A la calle Pino, en la colonia Del Fresno de Guadalajara, desde la una de la tarde llegan decenas de personas a formarse para comer un plato de comida caliente, tal vez el único en el día, pero desde las diez de la mañana, las voluntarias comienzan a trabajar con lo que tienen a la mano.
Marce, a sus 74 años, sigue yendo al comedor comunitario del Templo de Nuestra Señora de Lourdes a cocinar y servir a quienes están en situación de calle, a migrantes que están en camino a la frontera norte, a los adultos mayores que no tienen quién vea por ellos. Hace dos décadas llegó por primera vez, y aunque se confiesa cansada, no ve su día completo sin ir a la cocina.
- Te recomendamos Tras pacto con EU, mil 30 detenciones de migrantes al día Política
“Hay muchos que tienen años viniendo, hay muchos que ya me conocen, muchos ya incluso en la calle me ven y me dicen ‘adiós madrecita’, ‘allá voy madre, allá nos vemos’”, expresó. Marce comenzó como ayudante y con el tiempo terminó como encargada. Al principio, una señora aportaba 500 o 600 pesos para la comida, “se hacía comida buena”, recordó.
Un hijo de la benefactora apoyaba económicamente para el servicio del comedor comunitario, “en Navidad les traía cobijas, tamales, atole... Entonces no sé qué pasó, que el hijo quedó en la ruina y ella ya no quiso seguir”. Después de eso, recibían 150 pesos diarios para los alimentos, “ahora nos dan menos de 150 diarios para el comedor, entonces andamos buscando bienhechores, buscamos quién nos regale las tortillas, a veces nos regalan jitomate, nos regalan para el agua y andamos pidiendo así”, explicó.
“Casi casi ponemos tres kilos de frijol y ocho paquetes pasta, y de carne, no crea que les doy mucho, la carne está carita, entonces compro tres kilos, y a veces se las revuelvo con los frijoles, cuando no, les hago tortas de soya, o col picado, con lo que uno puede”, añadió.
Ramona es jubilada del IMSS. Tiene 65 años y desde hace nueve años va al comedor como voluntaria. Ver por los demás le viene de familia. “Mi papá era campesino, somos de Nayarit, y él, al fin de sus cosechas, repartía; apartaba tantos costales de maíz, tantos de frijol para repartirlos en las colonias más pobres, entonces nosotros siempre hemos sido así. De hecho, yo en mi trabajo, apoyaba a mucha gente de ranchitos que iban a consultas que tenían sus pacientes internados ahí y hay quienes no traen ni para comer, entonces yo siempre trataba de darles algo, es que ya lo traemos”, compartió Mona, como le dicen de cariño, quien ahora trasmite ese sentido de ayuda a sus nietas que la auxilian en el comedor.
- Te recomendamos Esperan más retornos de migrantes deportados Policía
Su experiencia como trabajadora social, y con personas que sufren adicciones, le ha ayudado a saber cómo tratar a quienes asisten al comedor, pues “más que uno viene con la cola entre las patas, la verdad, los ven mugrosos, solamente ellos saben el por qué andan así. Yo siempre les he dicho que no es tan fácil ir a comer ahí (…) no es que ellos quieran estar aquí por su gusto, por algo, interiormente ellos traigan algo”.
Los comensales también han cambiado con el tiempo y se ha adaptado a las nuevas necesidades de la comunidad. “Tengo mucho ya de venir, el padre que estaba en esta iglesia a las personas mayores nos daba entrada, él nos asistía, puras personas mayores del barrio, después por los migrantes, ya ahora a toda la gente que llega y se hizo el comedor social”, señaló Wenceslao, uno de los asistentes.
Desde hace más de un mes, salieron de Honduras y en balsa atravesaron el río para pisar tierras mexicanas en su camino a Estados Unidos. A bordo de La Bestia, llegaron a Guadalajara. “Salimos de nuestro país por falta de trabajo, la economía, está muy acabado todo, veníamos en caravana, pero como son muchos no puede uno avanzar, no se puede caminar, se tiene uno que separar (…) Migración te aprieta mucho el paso, no te ayuda, aquí en Guadalajara la gente es muy amable, muy simpática, la gente te ayuda”, dijo un hombre mientras hacía fila en el comedor comunitario, acompañado de una mujer compatriota, quienes prefirieron mantener el anonimato.
“Vienen muchos migrantes, a veces vienen familias. Hace mucho venían familias, que venía el esposo con sus hijos, y andan buscando que la Casa del Migrante, y aquí los apoyamos con la comida nada más”, dijo Marce.
Mona aseguró que los migrantes que ha atendido “se portan muy bien, nosotros no les negamos la comida, no les negamos nada, les negamos a veces cuando están muy tomados y que se ponen groseros, entonces sí les decimos que se retiren, pero por lo regular se llevan su comida, de todas maneras”.
Casi una veintena de personas acuden cada día al comedor en la colonia Del Fresno, y aunque algunos de los que asisten dejan una cooperación voluntaria, las donaciones resultan insuficientes, y lo que más requieren es “casi casi lo que es más básico, frijol, arroz, azúcar, aceite, son las cuatro prioridades que más necesitamos aquí en el comedor, también voluntarias, personas que quieran venir a colaborar también”, dijo Marce, quien, aunque ha pensado en dejar la espátula, aseveró que “yo le digo a Dios ‘mientras tú me dejes, ahí voy a colaborar un rato’”.
MC