Pese a que hubo reportes de afectaciones a la salud por la emanación de gases y polvos tóxicos de la empresa Cromatos de México, y luego (de acuerdo con un informe de la comisión legislativa creada para seguir el caso) se enterraron en la zona cientos de toneladas de leche contaminada con radiación comprada por la paraestatal Conasupo, habitantes de la colonia Lechería, en Tultitlán, Estado de México, piden que en el lugar se construya un parque o un centro recreativo para la comunidad.
“Es que el terreno es bastante grande y ahí puede caber un centro deportivo; cabe también, pueden ser salones para cursos, clases, también puede haber una pequeña clínica o dispensario clínico, algo así por el estilo”, señala María de la Luz Juárez, vecina del lugar.
“Un campo porque hace mucha falta aquí en la colonia para que jueguen los niños, para las personas de la tercera edad, para caminar, para todos los que vivimos aquí porque aquí en la colonia no hay nada de parque ni nada”, implora Luis Herrera Calzada, otro habitante de Lechería.
Manuela Ríos, una señora de 72 años acompaña a MILENIO en un recorrido por el exterior del predio de más de 40 mil 500 metros cuadrados donde, los vecinos no lo saben, pero a mediados de la década de los 80 se cometió uno de los peores delitos ambientales en la historia del país.
A unos 300 metros del predio de 4 mil 500 metros cuadrados que ocupó la contaminante empresa Cromatos de México, en Lechería, se encuentra otro inmueble donde también fueron enterradas toneladas de sustancias tóxicas.
Se trata de leche en polvo proveniente de Irlanda que, según un informe legislativo de 1998, estaba contaminada por radioactividad, presuntamente con cesio, originado en la explosión de la planta nuclear de Chernóbil, y que la Conasupo compró para consumo humano.
La comunidad de Lechería forma parte del pueblo de Buenavista en Tultitlán, Estado de México, y se encuentra rodeada por dos zonas de vías, múltiples industrias, una termoeléctrica de la CFE y los dos lotes que albergan materiales radioactivos.
La empresa Cromatos de México cerró sus puertas en 1978 tras ser clausurada por el gobierno federal, luego de comprobarse que el cromo hexavalente que usaba la fábrica como materia prima para sus procesos de producción contaminaba de radiación el subsuelo, hasta en 30 metros de profundidad. A pesar de que cerró la fábrica y se retiró el material, la contaminación se quedó allí.
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Sin embargo, no fue el único caso de radiación que llegó a Tultitlán. De acuerdo con el ambientalista Alejandro Calvillo, a través de la entonces paraestatal Conasupo, México compró 40 mil toneladas de leche en polvo a Irlanda y el primer embarque llegó al país en junio de 1986; luego, en meses subsecuentes, ingresarían otras 28 mil toneladas del lácteo en polvo contaminado.
“Nosotros conocimos del caso, nos enteramos por fuentes oficiales de la compra e indagamos que esa leche que adquirió Conasupo fue elaborada con leche extraída de vacas que en Irlanda se alimentaban de pastos contaminados por la radiación de Chernóbil, que se generó tras el accidente nuclear sucedido el 26 de abril de 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada en el norte de Ucrania, que entonces pertenecía a la Unión Soviética”, explicó Alejandro Calvillo, quien formó parte de la comisión de Greenpeace que denunció los hechos.
De acuerdo con Calvillo, tras indagar la existencia de la compra del mencionado producto, las alertas se encendieron para ellos, ya que en otros países se prohibió la compra del lácteo por la contaminación de las vacas que consumían el pasto afectado por la radiación.
El sitio se encuentra bardeado con una cerca de alrededor de dos metros de altura, con cuatro puertas de acceso cerradas con candados.
Como se pudo apreciar en el recorrido de MILENIO, mantiene su plancha de cemento que cubre gran parte del área afectada por la radiación, incluso lo que queda de lo que fue la escuela primaria Reforma, donde muchos de los estudiantes reportaron enfermedades pulmonares o de la piel, incluso hubo quienes acusaron afectación del cromo exavalente en la sangre.
Al lado del pueblo de Lechería actualmente se construye la continuación del Tren Suburbano hacia el Aeropuerto Internacional Felipe Angeles.
A decir de la señora Manuela y sus vecinos Susana Morales, Luis Herrera y María de la Luz Juárez, podrían solicitar que la empresa constructora del tren les ayude con alguna obra de compensación en el predio que perteneció a Cromatos.
El 7 de abril de 1998, casi una década después de la compra del lácteo a Irlanda, una comisión legislativa que se formó para investigar el funcionamiento de Conasupo, optó por cerrar en definitiva el caso de la leche contaminada, que habría sido enterrada en una planta de Anderson & Clayton en Tultitlán, Estado de México, a apenas unos cuántos meses de haber iniciado sus trabajos, como se documentó en el Diario de Debates de la fecha.
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Quien fungía como presidente de esa comisión legislativa, Miguel Alonso Raya, explicó en su justificación, que "el caso estaba cerrado" en cuanto a la leche contaminada se refería. Agregando que no así en lo que se refiere al motivo por el que habían sido sepultadas alrededor de tres mil toneladas del lácteo, y respecto a las causas que motivaron esa decisión.
La leche que en 1986 compró la extinta Conasupo a Irlanda era un lácteo que contenía el elemento denominado cesio, según documentó la organización ambientalista internacional Greenpeace.
La paraestatal Conasupo se creó en 1972, en sustitución de la Compañía Distribuidora de Subsistencias Conasupo (Codisuco), con el fin de coadyuvar al fomento del desarrollo económico y social del país.
El 28 de abril de 1986 se creó la Distribuidora e Impulsora Comercial Conasupo, S.A. de C.V., Diconsa, como una entidad corporativa paraestatal. De ahí que los nombres se manejen indistintamente.
Según el último informe de la Comisión Investigadora del caso Conasupo, directivos de la paraestatal, del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ), de la Comisión de Seguridad Nuclear y Salvaguardas, de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) y algunos diputados, acudieron a verificar la presunta existencia de unas 140 toneladas de leche enterradas en los patios de Anderson & Clayton.
Aunque en la comisión originalmente hablaban de 3 mil toneladas, en el resto de los documentos de la investigación, la cantidad se reduce sustancialmente, lo cierto es que se desconoce cuántas toneladas hay enterradas porque el confinamiento se hizo clandestinamente.
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A su vez, en febrero de 1998, la entonces legisladora federal Margarita Pérez Gavilán, integrante de la comisión, con personal de la Procuraduría Federal de la Defensa del Medio Ambiente, también acudió a revisar el depósito clandestino en el terreno que pertenecía a Conasupo.
Miguel Alonso Raya explicó que, de ser leche contaminada y parte de un cargamento afectado por la explosión de la planta nuclear de Chernóbil, debió ser del conocimiento de las autoridades.
La empresa Anderson & Clayton en esa fecha informó a la opinión pública que, al momento de adquirir la planta, desconocía la presencia de la leche, pero “al realizar un análisis se encontró que ese producto no contenía sustancias peligrosas”, explicó en un comunicado. Es decir, que en ese predio hubo leche en polvo sepultada.
De acuerdo con el documento que emitió la empresa se dijo que fue durante la remodelación de su planta ubicada en Tultitlán, que compró a la Conasupo, que encontró señales del entierro de la leche, a dos metros de la superficie, lo que debió haber sido informado a las autoridades.
A mediados de 2022 el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) determinó que la Secretaría de Salud debe dar a conocer el documento histórico del caso de la leche contaminada que ingresó al país entre 1986 y 1987. Lo que no ha ocurrido.
El predio de la empresa ha permanecido abandonado por varias décadas, sin que hasta ahora las autoridades locales o estatales hayan sido informadas de la sustracción o remoción del lácteo enterrado clandestinamente.
EHR