La sociedad mexicana, entre ella, la poblana, es homofóbica con instituciones y mecanismos para justificar sus acciones y con raíces misóginas, es decir, aversión a las mujeres o falta de confianza en ellas, explicó Nathaly Rodríguez Sánchez, investigadora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Durante su participación en el “Seminario Permanente de la Cátedra Ignacio Ellacuría: Vivir entre cuatro paredes: contextos de encierro y Derechos Humanos”, organizado por la Universidad Iberoamericana, la experta en temas de género y diversidad sexual explicó que cada sociedad impone exigencias de comportamiento con base en la genitalidad de la persona.
La homofobia en la sociedad está asentada sobre un nervio fundamentalmente misógino: lo indeseable no es el comportamiento homoerótico, sino el afeminado, destacó la especialista de la institución que forma parte del sistema Universitario Jesuita.
“Cuando hablamos de masculinidad, no solo hablamos de la exigencia corporal. Aquello que se caracteriza como masculino se asume como superior”, comentó.
La humanidad atraviesa un nuevo momento de pánico moral, caracterizado por el cambio social profundo, el agotamiento de los referentes de Estado-Nación, la desintegración de las identidades binarias sexo-género, la violencia y la desconfianza hacia la democracia, destacó.
Resaltó que la homofobia en México es una realidad, ante lo cual, se requiere identificar el momento en que se dio la ruptura social hacia este tratamiento; y explicó que el movimiento hacia la derecha de los años 50 podría ser un punto de inflexión para comprender la tradición de miedo y odio heteronormativo.
“Resulta imposible encontrar el sustento para hablar de una aversión de México hacia los deseos homoeróticos. El proceso hegemónico indicaría que en México existe un rechazo histórico al homoerotismo, mismo que encuentra registros en múltiples acontecimientos de principios del siglo XX. Sin embargo, no existen trabajos sistemáticos en la materia: ¿no será que existe la invención de una tradición que se pueda capitalizar para legitimar las prácticas restrictivas?”, cuestionó Rodríguez Sánchez.
El término más usado para referirse a los hombres homoeróticos entre la sociedad mexicana es “joto” en alusión a la crujía “J” de la prisión de Lecumberri; sin embargo, a través de investigaciones, la académica de la institución poblana detectó que, en el siglo pasado, las personas privadas de su libertad que se encontraban en dicha crujía habían sido procesados por delitos que no tenían que ver con prácticas homosexuales.
“En este país, pese a la homofobia impetrada, no nos encontramos un aparato represivo que nos permita pensar que la sociedad del pasado se comportaba con la misma homofobia como lo hace en el presente”, lamentó Rodríguez Sánchez.
Para la investigadora, es fundamental que en la historia de México no se tiene registro de varones procesados por prácticas homoeróticas, aunque en las crónicas de la Ciudad de México persiste el temor que existía entre el coqueteo homosexual en la vía pública.
“Aunque no hay registros de varones procesados, sí existen registros de notas sensacionalistas sobre hombres encarcelados por estas prácticas, lo que alimentaba los rumores del control policial de la expresión homoerótica”, apuntó.
Resaltó que los delitos contra la moral pública eran ambiguos, por lo que la censura contra el homoerotismo se deslizaba entre los policías que buscaban sobornos de las personas que encontraban en la vía pública.
“La condena hacia el homoerotismo no era impuesta por un juez, sino en cuotas de quince días a las que se llegaba si no se cumplía con el soborno. La represión existía, pero no era monolítica ni estable. Era porosa y permitía la agencia del sujeto de control”, explicó.
mpl