El desplome del Partido Revolucionario Institucional (PRI) entró en tobogán en la segunda mitad del sexenio de Enrique Peña Nieto y tomó velocidad de vértigo durante la administración de Andrés Manuel López Obrador.
El tricolor fue capaz de recuperar la presidencia en 2012 porque mantenía una clara superioridad en poder territorial sobre sus rivales. El verdadero ocaso de la organización creada en 1929 empezó cuando, después de 87 años, en 2016 por primera vez dejó de controlar la mayoría de las gubernaturas y retuvo apenas 15 de las 32 entidades.
Una vez que traspasó esa frontera antes inexpugnable, sobrevino una decadencia tan veloz que solo siete años después se convirtió en una tercera fuerza que coquetea más con el cuarto que con el segundo escalafón del poder político.
Un análisis de datos electorales realizados por MILENIO muestra que el PRI pasó de 29 gubernaturas en 1994 a 15 en 2016 y tres en la actualidad.Y dos de ellas –Estado de México y Coahuila– son las únicas que están en disputa este año: la mejor noticia de 2023 para el otrora partido hegemónico sería no perder ninguno más. La peor sería llegar a las elecciones federales de 2024 con solo un gobernador, el de Durango.
A pesar de los enfrentamientos internos en el PRI, y de lo que pueda convenir a las distintas camarillas en pugna, las coaliciones con el Partido Acción Nacional (PAN) y algún otro socio menor (el de la Revolución Democrática) se han convertido en la esperanza de sobrevivencia para la organización.
Aunque la pérdida de la Presidencia, en el año 2000, fue señalada por algunos como el fin de su predominio, en realidad logró sostenerlo aún cuando formalmente estuvo en la oposición. El control territorial le permitió recuperar una mayoría relativa en el Poder Legislativo, tan pronto como en 2003, y reconquistar el Ejecutivo, en 2012.
El gusto no le duró mucho tiempo. Visto desde una perspectiva amplia, el PRI pasó de tener 300 diputaciones federales en 1994 a conseguir apenas 70 curules en los comicios de 2021. Y de los 64 senadores que tenía al inicio del sexenio de Ernesto Zedillo descendió a 21 escaños obtenidos en 2018.
El péndulo tricolor
Durante 87 años, desde su creación en 1929 hasta las elecciones locales de 2016, el PRI siempre conservó todas o la mayoría de las gubernaturas. Esa fue la clave para reconquistar poder cada vez que perdía algo.
En 1997, cuando perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, a medio mandato de Ernesto Zedillo, estaba en un declive que lo llevó a ceder la Presidencia en 2000. Tocó fondo en 2003: había pasado de tener un 51 por ciento de votos en 1994 a solo un 24 por ciento en ese año.
Pero rescató su poder territorial: una mejor distribución de sus victorias le permitió recuperar la mayoría relativa en la Cámara, con 224 diputados, a pesar de que el PAN había obtenido un porcentaje mucho mayor (31 puntos), pero solo 151 curules.
En 2003, el PRI controlaba 17 gubernaturas frente a 9 del PAN y 6 del PRD.
La polarización de las presidenciales de 2006, entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, generó un fenómeno de repartición del voto útil que dejó como damnificado principal al PRI y su candidato derrotado, Roberto Madrazo, que condujo a su partido, por primera vez en su historia, a un lejano tercer lugar en votos y escaños.
Pero desde el año anterior, 2005, había empezado a recuperar gubernaturas, y una vez superado el impacto de Madrazo, el PRI volvió a ganar la mayoría relativa, y casi la absoluta, en 2009.
Ya estaba a plena marcha la vasta operación político-mediática que colocó a Enrique Peña Nieto en la Presidencia en 2012. Fue tan eficaz que, con solo el 33 por ciento del voto válido nacional pero con 19 gobernadores en campaña, casi le permitió ganar también la mayoría absoluta en la Cámara.
El año siguiente, el péndulo del poder territorial volvió a golpear del lado del PRI, que llegó a sumar 20 gubernaturas. No como en los mejores tiempos pero sí suficientes como para alentar sueños de un nuevo siglo priista.
Sombra del viejo PRI
En 2015, empezó lo que parecía un retroceso momentáneo, con la pérdida de una gubernatura y 38 diputados. No obstante, el declive se aceleró en 2016: con cuatro estados menos, por primera ocasión en su historia, el PRI retuvo menos de la mitad de los gobernadores, con 15.
El tsunami de López Obrador, en 2018, y la debilidad de su candidato José Antonio Meade lo golpearon con fuerza, arrojándolo de nuevo a un lejano tercer lugar en votos y curules: apenas 63 para un partido que acostumbraba tener más de 300. Su mínimo histórico.
De 1997 a 2015, el PRI obtuvo votaciones para diputados en el rango de 31 a 38 por ciento, con excepción del descalabro de Madrazo. Pero en 2018 y 2021, descendió a niveles que solían ser propios del PRD en sus buenos tiempos, con 17 y 18 por ciento.
Territorios lejanos
Lo más importante a nivel estructural, sin embargo, fue una dramática pérdida de control del territorio: si en 2018 todavía contó con más que cualquier otro partido, con 12 gobernadores, en 2021 se precipitó a solo 4 de los 32.
Pudo ser peor. En 2022, perdió Hidalgo y Oaxaca: la mitad de sus gubernaturas. Y las dos que conserva, Estado de México y Coahuila, serán renovadas este año, 2023. Habría quedado en riesgo de desaparecer en junio como partido con mandatarios estatales. Su legendario poder territorial, desvanecido.
Lo salvó un acuerdo con el PAN, que prácticamente le cedió un estado que gobernaba, Durango, al permitirle designar al candidato que finalmente venció, también en 2022. Gracias al blanquiazul, llega a estas elecciones con tres gubernaturas. Una pálida sombra del viejo PRI.
Las encuestas le dan ventaja en Coahuila al candidato priista, en coalición con PAN-PRD, pero mantienen en una distante segunda posición a la que presenta –con los mismos aliados– en el Estado de México, su más importante bastión histórico.
Si los sondeos están en lo correcto y las tendencias se sostienen, el PRI encarará la elección presidencial y las nueve de gobernador de 2024 en control de solo dos estados, los de la región de La Laguna, territorialmente extensos pero de población tan escasa que en conjunto reúnen sólo 12 de los 300 distritos electorales federales. De esa docena, como candidato, Andrés Manuel López Obrador ganó todos en 2018, y los partidos de su coalición, Morena y PT, retuvieron cuatro en 2021.
En virtud del acuerdo que le permitió al PRI designar a los candidatos de la coalición opositora en las elecciones estatales de 2023, el PAN podrá nombrar al aspirante presidencial y al de jefe de Gobierno de Ciudad de México en 2024, donde el PRI sólo podrá pretender alguna alcaldía.
De las ocho gubernaturas en liza, Movimiento Ciudadano, en solitario, podría repetir en Jalisco (donde Morena es segundo lugar), y el PAN –solo o en alianza– en Guanajuato (única entidad que AMLO no ganó en 2018) y Yucatán, que considera bastiones tradicionales y que no va a negociar con el PRI.
Morena tiene posibilidades de conservar Veracruz, Tabasco y Chiapas, estados con un fuerte lopezobradorismo, y quizás solo en Puebla y Morelos encuentre dificultades. Pero no será fácil para el PRI lograr que el panismo, que ha gobernado ambas entidades y tiene estructuras añejas en sus capitales, le ceda las candidaturas importantes.
La alternativa, quizá, está en darle su apoyo al PAN a cambio de candidaturas con buenas posibilidades para el Legislativo, y así crear fracciones parlamentarias numerosas.
Pero la recuperación del poder territorial no parece asomarse en el horizonte cercano.
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