En la masiva ceremonia de entrega del bastón de mando en el Zócalo, la zona VIP del área VIP no estaba sobre el templete, en las largas hileras de sillas que, a diferencia de las que había abajo, frente al escenario, tenían paraguas adosados para la amenazante lluvia.
Los VIP de los VIP, en realidad, quedarían igual de expuestos al torrente –que nunca llegó, por generosidad o entusiasmo nubilar– que los VIP corrientes porque el espacio del privilegio estaba reservado para decenas de mujeres –jóvenes, mayores, de tez más clara, más oscura, todas ataviadas con bellos trajes tradicionales– que representaban a 70 pueblos originarios y afromexicanos. Porque “no llego yo, llegamos todas”, proclama la presidenta constitucional.
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El suelo simple de la gran plaza capitalina estaba destinado a ser compartido por los extra VIP con los otros VIP, y el pueblo obradorista y ahora claudista de México. Pero la grilla maciza la monopolizaban ellos, sin lugar a dudas. Ese es su privilegio.
Claudia miraba a su izquierda y al fondo para buscar al pueblo, a la gente que la eligió, a la que representa. Al fondo… y por toda la inmensa plaza, se abrían decenas de miles de ojos esperanzados en quien promete construir el segundo piso de la cuarta transformación.
A la izquierda, muy cerca, un grupo heterogéneo formado por figuras extraídas de grupos de campesinos, de colonos, de obreros, de indígenas, más un cuadro designado “directivos de medios de comunicación e influencers”, que deberían llevar el mensaje a las personas que serán gobernadas.
Pero cuando necesitaba comunicarse con quienes le ayudarán a gobernar, sus ojos se inclinaban a su derecha, con la sonrisa convocaba y mediante la voz, mencionaba a algunas personas – “estoy viendo a Clara Brugada”, "el gobernador de Chiapas me está mirando” – y a grupos que se vuelven gremios a los que hace falta activar – “los gobernadores” –. Son los necesarios VIP que pueden hacer que las cosas sean más fáciles… o muy difíciles.
La primerísima vs los populares
En la enumeración de cien compromisos de gobierno –Sheinbaum se ocupaba de recoger los ánimos preguntando cada 10 o 15 o 20 puntos, “ya se cansaron, ¡ya merito!” –, muchos fueron ovacionados por la plaza, pero uno en particular provocó entusiasmo tanto en el sector VIP como en el VIP plus: operaciones gratis de rodilla y de cataratas. Hasta los “influencers” y directivos de medios más rejegos corearon “es un honor / estar con Claudia hoy”. Fue al mismo tiempo un revelador examen instantáneo de dolencias y achaques y un eficientísimo sondeo de edad.
La combinación de murmullos de exaltación y confianza con estremecedor alumbramiento ante lo que se va a hacer –y lo que a cada uno le toca a hacer– se daba en ese sector de, digamos para no generar sospechosismo, la diestra.
Por ejemplo, en esa primerísima fila donde fueron ubicados del lugar más visible en la izquierda hacia la derecha, los secretarios de Salud (David Kershenobich), Función Pública (Raquel Buenrostro), Educación (Mario Delgado), Defensa (Ricardo Trevilla), Gobernación (Rosa Icela Rodríguez) y Marina (Pedro Morales), más la consejera jurídica de Presidencia Ernestina Godoy.
En esas pocas y simples sillas se acomodó gran parte del poder de los próximos años.
Pero la popularidad se quedó a disfrutar, cuando al terminar el acto y los VIP de los VIP se retiraron a las camionetas con cero austeridad republicana y a los autobuses Estrella Roja que los esperaban por la calle de Moneda, para retirarlos por Correo Mayor.
Fueron rodeadas por los VIP de a pie, inevitablemente o dejándose también querer un poco, las estrellas de la 4T.
Andrés Manuel López Beltrán, el hijo del ya ex presidente que aceptó un cargo que parece secundario pero tiene gran influencia si es del partido mayoritario, el de secretario de Organización de Morena, repartía sonrisas y ‘Andyabrazos’.
Mario Delgado se resarcía de meses, o más bien años de ‘flacofobia’ sufrida al encabezar el Movimiento y decidir alianzas intragables y candidaturas descascadas. Su sucesora, Luisa María Alcalde, representaba ante reporteros el personaje agigantado que encarna en el último año y que, siendo tan joven, genera prematuros pronósticos ‘corcholatorios’.
Gerardo Fernández Noroña avanzaba muy ininterrumpidamente hacia la salida, quizás gozando y también un poco padeciendo su éxito de disidente útil, de pronto indispensable y eficaz.
Como las nubes que afortunadamente incumplieron su advertencia, el cumulunimbus del VIP se fue disipando sin soltar chaparrón. No son momentos de perder agua. Lo duro viene después.
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