Después de la tormenta, viene la vacuna... y sin saltarse la fila

Con tu prueba de covid-19 negativa, llegas a la sede de vacunación en donde recibir la dosis te hace sentir alegría por estar un poco más allá del otro lado.

Inició la vacunación a personas de 50 a 59 años | Jesús Quintanar
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Despiertas pensando en que hoy te toca la vacuna, después de 14 meses en que la muerte ha estado zumbando por tus alrededores. Entonces te acuerdas de que necesitas realizarte una prueba rápida porque, hasta hace apenas un par de días, tenías fiebre. Tú supones que se debe al síndrome que padeces desde hace 20 años, uno que aqueja al colon, pero en los inauditos tiempos del covid-19 todo es posible.

Mientras te suenas la nariz y esperas los resultados en el kiosco que se pone debajo de la estación Insurgentes del Metrobús, una funcionaria del gobierno capitalino te cuenta que de las 300 pruebas diarias que practican, “ahorita estamos teniendo apenas 10 contagiados y un par de casos sospechosos; nada qué ver con los meses pasados”.

La doctora que te dará el resultado, te corrobora las cifras la funcionaria: “En diciembre-enero salían positivas más de la mitad de las pruebas; en abril-mayo algo pasó y bajó”. “¿Y a qué cree que se deba?”, le preguntas. No puede brindarte una respuesta certera. “La teoría más repetida entre los médicos es que más de la mitad de la población en México ya se contagió”, te dice después de avisarte que eres negativo. “Pero quién sabe. Yo sigo esperando la famosa tercera ola”.

Mientras pedaleas hasta la escuela primaria Benito Juárez, en los linderos de la Roma Sur, recuerdas que, hace apenas el fin de semana pasado, el médico Torres, un nefrólogo de Guadalajara, te contó que, hasta marzo pasado, él atendía a 10 pacientes covid por día. “Llevo dos meses que a diario apenas reviso a un contagiado; es como si el bicho se hubiera esfumado”, te dijo. ¿Y a qué crees que se deba esta baja de contagio?”, le preguntaste. “Nadie sabe cómo llegamos a pocos contagios, como nadie sabe si mañana estaremos como la India”.

El médico militar Gómez ha estado trabajando en la primera línea desde que empezó la pandemia y tampoco tiene una explicación del por qué no ha llegado la tercera ola. 

“Hoy tenemos menos de 50 pacientes, cuando la media era de 300”, te dijo la otra vez que te atendió. “Hay quienes dicen que alcanzamos la inmunidad de rebaño a la mala”.

Entonces llegas a la primaria. Hay tanto funcionario por metro cuadrado que uno no sabe si eso es bueno o es malo. Ese enjambre de personas vestidas con chaleco verde te encamina con la funcionaria que llenará la hoja de registro que has llevado impresa. Esa funcionaria rebusca en tu credencial de elector. “¿Cuántos años tiene?”, te pregunta. “Cuarenta y nueve”, le respondes. “¿Cuándo cumple los 50?”. “En agosto”. “Se me hace que se quiere saltar la fila”, te dice. “No, no, ¿Cómo cree?”. “No se le nota la edad”.

Que uno sea tragaños no significa saltarse la fila. Aunque, acá entre nos, lo intentaste.

Sucedió a principios de abril pasado. Entraste a un grupo de Facebook que abrió la comunidad hispana en Texas, un grupo donde conseguiste información para registrarte en una iglesia cercana al aeropuerto de Dallas, donde aplicaban la vacuna de la Johnson & Johnson. Es decir: tu plan era tomar un avión, vacunarte, hacerte güey el fin de semana y regresar a Ciudad Chilango. Pero justo el día de tu cita, tuviste que acompañar a tu padre al oncólogo para recibir una mala noticia.

Ahora no te estás saltando la fila: los que cumplan 50 años hasta el 31 de diciembre pueden vacunarse. “Lo dijo Claudia Sheinbaum en una conferencia”, le dices a la funcionaria que cree que estás haciendo trampa, pero que aún así continúa con tu registro. “¿Diabetes, hipertensión?”, te pregunta. “No, nada”. “¿Nada?”, te dice. Bueno, sí: padeces Colitis Ulcerosa Crónica Indefinida y hoy cargas con una migraña. “¿Viene mucha gente con comorbilidades?”, le preguntas. “La mayoría trae sus achaques; es rara la persona que, por lo menos a mí, me ha tocado sana-sana”.

Cuando te conducen hacia el módulo médico donde te vacunarán, una de las enfermeras se dirige a ti y a las otras 13 personas que permanecen sentadas frente a ella. Les avisa que los vacunarán con la Pfizer y que la segunda dosis será dentro de 21 días, mínimo, o 42, máximo. Supones que todo dependerá de la cantidad de vacunas que libere el primer mundo. La enfermera también pregunta si alguno de ustedes se ha contagiado del covid-19. La mitad levanta la mano. La mayoría enfermó en diciembre. Son elegibles para ser vacunados.

Después todo sucede muy rápido: las enfermeras mostrándoles que las jeringas vienen selladas y esterilizadas, las enfermeras extrayendo las cinco dosis que abastece cada frasco, las enfermeras pinchándoles el brazo izquierdo de un solo tirón, y tú no sabes si reír o llorar de la pinche emoción. Entonces ríes. Ríes como el abogado que, frente a ti, se pone a bailar YMCA, la famosa canción de Village People, una canción que suena mientras un funcionario convertido en animador felicita a los vacunados y los incita a mover los maduros cuerpos. Entonces lloras. Lloras como la señora que está a tu lado y que te cuenta que su hermana se murió de covid el año pasado. Por eso llora. Tú lloras porque sigues vivo en esta distopía.

Cuando sales de la primaria, obedeces la última instrucción médica que escuchaste: ir a almorzar como Dios manda. Llegas a una de tus fondas favoritas y le cuentas a la mesera lo que acabas de contarme. Ella, y está en su derecho, no se va a vacunar.

FS

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