En pleno vuelo se te inflama la garganta y experimentas algunos escalofríos. Tratas de serenarte pensando en la PCR que te tomaron doce horas antes de subir al avión, donde dice que eres negativa. Podrías mostrar la prueba pero ninguna autoridad aeroportuaria te la ha solicitado. Por eso vives en México: por su valemadrismo. Apenas llegues a tu casa, planeas ir a la farmacia más cercana para tomarte un test antígeno y salir de las dudas.
Antes, sin embargo, primero tienen que sellarte el pasaporte. Y ahora, apretujados como frijoles frente a Migración, tú y otros extranjeros se resignan a pagar con la pérdida de tiempo que en México no exista la regla de acreditar que se está libre de contagio. Antes, también, tienes que recoger tu equipaje en una cinta transportadora donde han asignado, simultáneamente, cinco vuelos.
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Tal desbarajuste desemboca en que los pasajeros se abalasen sobre sus bártulos, como si se los fueran a robar. A ti no te roban. Más bien, la aerolínea es quien ha extraviado una de tus maletas. Y antes, lo olvidabas, te tienen que revisar en la aduana, una donde sólo hay dos mostradores abiertos.
En esa interminable fila, un hombre vestido como para entrar al quirófano se te acerca y te pregunta de dónde vienes. Su trabajo es hacer pruebas aleatorias —muy aleatorias— para detectar el covid-19 entre los pasajeros. Podrías contarle de tus síntomas, (la garganta ya se te desinflamó, ahora tienes un tosido), pero como temes que puede ser contraproducente, respondes su pregunta. Como tu país no suena a muy tercer mundo, el funcionario te deja ir. Piensas que ómicron debe estar cagándose de la risa y que tú eres la evidencia de su infamia. Bienvenida a Mexi-caos.
Entonces llegas a tu departamento y te diriges a la farmacia San Pablo de la Roma Norte. Ahí te dicen que se les acabaron las fichas de hoy y las de mañana. Uno de los vendedores te anota en una lista para asegurar tu lugar dentro de dos días. Te aconseja que vayas a otra sucursal, pero a donde te diriges es a internet para conseguir una cita en la Farmacia del Ahorro. Nada.
En la filial que está sobre la calle de Florencia, en la Zona Rosa, están tomados todos los horarios. Hay un espacio, pero hasta la próxima semana. 300 pesos, sin IVA, igual que en la San Pablo. En los laboratorios Jenner, unos que se ubican por Tlalpan, todavía quedan horarios disponibles. No te animas porque lo que cobran (519 pesos) es lo que casi pagaste por la PCR que te hiciste en unos laboratorios más o menos caros que hay en tu país, laboratorios en donde, pese a las filas imposibles que había, te atendieron en veinte minutos. A las tres horas, te enviaron los resultados por mail.
Entonces se te ocurre que puedes presentarte en uno de los macro kioscos de pruebas rápidas que el gobierno capitalino ha instalado ante la nueva oleada de contagios. Pronto, sin embargo, descubres que es más seguro que tengas Covidicito, López Obrador dixit, que conseguir una ficha para el test. Primero porque, según lo que te dijeron en el Centro de Salud Doctor Ángel Brioso, en la Condesa, la gente se empieza a formar desde las 04:30 horas, y tú a esa hora nunca sales de tu cama, menos ahora que has estado sudando toda la noche. Y segundo, porque tienes la plata para costear la prueba. No estás en los zapatos de uno de tus conocidos, al que cada semana, en el restaurante donde trabaja como mesero, le exigen el test. “Yo tengo que pagar las pruebas, por eso cada lunes paso al centro de salud”, te dice.
Que hayas buscado en internet “pruebas rápidas cdmx”, ha provocado que el famoso algoritmo te muestre en Instagram las más diversas ofertas. Ya sabes: “detectamos todas las variantes”, “aprovecha el precio preferencial”, “contamos con pruebas para niños”, “entregamos certificado para viaje”, “regresa seguro a clases”. La toma más barata ronda los 500 pesos. Hay otra, en Laboratorios Polanco, que de mil 200 pesos la han rebajado a 600.
Entonces descubres el mercado de las redes sociales. Llegaste a él buscando en Facebook algún grupo relacionado con las pruebas rápidas. Se llama así, Pruebas rápidas, y fue creado hace casi un año por K, una profesionista que se quedó desempleada y que, en ese entonces, vendía test antígenos a 80 pesos cada uno. El grupo tiene mil 800 miembros y no había tenido tanta interacción como la que se ha trabado en las últimas dos semanas.
Hoy en Pruebas Rápidas, cada test se vende entre 200 y 400 pesos. “Los precios se encarecieron mucho”, te dice K cuando le escribes por mensaje.
“Lo que pasa es que no hay pruebas porque los contenedores están varados en China”.
Roche, Certum, Realy Tech, Covi-Stix, Deangel Biological, Abbott, Szybio o Znuhai Biotech, son algunas de las marcas que se venden en el grupo. “Ahorita lo que la gente quiere son pruebas rápidas. Acuérdate que hace un año la demanda era por concentradores de oxígeno, y al principio de la pandemia fueron los cubrebocas”, te dice K. “Ahorita es el momento de hacer negocio”.
Ricardo es uno de los que están haciendo negocio. Te lo topas en la calle de Orizaba, haciendo test a los extranjeros. “La prueba está en 800; te entrego resultado en inglés”, te dice mientras atiende a dos gringos. La cajuela de su camioneta es su mesa de trabajo. “Ando por toda la ciudad porque casi en ningún lado hay pruebas. Mi target es el turista”.
Entonces piensas que le harás caso al doctor Gatell: te encerrarás y asumirás que estás contagiada.
FS