Vivir en las calles La Reforma: hambre, frío y covid-19

CRÓNICA

Sin nombres, sin medidas sanitarias y necesidad de comer; así pasan los días y las noches las personas que trabajan como vendedores y artistas callejeros

Las condiciones de violencia entre ellos es más por la lucha de espacios para pedir limosna o habitar. (Cortesía)
Mineral de la Reforma /

El semáforo se pone en rojo, la noche apenas hace visible una figura obscura que parece cruzar la avenida. Poco a poco comienza a resaltar un reflejo blanco que sube y baja al frente de los automóviles, sus luces dejan ver más a detalle que un joven hace malabares en la obscuridad, muchas veces sus pinos caen al suelo, los levanta y continúa con su espectáculo, se acerca a los vehículos, pero nadie abre su ventana; decepcionado regresa al camellón mientras la luz verde permite avanzar a los conductores que esperan, él permanece bajo el abrigo de la noche.

Su rostro esta descubierto, no porta cubreboca, no tiene más que un pantalón roto y una playera sin mangas gastada, una gorra que le cubre la mirada cuando mira al piso, pero refleja un sentimiento: impotencia; no da su nombre, no lo necesita, pues es consciente de que en unas horas deberá ir a casa sin dinero suficiente para alimentarse, prefiere no detallar dónde habita, parece que las calles son su hogar y en tiempos de covid-19 se hace menos visible ante las personas a quienes pide una moneda.


La luz roja brilla nuevamente e inicia el ciclo de nuevo, hace malabares con sus pinos, muchos caen y solo es perceptible por el reflejo de los faros de los automóviles, pasea a un costado de ellos y únicamente recibe una moneda de cerca de 10 carros que esperan el cambio en el semáforo para seguir adelante en su camino. Él permanece, su vida no se frena en semáforo rojo, ya sea vial o epidemiológico, dice que se llama Juan, “a secas”, mira su mano una moneda y nuevamente baja la cabeza al pavimento, no ha sido un buen día.

El viento frío en la Bella Airosa es una constante en invierno, o en todo el año, es difícil decirlo; pero para algunos que parecen habitar las calles es un rival duro de roer día a día. En el portal de un comercio de primera necesidad, pues está abierto después de que cayó la noche, lucha contra el tiempo una anciana. Apenas cobijada por un rebozo viejo estira la mano a cada persona que transita por la acera; pocos siquiera la miran mientras su mano temblorosa espera para recibir una ayuda, “para comer”, susurra; pero al igual que otros parece invisible a los peatones.

No tiene un cubreboca, no usa gel antibacterial después de que una persona deposita una moneda en su mano que refleja su edad por las arrugas y las manchas que apenas son visibles bajo la luz del alumbrado público, no habla, el temblor por frío impide que pueda articular palabras coherentes, es población de riesgo ante esta pandemia de covid-19, pero las basuras de un paste que alguien le obsequió reflejan que no tiene oportunidad de permanecer en casa y así evitar el contagio, tiene hambre y pocas opciones para saciarla.

Transeúntes van y vienen, pero ella permanece en las calles del Centro Histórico, esperando que el frío no haga presa de ella y que tal vez el calor humano y la generosidad de los paseantes, que no son pocos, le brinden una cena que mitigue por poco tiempo su necesidad de comer.

Muy lejos de ahí otro joven circula en una avenida obscura, probando suerte en los pocos comercios abiertos, todos ellos ofrecen comida y solo para llevar o en servicio a domicilio, pasan de las 20:00 horas en la avenida Tulipanes, pero parece que es más de medianoche, no hay más allá de dos comercios operando, “¿no me apoya comprando chocolates para comprar algo de comer?”, dice.

Tres chocolates por 10 pesos, muchos hacen caso omiso a su petición, otros ni siquiera lo ven directamente, muchos más solo lo evaden escudándose en la pandemia; solo una persona se baja de su vehículo, antes de hacerlo se pone su cubreboca y se limpia las manos con gel antibacterial: “¿quieres un pambazo?”, pregunta la mujer; el joven asiente con la cabeza sin decir más, la mujer se acerca al comercio que ofrece estos alimentos, “prepárale un pambazo al joven, yo te lo pago… ¿de qué lo quieres?”, añade; el joven responde tímidamente: “de papa, por favor… adobado si se puede”.

Ella paga el producto e indica al joven que puede retirarlo cuando esté listo, el vendedor confirma el pedido y comienza a elaborarlo, la mujer sube a su auto con su acompañante y abandonan el lugar; “oye, ¿cómo en cuánto tiempo está el pambazo?”, cuestiona al vendedor, “unos 15 minutos porque tengo otros pedidos”, responde; “entonces me da tiempo de ir a probar suerte en otros negocios, ¿si puedo regresar por él?”, el vendedor asiente y el joven se va, “hoy si tengo cena, pero hay que ir a buscar la de mañana”, comparte con el vendedor y se va. Camina sobre la avenida mientras el semáforo cambia de ámbar a rojo, seguirá su venta sin importar la pandemia, pues la calle no perdona, y el hambre menos.

  • Teodoro Santos

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