El momento del adiós final era inevitable.
El paso más doloroso del proceso no podía eludirse. Había que enfrentarlo y llevarlo a cabo: despedir en la morada eterna a Carolina y a sus dos pequeñas hijas, Dessy y Corina, de tan solo 4 años y de 6 meses de edad, respectivamente.
Las tres carrozas con los féretros salieron puntuales, a las 10:15 de la mañana, de unas capillas ubicadas en el centro de Monterrey.
Decenas de vehículos escoltaron el cortejo fúnebre de la mujer y a las dos pequeñas. Agustín Martínez
A baja velocidad y escoltado por decenas de vehículos, el cortejo recorrió en unos 45 minutos los 14 kilómetros hasta el cementerio, en la carretera Mezquital-Santa Rosa y Antiguo Camino a Santo Domingo, en Apodaca.
Decenas de personas llevaban globos blancos, los cuales soltaron al aire al momento de la despedida, en el preciso instante en el que Caro y sus niñas le rendían tributo a la madre tierra.
El adiós final ocurrió al filo del mediodía.
El dolor, la tristeza y la impotencia se apoderaron de cada uno de los presentes: nadie daba crédito a la triste realidad, nadie podía creer que ya no verían más a aquella joven madre de solo 25 años, siempre alegre y sonriente, a pesar de las adversidades.
Tampoco volverían a ver a aquellas pequeñitas que eran la felicidad y la alegría de los abuelos y la tía.
Todo estaba escrito en uno de los capítulos de esta trágica novela de la vida real: la masacre presuntamente cometida por Brandon en el municipio de Juárez, donde ultimó a puñaladas a su esposa Carolina, a sus dos pequeñas hijas, a su mamá y a su padrastro.