Covid-19, en primera persona; parte 3

‘No hay camas’ es la frase que inicia la travesía por hospitales para un contagiado. La tormenta acaba inesperadamente.

Los casos por covid-19 han aumentado en el país / Ariana Pérez
Editorial Milenio
Ciudad de México /

10. ‘A tu papá no lo van a recibir’

Tu viejo va rumbo al hospital metido en una cápsula de acrílico. “Así nos lo reciben porque nos lo reciben”, les ha asegurado uno de los paramédicos, uno que parece trabajar en una planta nuclear, uno del que no recuerdas su nombre pero estás seguro de que siempre te vas a acordar de él. Cuando arriban al Hospital General 8, allá por el rumbo de San Ángel, la doctora encargada de la sala de urgencias te avisa que la última cama se ocupó durante la madrugada. “Traemos folio”, le replica el paramédico. “Aunque el folio se los haya dado Dios, no tenemos camas”. La escena se repite con el subdirector del hospital: “Antes de tu papá hay a siete pacientes, sentados en la entrada y con respirador, esperando una cama, ¿no los viste al entrar?”.

Claro que los viste e imaginaste a tu viejo en esa misma situación. También miraste a dos ambulancias más esperando a que se desocuparan camas.

—Mi papá viene oxigenando en 80 —tratas de que se compadezca.

—Pues viene más sano que la mayoría

Y no miente el médico: la mayoría de la gente llega al hospital cuando oxigenan menos de 60 y hay que intubarlos.

—¿Y qué me sugiere, doctor?

—Esperarte unas horas a que se muera algún paciente.

Aún ahora que recuerdas las palabras del doctor no las tomas a mal. No te está negando el servicio. Sólo te está planteando la situación sin ese maquillaje institucional.

El propio paramédico, cuando le planteas buscar otro hospital, te pregunta si quieres oír la verdad o si quieres que te engañe. Pues la verdad. “A tu papá no lo van a recibir por su edad, porque lo acaban de operar y por sus demás enfermedades. Ayer me tocó ver, mientras bajábamos a un paciente en una clínica del Estado de México, que no recibieron a una señora como de 70 años. Se les murió en la ambulancia. Te estoy diciendo las cosas como son. Déjame ver si en el CRUM logro canalizar a tu papá, pero la neta lo veo difícil. A nosotros como paramédicos nos dicen en el CRUM que prioricemos a la gente que creemos se va a salvar. Tu papá no viene tan jodido pero ¿crees que le ven posibilidades de sobrevivir? Mejor ve viendo si lo vamos a regresar a la casa de donde lo recogimos porque ya sólo nos quedan unas dos horas de oxígeno”. En la casa de cuidados postoperatorios no pueden recibir a tu viejo porque representaría un foco de contagio para los otros pacientes. Y a su casa tampoco pueden llevar a tu viejo porque vive solo y porque, aún con ayuda, quién sabe si la libraría.

Mientras C busca alguna cama de terapia intensiva en los centros provisionales (Autódromo, Centro CityBanamex), y mientras J también rastrea en una aplicación del gobierno de Ciudad de México, una aplicación que sólo sirve para ver a Ciudad Chilango pintado de rojo, mientras siguen buscando alguna cama, la misma persona que te consiguió el folio anterior, a quien no debes mencionar, te avisa que se ha enterado de que en la zona de triage del Hospital General 48, en Azcapotzalco, podrían recibir a tu viejo. ¿Folio? Los pitazos no tienen folio. Le explicas al paramédico la situación pero él te pide que lo disculpes, que no se moverá a ningún lado hasta conseguir ese número. “Espero que me entiendas que no podemos peregrinar por la ciudad con un paciente covid”. Lo entiendes. Y, por cierto: tu viejo se está deshidratando. El paramédico le ofrece agua por medio de un popote.

Pillo como eres, dejas pasar unos minutos y le inventas al paramédico un número de folio. Él te mira desconfiado desde atrás de los goggles. “Déjame checarlo”, te dice y se trepa a la ambulancia para llamar al CRUM, a donde ha estado insistiendo para que le proporcionen un chingado número para mover a tu viejo. Bien sabes que cuando el paramédico descubra la farsa deseará, con todas sus ganas, no haber hecho este traslado. Mientras resignas a quedar como un pinche mentiroso e intentas resolver a qué casa llevarán a tu viejo para cuidarlo, el paramédico baja de la ambulancia. Si no viniera tan cubierto de la cara seguro ya sabrías por dónde te la va a soltar. “¡Vámonos a la 48”, interrumpe tus pensamientos el paramédico y su compañero aprieta el acelerador.

¿Te saliste con la tuya? No. Sucede que el paramédico te ha pillado en la mentira pero no te ha reclamado porque, en efecto, quedan un par de camas en la 48 y el paramédico ha insistido en el CRUM. “Yo habría hecho lo mismo”, te dice sin ánimos de bronca, mientras serpentean por Periférico a unos 100 kilómetros por hora. Le agradeciste y le agradeces toda la vida.

En la zona de triage, ahí donde la muerte ronda por todas partes, una doctora recibe a tu viejo. La pones al tanto de sus males y, por la mirada que te regresa, debe estar pensando que sólo un milagro lo salvará. Mientras lo ingresan a la sala de urgencias, una sala donde alcanzas a leer en un pizarrón que hay 29 pacientes, tres de ellos intubados, llega otra ambulancia que traslada a adulta mayor que viene oxigenando debajo de 65. Su hija ofrece los generales y firma unas hojas donde autoriza al IMSS a intubar a su madre y en donde se le deslinda a la institución del posible fallecimiento de la señora. Tú también firmas esas hojas. Neumonía. Sangrado. Hipertensión. Muerte. Recuerdas esas palabras porque rubricaste sobre ellas.

11. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

Cuando grité Te quiero y tú abriste los ojos porque confundiste mi voz con la de C, no creo que tu miopía te haya permitido notar que me solté a llorar, como me solté a llorar cuando vi a mamá en coma, y ni creo que tu sordera te haya dejado escuchar cuando la enfermera me dijo Sé fuerte y enseguida me encaminó hacia la salida del área Covid. Intenté salir ahí con un poco de más dignidad, papá, incluso avancé más rápido porque aquel lugar no era el que quiero que dejemos nuestra huella, pero en el camino se me cruzó una camilla donde llevaban a un hombre como de mi edad y me desbalagué por dentro: todos somos iguales a la hora de morir.

¿Sabes, papá? Desde julio pasado, cuando Mariana Enríquez escribió sobre la pandemia, yo había hecho karma una frase de la escritora: “No quiero atravesar ese horror de ninguna manera, ni como espectadora ni como testigo ni como cronista ni como víctima”. Pero lo atravesé, involuntariamente, apenas armado con dos cubrebocas y una careta, sintiendo que no sólo me llevaba una parte de ti, papá, sino que también me llevaba al pinche bicho adentro de mis ojos y oídos.

12. La burocracia mató a la estrella de la salud

A estas horas de la noche debes parecer un zombi porque la trabajadora social te pregunta varias veces si estás bien, si entendiste que el informe médico de tu viejo sólo se podrá consultar en la plataforma que el IMSS ha diseñado para esta contingencia. En esa plataforma, te explica, checarás el estado del paciente (Delicado, Muy Delicado Con Complicaciones, Grave o Muy Grave), sabrás si debes o no presentarte al hospital, el número de cama asignada al paciente, en qué área se encuentra y la última hora en que lo evaluaron. Si ocurre una emergencia les llamarán, a cualquier hora, a los teléfonos que le proporcionaste. “No apaguen sus celulares, esto cambia de la noche a la mañana”, te advierte la enfermera desde atrás de un cubrebocas rosa y enseguida te dice que necesitas regresar mañana para que te den el folio con el que podrás ingresar a la plataforma del IMSS. “Es que la compañera ya se fue”. Parece que los folios son una forma de vida en la salud pública.

Regresas al hospital. Y lo haces, impensadamente, a la hora en que una trabajadora social se ha asomado a la calle para dar informes a familiares de algunos pacientes. Por lo que escuchas, son pacientes que siguen en urgencias. No mencionan a tu viejo. Bajas la oreja y avanzas hacia la recepción, donde está el módulo de trabajo social y donde entregan los mentados folios para registrarse en la plataforma y saber de tu viejo. Te preguntas si debes acercarte a la gente que hace fila y escuchar sus historias. Es gente que ha venido a reclamar que no pueden ingresar a plataforma, que no les llegó la validación al mail, que no saben de su familiar desde hace cuatro días, o que, como tú, necesitan ese pinche folio.

Con el folio en tus manos, lees el instructivo que te han dado, uno donde te aseguran que “fortalecer y animar a las familias que están separadas a causa del virus Covid-19” es el objetivo del IMSS y, para ello, hay un número de WhatsApp donde puedes enviarle máximo 15 mensajes por sesión, mandarle audios, fotografías y videos “de no más de 15 segundos”. Los horarios para los mensajes son de 10 a 12 del día y de 4 a 5 de la tarde. “Una vez que los mensajes fueron vistos por su paciente, le llegará un mensaje a su teléfono…”

Esos mensajes, sin embargo, nunca te llegarán ni sabrás si tu viejo sabe de ustedes. Pero lo más angustiante no es saber sobre su estado clínico: habrá días en que, por la mañana, aparecerá como grave, hacia la tarde estará muy delicado con problemas de complicaciones, y por la noche no aparecerá nada. Esa incertidumbre sólo será apaciguada hasta ese día en que una trabajadora del IMSS, una a quien en esta historia identificaremos como Q, se sorprenda de leer de nuevo el nombre de tu viejo en los reportes médicos que pasan por sus manos.

Pero como eso sucederá hasta después, el martes 29 de diciembre, mientras la oxigenación de C baja a 89, a J se le ha cerrado la garganta y está perdiendo el olfato, pese a que dos días antes le hicieron la prueba y salió negativo. Ahora va camino a tomarse el test de antígeno, test que será positivo y que provocará que Ce, K y L se realicen la prueba el 31 de diciembre, el mismo día en que tú e I deben hacérsela, otra vez.

Para este momento, como dice el adagio, ya no sientes lo duro sino lo tupido.

13. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

Tranquilo, J. Leí que los trastornos olfativos y gustativos son síntomas prevalentes en la infección leve del Covid-19. Además, es una buena noticia que Ce, K y L hayan salido negativos. Te quiero, y acá ando, extraviado como equipaje de viaje, pero acá ando.

14. El kit

Negativos. El Año Nuevo, al menos, lo recibirán tú e I sin rastro del pinche bicho. Pero como la enfermera del centro de salud sabe que después de haberte metido al área Covid no se puede salir sin llagas, inventa que traes unos síntomas para poder tomarles la PCR ahí mismo. “Esa es la única manera de que el gobierno haga la PCR”. Los resultados estarán en una semana, así que por ahora deben guardar cuarentena.

Entonces el 2020 se va a la chingada y el 2021 empieza chingando:

—Le hablo de parte del gobierno de la Ciudad de México para darle seguimiento a la prueba que se hizo su papá el 21 de diciembre. ¿Sabe cuál fue el resultado?

—La del 21 fue negativa, pero le hicimos una PCR el 24. Fue positivo, lo internamos y todavía hoy sigue en el hospital.

—Perdón, es que la base de datos nos está llegando retrasada. Pero yo le hablaba para decirle que en estos días le enviaremos a su papá un kit con un oxímetro, cubrebocas, despensa y un apoyo económico a su domicilio, por lo que es necesario que su papá presente su credencial de elector.

Le insistes que tu papá está en el hospital, que vive solo, que no hay quién recoja el kit.

—Entiendo. Me ha tocado llamarle a gente que ya se murió. Que se mejore su papá.

15. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

Teléfono:

“Me acaba de hablar mi padre”, me dijo J. “Bueno, una enfermera llamó y me pasó a mi padre. Lo escuché bien, se oía lúcido. Según esto, una doctora le dijo que ya zafó, que quizá lo den de alta estos días”.

Teléfono

“Que me acaba de mandar un reporte de mi papá”, me dijo C. “Continúa con apoyo de oxígeno suplementario por puntas nasales, está saturando al 95 por ciento, afebril, sin datos de dificultad respiratoria”.

Entonces le telefoneé a aquella mujer, cuyo nombre no debo acordarme, una mujer que se volvió tu ángel de la guarda, papá. Le conté la buena noticia. Tendrás que conocerla.

16. Un sobreviviente es dado de alta

Por ahí de las 7 de la noche del jueves 7 de enero, una trabajadora social del HGZ 48 te llama para avisarte lo que tu papá ya les había adelantado: lo han dado de alta y hay que ir a recogerlo hoy mismo, antes de las 22 horas. Le explicas que tu familia no es numerosa, que la mitad está contagiada y que la otra mitad está en la espera del resultado de la PCR.

—¿Puede ir algún conocido? —le preguntas.

—No, a fuerza tiene que venir un familiar a firmar el alta.

—¿Y si contagiamos a alguien?

—Este es un hospital Covid, ¿a quién van a contagiar? Nomás vénganse bien protegidos.

—¿Y tiene que ser hoy, antes de las 10 de la noche? En dos horas no conseguimos ninguna ambulancia.

—Bueno, vengan mañana después de las 8 de la mañana, pero vengan, porque necesitamos la cama.

—Lo sabemos.

Y ahí va J a la mañana siguiente, vestido para no contagiar. (Hubiera ido C, que ya es negativo, pero aún se sofoca al caminar). J ya tiene apalabrada a una ambulancia para subir a tu viejo en cuanto firme el alta. Alta, sin embargo, que resulta ser una prealta, y eso significa que a tu viejo le recetaron usar tanque de oxígeno en casa, y eso significa que hay que tramitarlo en el HGZ 1, que queda en la colonia Del Valle, sobre Gabriel Mancera y Xola. En el HGZ 1 hacen esperar a J más de dos horas. Cuando están a punto de entregárselo, el encargado de los tanques le hace notar que la receta es del HGZ 48 y él no puede prestarle oxígeno a quienes no son sean pacientes del HGZ 1. El encargado manda a J a la clínica de tu viejo, la 30, allá por el metro Coyuya. En la 30, J les explica la travesía que ha recorrido por culpa de la burocracia. “Cada hospital tiene sus tanques, regrese a la 48”. En ese vaivén, se ha hecho de noche y ahora el oxígeno hay que conseguirlo el lunes, porque los fines de semana no se entregan tanques.

Mientras tú y tus hermanos concluyen que no podrán llevarse a su viejo, la trabajadora social que te llamó un día antes, la que te urgió con la cama, vuelve a contactarte.

—¿Por qué no ha venido a recoger a su familiar?

—Porque nos mandaron a tramitar el oxígeno y, sin oxígeno, nos dijeron, no pueden dar de alta a mi papá.

—Así es, ¿y cómo van con el trámite?

—Mal: a mi hermano no quisieron gestionarle el tanque. Ustedes lo mandaron a Gabriel Mancera, de ahí a la 30 y de la 30 lo regresaron con ustedes.

—¿Entonces no van a venir?

Mientras piensas que el realismo mágico se niega a desaparecer, un tipo del gobierno de la ciudad te llama para decirte que está afuera del domicilio de tu viejo. Viene a entregarle el kit del oxímetro y demás parafernalia. Le explicas que tu viejo está hospitalizado, que eso le dijiste a una señorita que te habló días antes para enviarles el famoso kit, que no hay quién lo recoja. El tipo se enoja y te cuelga.

Mientras J se rinde porque no hay manera de conseguir el tanque, otra vez te llaman de trabajo social del HGZ 48. La mujer al teléfono te advierte que este es el enésimo aviso de que tu viejo está dado de alta y te reclama el por qué no has ido con la ambulancia.

—Porque en todo el día hemos tratado de tramitar el oxígeno, pero en ninguna clínica nos lo quieren dar.

—El alta de tu papá no dice que requiera oxígeno.

—Pues nosotros tenemos otra alta, la que firmó mi hermano, que dice que sí, que lo necesita por tres meses.

—Entonces deben de venir mañana para arreglar eso, porque yo tengo que se va sin oxígeno.

Cuelgan.

Por primera vez, en casi un mes, te ríes.

Porque pese a todo, lo más importante es que tu viejo la ha librado por haber estado en las mejores manos.

17. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

Papá:

No sé si lo dijo Orson Wells o lo inventó Rodrigo Fresán, pero los finales felices están inevitablemente ligados a la capacidad de uno para detener la historia antes de que termine. Y yo prefiero terminar esta carta aquí, aunque de donde nosotros venimos los finales felices estén devaluados.

ledz

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