El saludo que hizo enojar a un Premio Nobel de Literatura

Gabriel García Márquez

Desde su irrupción en el panorama literario internacional en la década de los 60, el genio colombiano fue conocido por su carácter reservado fuera de cámaras y su aversión a la exhibición pública.

Su obra fue distinguida por la Academia Sueca en 1982. Especial y Archivo
Héctor Benavides
Monterrey /

Seis años después de que fuera publicada la novela Cien años de soledad (1967), durante una conversación con el colombiano Álvaro Mutis escuché por primera vez el nombre de Gabriel García Márquez.

Don Álvaro, como yo le decía cuando me dirigía a él, era en 1973 el director para América Latina de la Columbia Pictures, compañía que vendía series para la televisión en México, entre otros canales, al naciente Canal 12 de Monterrey.

A lo largo de 5 años establecí una relación comercial a nombre del Canal 12 con el señor Álvaro Mutis, de la que nació una amistad por intereses comunes, principalmente por sus actividades en la industria de la radio y la televisión, y en particular por su trabajo literario como escritor.

Una de esas pláticas se centró en su amigo y paisano Gabriel García Márquez, y me confió que él tenía el privilegio de ser la primera persona, el primer lector de los manuscritos terminados de todas las novelas de su amigo Gabo –así le decía–, incluyendo desde luego el haber sido el primer lector de Cien años de soledad.

Pasaron los años, don Álvaro se fue de México, seguí leyendo las novelas de García Márquez y un buen día a fines de 2004, al término de una entrevista con el escritor Sergio Ramírez, quien fue vicepresidente de Nicaragua (1985-1990), se apareció en el mezanine del hotel Fiesta Americana de San Pedro Garza García, el tan mencionado Gabriel García Márquez.

Estaba acompañado por don Julio Scherer y otra persona, a los que se unió Sergio Ramírez. Yo vi el grupo a distancia y le hablé por celular al camarógrafo que me había acompañado en la entrevista y quien ya se encontraba en el estacionamiento subterráneo. Le pedí que subiera lo más rápido posible y lo hizo, pero el grupo con García Márquez se había retirado.

Al día siguiente supe que García Márquez visitaría las instalaciones del Tecnológico de Monterrey, ya que recibiría un homenaje en el Auditorio Luis Elizondo, y como ya estaba acreditada para cubrir el evento mi compañera Cynthia Ayala, le pedí a mis compañeros que le grabaran aunque sea un saludo para el programa Cambios, ya que al domingo siguiente hablaríamos de la visita a Monterrey de García Márquez. Y Cynthia se fue con esa tarea, grabarle cuando menos un saludo.

Hace una semana hablé con Cynthia y le pregunté cómo recordaba esa experiencia, y ella me envió este texto:

“El Tecnológico de Monterrey tuvo como invitado de honor al escritor colombiano Gabriel García Márquez, a quien le rendirían un homenaje teniendo como sede el Auditorio Luis Elizondo. Al finalizar el evento, la prensa quería una impresión de él y lo esperaron a la salida, pero como yo me fui al otro lado logré interceptarlo y le dije: ‘Señor García Márquez, un mensaje de felicitación al Tecnológico de Monterrey por su 60 aniversario, por favor’.

“Y él respondió con cierto tono y con una mirada penetrante: ´Yo no hablo con reporteros´. Todo esto sucedió teniendo como testigo al rector Alberto Bustani y otros directivos de la institución.

“Finalizó la cobertura y con la moral baja, me dirigí al Canal 12 a mostrar el material obtenido. Todo lo ocurrido, no le quita su grandeza como escritor.

“Atentamente Cynthia Ayala López”.

Y yo le contesté a Cynthia: “Tiene razón”. Como en otros casos, en la conducta de los genios —en este caso un genio de la literatura universal—, una es su obra y otra muy diferente la persona, y a un genio se le perdona todo, hasta su enojo injustificado. 

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