesos.

En el laboratorio, te mandan al estacionamiento. Ahí, hay una carpa maltratada por el viento y el polvo, donde un hombre que calza sandalias Crocs y usa una bata tan delgada que se transparenta te mete por la nariz dos hisopos del tamaño de un bolígrafo. Te duele de tal manera que, por vez primera, te reprochas por haber ido a la playa.

Ahora, a esperar de 24 a 36 horas. Y a avisar al trabajo. Contrario a los pronósticos, en tu oficina nadie te juzga. Tus jefas y colegas se sacuden la corrección política y te dicen que darían lo que fueran por los tres días que te fuiste a la playa. Tú no sabes si reír o llorar, pero sí sabes que si el resultado es positivo será algo que tú te buscaste.

Con las horas, te das cuenta de que uno de los antiinflamatorios ha bastado para que el vértigo y las dolencias desaparezcan. Luego, cuando te informen que los resultados salieron negativos, dejarás de tomarte los menjurjes que te recetó el otorrino y que sólo te han ocasionado problemas gástricos.

Después de más de 8 mil pesos gastados, juras que no volverás a salir hasta que encuentren la vacuna. Pero uno siempre cambia de parecer.

RLO

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