Aquí, en este pedacito de bosque, durmió primero Lázaro Cárdenas porque dicen que extrañaba los bosques de Michoacán. Si nos vamos en orden, después le siguieron en la siesta Manuel, Miguel, los dos Adolfos, Gustavo, Luis, José, Miguel, Carlos, Ernesto, Vicente, Felipe y el último inquilino, Enrique. Por supuesto, también sus esposas, invitados y guardaespaldas.
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Y desde anoche, a esa lista de quienes han depositado su cabeza en estas almohadas se suman médicos y enfermeras.
A las cinco de la mañana comienza su movimiento. Los nuevos inquilinos salen poco a poco de la ex residencia presidencial para tomar el transporte que los llevará a los hospitales en donde laboran y habrán de pasar otra jornada larga de combate al covid-19.
-¿Cómo les fue en su primera noche?, se le pregunta a Liliana Hernández y Ricardo Trejo, enfermeros, y esposos, por cierto. Durmieron en la residencia Miguel Alemán, última vivienda de Enrique Peña Nieto antes de dejar la Presidencia y en la que se invirtieron varios millones de pesos, en su momento, para hacerla más acogedora.
Liliana y Ricardo dejaron a sus cuatro hijos con su abuelo de 70 años, para no contagiarlos de coronavirus si, "Dios no quiera", llegaran a contraerlo.
"Todo está muy bien”, dice Liliana. “Fíjese que las comodidades que también nos están brindando y la cercanía y seguridad sobre todo, porque como saben muchas personas de mi gremio han sido atacadas y no es justo, nosotros no empezamos ni la pandemia, al contrario, la estamos combatiendo y los estamos apoyando sacrificamos muchas cosas para estar apoyando a los pacientes graves. Sacrificas familia, tiempo, el estrés y cansancio”.
Ricardo también está agradecido.
"Aquí tenemos habitación, comedor, baños, regaderas, WiFi, pues todo lo necesario, lo básico para poder estar", dijo.
-¿Cuánto tiempo van a estar aquí?
-Pues no sabemos –dice Liliana-. Lo que ellos nos brinden de estadía, nosotros vamos a seguir llegando, más que nada para no exponer a nuestra familia, nosotros estamos en la batalla.
Al salir y regresar deberán pasar por un filtro sanitario para evitar, en la medida de lo posible, que el coronavirus les acompañe como huésped en Los Pinos.
La comodidad no elimina la desesperación
Liliana Bustos sale en pants y prefiere cambiarse en el hospital- con la cara limpia y una cola de caballo-. También es enfermera y hoy le toca madrugar porque hay turno tempranero en el hospital en donde atiende pacientes con covid-19.
La enfermera encargada del filtro de acceso, Ariadna Serrano, le sigue a la distancia, con su toque sobrio de curadora. Cuenta un poco de la mecánica de dormir en Los Pinos.
"El filtro, lo que nosotros hacemos aquí, es que cuando el personal llega obviamente se sanitiza las manos, se les toma temperatura, se les pregunta si tienen alguna sintomatología o alguna molestia. Si no detectamos nada se les da el acceso, ellos llevan un registro aparte y ya pasan a la habitación correspondiente", dice.
-¿Si llegaran a detectar algún síntoma qué procede?
-Se refiere a una unidad y se les maneja un protocolo diferente, que es un protocolo que ya lo manejan interno.
Ariadna reconoció la carga simbólica que este lugar tiene y aplaudió la decisión de habilitarlo como centro de hospedaje y desde ahí atestigua el esfuerzo y sacrificio de sus compañeros en hospitales.
Pero no deja de mostrar tristeza. Reconoce que entre sus compañeros hay quienes están desesperados por la batalla de todos los días. Ya los videos y fotografías los hemos visto todos: enfermeras y enfermeros, médicos, doctoras con rostros marcados no sólo por el equipo de protección, sino por lo que están experimentando a diario.
"El personal está cansado, agradecido por el espacio que se les brinda, el apoyo tanto del instituto, como del gobierno, pero sí es un ambiente de tristeza y desesperación, sobre todo porque la población sigue sin creer que esto es cierto, ellos están luchando día a día y la gente sin entender", dice Ariadna.
Le queda un consuelo: que sus compañeros tengan un sitio seguro al cual llegar. Un sitio en donde antes había militares, presidentes y consortes y en el que hoy hay policías que custodian la entrada. Un sitio al que, si se le pregunta a estas enfermeras y médicos, se le dio el mejor uso posible.
“Al menos no llevan todo esto a casa”, dice Ariadna. Por “esto”, queda claro a lo que se refiere. La muerte que va en aumento, la desesperación porque los números no cuadran, las batallas diarias contra un enemigo invisible que parece volverse más fuerte cada día.
De todas formas, tienen dónde descansar durante algunas horas. No deja de ser una experiencia novedosa, reconocen. Porque no todos los días se puede dormir donde cerraba el ojo un presidente.
jlmr