Son las bujías. Al llegar a su segundo año de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador podrá contar con miles de servidores públicos, pero es imposible entender la cuarta transformación sin el círculo reducido de siete personajes que han servido a manera de motor, de chispa, para una administración en la que las más de las veces han faltado cuadros y experiencia.
El canciller Marcelo Ebrard, la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo; la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval; el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell; el coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, y el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto, son de las figuras más visibles que han fungido como catalizadores del proyecto obradorista.
Como el más veterano en un gabinete que ha brillado por su inexperiencia, el canciller Ebrard ha sido el apagafuegos al que más ha recurrido el Presidente. Incluso ha tenido que asumir responsabilidades de alta complejidad: desde las diplomáticas que le competen, hasta las migratorias —logró controlar la crisis en la frontera sur— y aún las de salud en medio de la pandemia por coronavirus.
Además de ser una de las bujías de la 4T, ha sido uno de sus más eficaces operadores, superando retos que en el papel lucían intransitables, como la organización de la visita a Washington en junio pasado, cuando López Obrador salió airoso de un arriesgado encuentro con su homólogo estadunidense, Donald Trump.
Ubicada firmemente en el círculo más cercano y apreciado por el Presidente, Sheinbaum es, sin duda, la mandataria de mayor peso e importancia con la que cuenta la 4T. Su largo tránsito con López Obrador, a quien respaldó en los tiempos de secas y durante la difícil marcha tras la derrota electoral de 2006, la ubica como otra de las chispas de las que depende el lopezobradorismo.
“Marcelo es el cerebro, pero Claudia pesa mucho en el corazón”, asegura un dirigente morenista consultado. Su papel como voz confiable durante la pandemia y sus credenciales ideológicas impecables —nadie puede cuestionar su lopezobradorismo casi genético— le han ganado un papel especial en el movimiento y al lado derecho del mandatario federal.
También está el cálculo económico. El jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, inició su tránsito con la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, pero desde entonces el regiomontano no ha parado en tratar de construir canales de comunicación entre el Presidente y la iniciativa privada.
Gracias a sus gestiones, López Obrador se ha reunido, en Palacio Nacional, al menos media docena de veces con las cúpulas empresariales, incluso en momentos decisivos, como en abril pasado, cuando presentó su plan para reactivar la economía tras la crisis provocada por la emergencia sanitaria.
En materia de corrupción sobresalen dos arietes: Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) e Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública. Son, probablemente, la dupla más temida dentro del entramado obradorista. Mientras uno congela cuentas, la otra busca irregularidades.
Nieto ha sido el operador más visible en materia de combate a la corrupción. En lo que va del sexenio, ha sido frontal en su ofensiva contra funcionarios del gabinete anterior, congelando las cuentas de personajes como Rosario Robles y Emilio Lozoya, además de líderes del crimen organizado como José Antonio Yépez Ortiz, El Marro, jefe máximo del cártel de Santa Rosa de Lima. Su trabajo le ha valido ser receptor de al menos una amenaza de muerte por parte del cártel Jalisco Nueva Generación.
En lo que toca a Sandoval, sus labores en la SFP han sido instrumentales en poner en la palestra a más de un centenar de funcionarios de administraciones anteriores. Aunque menos mediática que Nieto, se ha enfrascado en más polémicas públicas, lo que ella atribuye a un golpeteo encaminado a minarla y, por ende, al ataque a la corrupción.
También polémico, otro de los funcionarios que escaló hasta convertirse en pieza central del lopezobradorismo es López-Gatell, quien ha adquirido poderes por encima de los de su jefe —en el papel—, el secretario Jorge Alcocer. Sobre el subsecretario ha recaído la nada sencilla tarea de coordinar la estrategia federal de combate al coronavirus.
Sus números han sido materia de duda, debate y a veces hasta sorna por las múltiples veces en las que avizoró el punto máximo de la pandemia o por su error en el número de muertes que se anticipaban. Pero a la par, la estrategia federal de contención de covid-19 es imposible de entender sin un personaje que goza de la máxima confianza del Presidente, al grado de que ya es, quizá, el segundo funcionario con mayor exposición del país.
Otro político que ha logrado convertirse en pieza indispensable, aun cuando no forma parte de su gabinete, es el senador Ricardo Monreal, quien se reúne por lo menos una vez a la semana con López Obrador en Palacio Nacional. Hasta el momento y de forma más eficiente que en la Cámara de Diputados, la agenda política lopezobradorista ha logrado transitar en la cámara alta sin obstáculos, pese a que enfrenta un bloque opositor más consolidado.