A pesar de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) lleva más de tres décadas sin mayoría calificada en el Congreso del Estado de México, el tricolor y sus aliados se presentan a los comicios del domingo 4 de junio de 2023 con el aliciente de haber frenado a Morena en 2021.
En aquel año, la alianza integrada por PRI, PAN, PRD ganó 37 diputaciones locales, mientras que la coalición de Morena, PT y PVEM se redujo a 34 curules.
Apenas en 2018, los partidos afines al presidente Andrés Manuel López Obrador habían logrado la hazaña de controlar tres cuartas partes del Congreso mexiquense.
Los votos contabilizados en 2021 muestran que la coalición Juntos Haremos Historia perdió 32 por ciento de eficiencia electoral con respecto a los comicios de 2018, de tal suerte que la alianza Va por el Estado de México enfrenta a la ola obradorista con el dominio de 23 distritos, frente a los 19 que controlan Morena y sus socios políticos.
Una investigación documental de MILENIO muestra que, desde 1990, el Poder Legislativo del Estado de México comenzó un acelerado tránsito de la era de la “oposición paraestatal” a la normalización de la cohabitación política.
De hecho en 2024, cuando termine la legislatura local en curso, el PRI cumplirá 34 años sin mayoría calificada.
El primer gobierno dividido ―el Poder Ejecutivo en manos de un partido y el control del Legislativo en manos opositoras― fue un hecho en tierras mexiquenses desde 2000.
Pero ya desde 1995 el PRI perdió la mayoría simple y sólo dos veces la recuperó en los subsecuentes 29 años: la última del gobernador Enrique Peña Nieto y la primera de la administración de Eruviel Ávila Villegas.
A lo largo de más de tres décadas en que el poder del PRI fue mermando en el Congreso local, sus gobiernos estatales sortearon las sucesivas pérdidas con un creciente “paquete de beneficios” para los legisladores opositores, que iba de las sustanciosas compensaciones salariales por su desempeño en comisiones hasta presupuestos adicionales para el financiamiento e insumos de oficinas de atención ciudadana en sus distritos, entre otros.
“Pero fue el gobernador Arturo Montiel [1999-2005] el que marcó un antes y un después”, confía a MILENIO un ex diputado local, a condición del anonimato, pero cuyo testimonio fue verificado por editores de este medio. “Para que te des una idea, hoy les dan [un Nissan] Sentra. En tiempos de Montiel les daban Suburban. Habla con cualquier legislador de oposición de esos tiempos y verás como todos te dicen: ‘Nos trató muy bien, fue un gobernador muy generoso’”.
Para dar la dimensión de esas “buenas épocas”, refiere que un muy conocido ex alcalde llegó a comentar, maravillado: “Ser coordinador parlamentario de oposición conviene más que ser presidente municipal de Nezahualcóyotl… Un municipio cuyo presupuesto anda en los 500 mil millones de pesos”.
En 2000 y en 2018, el PRI fue segunda minoría. El gobierno estatal pasó de la cooptación a la negociación. En el primer caso fue la avalancha foxista, y en el segundo, la ola obradorista, la que arrastró al tricolor.
En la segunda ola, el dominio de Morena brilló por un instante y al cabo, dio un paso atrás en 2021, cuando su coalición pasó de tener 50 a sólo 34 de los 75 diputados que componen la legislatura local. Aún se desentraña lo que ocurrió en las profundidades del tejido social mexiquense, fuera del radar de los partidos.
La era de las lentejas
En 1965, el dirigente nacional del PAN, Adolfo Christlieb Ibarrola, había advertido a sus correligionarios, en un célebre discurso de Navidad, sobre los peligros de ceder a la ambición personal ante las “diputaciones de partido” creadas en la reforma de 1962.
Un peligro latente, decía el dirigente, “si la participación en el ejercicio de la autoridad, que concebimos como servicio a la comunidad, se transforma, por nuestras debilidades humanas, en el bíblico plato de lentejas”.
Diez años después, en tierras mexiquenses, las lentejas se convertirían en un plato sumamente ambicionado. En 1975, como resultado de una reforma local del año anterior, impulsada por el gobernador Carlos Hank González, ingresaron a la legislatura local los tres primeros diputados de oposición: por el PAN, María Soledad Ávila y Héctor González Schmall; y del PPS, Alfredo Reyes.
Hasta entonces, ningún representante de la oposición había “mancillado” el recinto legislativo local llevando su representación a ese órgano.
Con la reforma de Hank, se asignaba un diputado por cada 1.5 por ciento de la votación obtenida por partido, y otro si llegaba a 3 por ciento. Ese era el límite.
Era la versión descafeinada de los “diputados de partido” que a nivel federal se aprobaron en 1963, y que permitía hasta 20 diputados con una base de 2.5 por ciento de la votación general.
Hubo cuatro reformas subsecuentes para llegar a los plurinominales como los conocemos.
Las horas finales de la hegemonía
Hasta 1987, el monopolio de la “representación pública” era todavía un patrimonio indiscutible del PRI en el Estado de México. Fuera de las cuotas que se suministraban con gotero a los “partidos paraestatales” ―como se conocía a las organizaciones que servían de comparsa al montaje democrático local y nacional―, el partido oficial dominaba los puestos de elección.
El Congreso mexiquense no era la excepción. Compuesta por 44 integrantes, la L Legislatura local (1987-90) albergaba una representación priista de 33 miembros, mientras que los opositores reunían en conjunto 11 integrantes. Una relación porcentual de 75-25.
De hecho, contra cualquier pronóstico, esa composición era idéntica en proporción entre el partido oficial y los opositores, a la previa de 1984-87, electa aún bajo el mandato de Alfredo del Mazo González ―hijo de un gobernador y padre de otro, los tres del mismo nombre―, quien se fue en 1987 al gabinete del presidente Miguel de la Madrid para encabezar la cartera de Energía, Minas e Industria Paraestatal.
Destaca el dato de que el entonces panista José Luis Durán Reveles, que sería más tarde alcalde de Naucalpan en dos ocasiones, candidato a la gubernatura de la entidad y subsecretario de Gobernación en el sexenio de Vicente Fox, ingresó a esa legislatura.
Pero el PRI mantenía su dominio en aquella recta final de los años ochenta. No había en esa época dificultad alguna para sumar los votos que satisfacieran los caprichos presupuestales del mandatario en turno, o adaptar las leyes a sus necesidades y deseos.
Los diputados guiaban sus impulsos y sus votos por el único y superior propósito de mantener sus vidas dentro del presupuesto público y su carreras dentro de los linderos del poder.
Nadie sospechaba, por más alharaca que saturara los medios capitalinos, que en el Estado de México estuviese en marcha un cambio que alterase aquella modorra política tan cómoda para sus detentadores. Pero lo estaba.
Los albores de la pluralidad
A partir de 1990 comenzó con lentitud el avance opositor en la entidad, el cual apuntaba más allá de los límites impuestos por el aparato político estatal.
Apenas dos años atrás, el país había enfrentado la elección federal que hasta el día de hoy es la más cuestionada de la historia, en la que el candidato del opositor Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, había captado una cantidad de votos por encima de las expectativas oficiales: el 31.12 por ciento de los sufragios, contra el 50.36 por ciento del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari.
Rondaba la sospecha de que la votación para Cárdenas era en realidad mayor, y que el gobierno había detenido los números adversos con un fraude.
Michoacán, Morelos, el entonces Distrito Federal y el Estado de México habían sido la fuente de gran parte de los votos a favor del candidato opositor, y conformaban lo que se conoció como “la cuenca cardenista”.
De modo que al llegar las elecciones legislativas locales de 1990, aún crepitaban en la superficie mexiquense las candentes brasas del 88.
Por primera vez, el PRI perdió la mayoría calificada en el Congreso local. La LI Legislatura (1990-93) quedó integrada por 57 diputados: El PRI tenía 34, el PAN nueve, el PRD ocho, el PFCRN tres, y cada cual con uno: PARM, PPS y PDM. Es decir, el tricolor se quedaba por primera vez por debajo del 60 por ciento de la votación, y por tanto había perdido la mayoría calificada, que en ese momento se alcanzaba con 38 miembros.
Cabe señalar que en aquella diputación se estrenó como parlamentario un entonces joven valor texcocano de la izquierda, posterior alcalde, senador y aspirante fallido a la candidatura morenista al gobierno mexiquense: Higinio Martínez Miranda.
La siguiente elección legislativa local, de julio de 1993, fue concurrente con la de gobernador, de la que resultó electo Emilio Chuayffet Chemor, posterior secretario de Gobernación con Ernesto Zedillo.
Pero en aquella elección transcurría todavía el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y de hecho el mandatario se hallaba en la cresta de su popularidad. Todavía no llegaba la descomposición con la que cerró esa administración.
El equilibrio de la legislatura anterior se mantuvo. La LII Legislatura mexiquense (1993-96) se compuso de 66 miembros, 40 priístas (60.6 por ciento) y 26 opositores (39.4 por ciento), de los cuales 12 eran panistas, entre ellos el naucalpense Alfredo Durán Reveles, hermano de José Luis.
Pero muy pronto el proceso de transformación en la disposición del tablero entraría en una fase todavía más acelerada.
Primer gobierno dividido
En 1995, el gobernador Emilio Chuayffet impulsó una reforma con la cual fue creado el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), un organismo autónomo y con consejeros ciudadanos.
El nuevo marco legal para los procesos electorales locales era un preludio de la gran reforma que llegó en 1996 a nivel federal, y puso piso parejo en los comicios mexiquenses de ese año, con resultados sorprendentes para ese momento.
La LIII Legislatura (1996-2000) se conformó con 75 diputados ―45 de mayoría y 30 plurinominales―, el mismo tamaño que conserva hasta ahora y que la convierte en la asamblea local más grande de la República. Para el PRI fueron 30 curules y para la oposición, 45. El equilibrio se había invertido.
En sólo una elección, el PRI había pasado del 60 al 40 por ciento de la representación legislativa, el Estado de México tenía por primera vez un gobierno dividido, es decir, un partido en el Poder Ejecutivo, el PRI, y el dominio legislativo en manos de la oposición.
El PAN consiguió 22 curules, el PRD 16, el PVEM cuatro, el PT dos, y hasta el PPS, sobreviviente a nivel local, obtuvo una diputación.
Entre los distritos electorales importantes con los que se había quedado la primera minoría, es decir, el PRI, estaba el 42 de Ecatepec, que fue representado por el diputado Eruviel Ávila Villegas, posterior gobernador.
En la oposición destacaba la figura del curtido panista Astolfo Vicencio Tovar.
2000: segunda minoría
Cuando parecía que nada podía empeorar para el PRI, llegó la avalancha foxista de 2000. Los comicios locales mexiquenses fueron concurrentes con la elección federal, y en la renovación del Congreso local, como aquella, también se impuso el PAN.
En la LIV Legislatura (2000-03), por primera vez un partido de oposición, el PAN, se convertía en primera minoría de la legislatura del Estado de México, con 29 (38.6 por ciento) de las 75 curules.
El PRI se ubicó en segunda minoría, obtuvo 25 curules (33.3 por ciento); el PRD mantuvo su representación de 16 legisladores (21.3 por ciento). El PT y el PVEM consiguieron dos diputados cada cual, y hasta el Partido Democracia Social (PDS) alcanzó una curul.
El tricolor se dirigía a una segura compactación que en el mejor de los casos lo reduciría a un nivel competitivo semejante al de sus dos principales adversarios.
Equilibrio plural
En la siguiente elección, el Congreso local alcanzó un equilibrio en la pluralidad. Los comicios de 2003 estuvieron marcados por un desgaste acelerado del gobierno federal y cierto desencanto ante una administración panista que no terminaba de colmar la expectativa que había generado el cambio de partido.
Pero el panismo local aún mantenía en esos años una red de gobiernos municipales que le daban competitividad.
El resultado fue un equilibrio casi exacto entre el PRI y el PAN. La LV Legislatura (2003-06) se conformó con 24 diputados priístas (32 por ciento) y 23 del PAN (30.6 por ciento). El PRD amplió su representación a 19 curules, tres más de las que había tenido en la legislatura anterior. El PVEM se quedó con cuatro, el PT con tres, y Convergencia con dos diputados.
La siguiente elección profundizó el equilibrio de las principales fuerzas políticas representadas. La elección federal de 2006 fue la más cerrada de la historia, el PAN y el PRD como protagonistas, en la que acabó imponiéndose el panismo por una nariz. De manera concurrente, el Estado de México eligió a sus legisladores locales.
Comenzaría entonces la época dorada para los legisladores opositores, esa que reveló bajo reserva de su identidad el ex diputado, cuando aquellos recibían camionetas Suburban y compensaciones sin fin, trocados en “auténticos marajás”.
El informante da como ejemplo una ocasión en la cual, en vísperas de la aprobación de un presupuesto estatal, “invitaron a los coordinadores de oposición al aeropuerto de Toluca, los llevaron a un viaje de placer a Colombia, regresaron y les dieron más dinero. En ese tiempo, el coordinador del PVEM era Miguel Sámano, que a su vez había sido y sería después secretario particular de Arturo Montiel. Ahora es coordinador de la diputación del PRI”.
La LVI Legislatura (2006-2009) se constituyó con fracciones casi iguales para las tres fuerzas políticas mayores: 21 diputados para el PRI (28 por ciento), y empatados en 20 legisladores (26.6 por ciento), PAN y PRD. El PVEM cosechó siete curules, el PT cuatro y Convergencia, tres.
Se alcanzaba así un escenario en el que cualquiera de los tres partidos mayores podría despuntar sobre el resto, pues su nivel de competitividad y de representación política se habían emparejado. Y así fue.
El retorno
Un trienio modificó el escenario local y nacional. La presidencia del panista Felipe Calderón tuvo un desgaste aún más acelerado que la de su predecesor. A nivel estatal, la figura del gobernador Enrique Peña Nieto brillaba en la marquesina futurista. Encabezaba ya todas las encuestas tempraneras de los presidenciables.
Trece años después de haberla perdido, el PRI recuperó la mayoría simple en el Congreso local. En la LVII Legislatura (2009-12), el tricolor conformó su grupo parlamentario con 39 (52 por ciento) de los 75 diputados de la asamblea.
Lejísimos quedaron el PAN, con 12 curules (16 por ciento), y el PRD, con apenas ocho (10.6 por ciento). El partido del sol azteca obtuvo menos de la mitad de la representación que había tenido en la legislatura previa.
Apareció en el escenario el Panal, que se hizo de seis curules. PVEM, PT y Convergencia empataron con tres diputados cada uno, mientras que el Partido Socialdemócrata (PSD) consiguió uno.
La elección de la siguiente legislatura coincidió con la presidencial de 2012, en la que resultó electo Enrique Peña Nieto. La fuerza del candidato mexiquense alcanzó para que en la LVIII Legislatura local (2012-15), el PRI repitiera una bancada exactamente del mismo tamaño, 39 bancos.
Esta vez la segunda fuerza en el Congreso mexiquense no fue el PAN, sino el PRD que consiguió 12 diputaciones; el panismo se quedó con 11, y del resto de las curules, cinco fueron para Panal y cuatro para PVEM, mientras que PT y Movimiento Ciudadano (MC) se quedaron con dos cada uno.
En esa legislatura entró de nuevo Higinio Martínez, bajo las siglas, precisamente, de MC.
De nuevo sin mayoría simple
En la elección de la siguiente diputación mexiquense correspondiente a LIX Legislatura (2015-2018), el PRI todavía alcanzó a beneficiarse del impulso que le había dado la figura del presidente Enrique Peña Nieto, la cual, a esa altura del sexenio, había entrado ya en un periodo de declive.
No obstante, en la elección local de ese año, el tricolor alcanzó 33 curules, es decir, perdía de nuevo la mayoría simple, que había recuperado en 2009.
Muy lejos de la segunda fuerza, que en ese momento era, de forma inédita en la entidad, el PRD, con 13 diputados. El PAN, que ya había alcanzado un gran desprestigio general a nivel nacional, se quedó únicamente con 11 diputados.
El sistema electoral mexiquense fue de los primeros en abrir la puerta a Morena y sus partidos aliados. El partido obradorista contendió por primera vez en esa elección de 2015, y consiguió seis curules, todo un logro para haber sido su primera participación. El PES, su socio, también debutó, consiguiendo tres curules.
PT, PVEM y PANAL obtuvieron dos diputados cada uno.
Extinguida la llama que había encendido los ánimos del priísmo local y nacional con el ascenso de Enrique Peña Nieto, en 2018 las fichas volvían a sus posiciones de salida.
Otra vez, segunda minoría
La estrella ascendente se llamaba ahora Andrés Manuel López Obrador. El político tabasqueño vería en 2018 el fruto de una campaña ininterrumpida de prácticamente todo lo que llevaba el siglo XXI, al alcanzar la Presidencia.
La avalancha obradorista impactó inevitablemente en las elecciones legislativas en el Estado de México, que fueron concurrentes con la elección presidencial. Precedía a esta elección, además, la de gobernador, de 2017, en la que Morena se quedó a tres puntos porcentuales del vencedor.
Morena se enseñoreó en la LX Legislatura (2018-21) con un grupo parlamentario de 38 integrantes, haciéndose así de la mayoría simple del congreso local. Pero con las curules de sus aliados electorales, el obradorismo alcanzaba 50 bancos, pues siete habían sido para el PT y cinco para el PES.
El PRI quedó en una muy distante segunda minoría, con sólo 12 diputados, el grupo parlamentario más pequeño de toda su historia en el Congreso de la entidad. El PAN obtuvo nueve. El PVEM, que todavía tardaría en sumarse al obradorismo, logró apenas dos curules, empatado con el PRD, reducido a su mínima expresión.
La expansión de Morena en el estado desde 2017, su control sobre la mayoría de gobiernos municipales, su claro dominio en la legislatura, todo indicaba que para el PRI habían sonado los clarines del adiós en el gobierno estatal.
Un alto inesperado
Pero en 2021 los equilibrios se modificaron. La cabalgata morenista contuvo su marcha, dio un reparo repentino, vaciló, y dio un paso atrás.
Las elecciones legislativas locales coincidieron con el proceso federal. En gran parte del país el avance morenista fue incontenible. No en la Ciudad de México ni en el Estado de México.
La polarización alineó a PRI, PAN y PRD en una misma alianza política. En la capital del país el obradorismo retrocedió, así como en tierras mexiquenses.
En la LXI Legislatura local (2021-24), el balance ya no estaba definido por partidos, sino por alianzas. Los partidos obradoristas sumaron 34 diputados: Morena 29, PT tres, PVEM dos.
Morena había pasado, de una legislatura a la otra, de 38 a 29 diputados; y su alianza, de 50 a 34. Perdía, así, el 32 por ciento de su competitividad electoral y de su representación.
Por su parte, la coalición antiobradorista reunió 37 legisladores: 23 del PRI, 11 del PAN, tres del PRD.
Fuera de coalición, quedaron MC, con dos diputados, y Panal, con otros dos. De los diputados de este último partido, al final uno se volvería “independiente”.