Hace seis años se me borró el archivo del libro que escribía sobre Delfina Gómez Álvarez, la maestra de primaria que ayer domingo hizo historia: derrotó al dinosaurio priista de Atlacomulco.
Creo que el archivo arrancaba con una Delfina niña que le enseñaba a leer y a escribir a su mamá, doña Catalina Álvarez. ¿O empezaba con la muerte de cuna de su hermana Beatriz? La anécdota que fuese, era el gancho para presentar los orígenes de la maestra. Es decir, para contar las andanzas de su padre, José Guadalupe, de oficio albañil. Para hablar de su abuelo Delfino Gómez y sus leyendas de fantasmas que contaba en la oscuridad, con una vela encendida. O para hablar de Arteaga 48, una casa en el centro de Texcoco, construida a tabique pelón, donde hace 60 años una partera ayudó a que naciera la maestra Delfina.
Que recuerde, de la infancia de la maestra contaba cuando jugaba con las hormigas, cuando un herrero le regaló un columpio, cuando lloró en su primer día de escuela, cuando acompañaba a sus familiares a vender pan en un triciclo o cuando caminaba hasta La Villa. Porque si algo le gusta a la maestra, es caminar. Por lo mismo no le preocupa que no sepa manejar.
En el archivo que desapareció por culpa de un virus, contaba, además, la muerte de don Delfino y la vez en que su padre le dijo que ya no tenía dinero para que ella siguiera estudiando. En ese entonces, Delfina tenía 13, 14 años, cursaba la secundaria y era catequista.
Que ya no hubiera dinero para estudiar forzó a Delfina a buscar trabajo. Encontró un empleo en la Óptica Dorantes. Su labor consistía en cuidar de los niños, llevarlos a natación y ayudarles a hacer la tarea. Aunque era muy jovencita, le decían Mami Delfis. Impartiendo clases particulares a otros chicos obtenía el dinero que le faltaba para sacar las copias de libros y para comprarse zapatos.
Creo que también trabajó en una farmacia. De lo que no hay falla es de que en el archivo que perdí Delfina era la estrella del equipo de básquet femenil de la escuela Normal. Se veía compitiendo en torneos más profesionales. Entonces le detectaron un problema auditivo. Aunque la operaron en la Clínica 25 y sorteó muy bien la convalecencia, el médico le sugirió hacer una vida más sedentaria. Sustituyó el deporte con más estudio.
Se hizo maestra, pero no invitó a nadie a su examen profesional. “Me dio miedo reprobar”, me dijo Delfina en una de las varias entrevistas que tuvimos en 2017, cuando la conocí. En las libretas donde tengo mis anotaciones, leo que la maestra me contó que, con sus primeros sueldos,fue ella quien contrató y pagó la línea telefónica en su casa.
En esas libretas están los apuntes sobre la muerte de su padre por enfisema pulmonar. Está la muerte de su madre, siete años después, por depresión. Está la vez que perdió su equipaje en Cuba y estaba esa mañana en una iglesia de Mérida cuando Delfina se quedó hablando con una desconocida que necesitaba consuelo urgente. Están los nombres de los perros callejeros que la maestra ha adoptado a lo largo de los años: Democracia, Gremlin, el Canelo, Duvalín, La Ónix, Tobías, Rudy o El Oso, un alaska que ha sido el único comprado.
Si mal no recuerdo, en el archivo que perdí aún no escribía sobre la invitación que Higinio Martínez y Horacio Duarte le hicieron a Delfina para que fuera candidata a la alcaldía de Texcoco. Todo empezó cuando la maestra le pidió ayuda a Martínez para un niño que sufría una enfermedad incurable. La amistad creció entre Delfina y el jefe político del Grupo Texcoco. “El doctor me invitó a la política, pero nunca pensé que quería que fuera para alcaldesa”.
El archivo ya incluía diferentes crónicas de campaña. En ellas, los mexiquenses describían los problemas que los aquejan todavía hoy —feminicidio, inseguridad, extorsiones, falta de agua, pavimentación, drenaje, transporte—, se le acercaban a Delfina para tocarla, tomarse una selfie o regalarle muñecos de peluche y estampitas religiosas.
En fin. Esa mujer, la del fleco pintado y sonrisa franca. La que compró un carro por financiamiento pero nunca aprendió a manejar. A la que no le gusta traer escoltas. La cinéfila que tiene a ‘La vida es bella’ entre sus películas favoritas, es la maestra Delfina y quizá algún día escriba un perfil sobre ella.
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