Rosa Julia Leyva Martínez no está dispuesta que “una bestia” invisible llamada covid devore su vida.
“Cuando me diagnosticaron covid fue tan aterrador como cuando pisé la cárcel, mi cuerpo dejó de cantar y vi de frente a la muerte”.
Leyva Martínez, de 57 años, recibió el año 2021 con covid. Su energía se desplomó al grado de tumbarla en la cama.
“La espalda me dolía terriblemente, justo en el área de los pulmones y el cansancio me bloqueo e inmovilizó”.
Fue al Autódromo Hermanos Rodríguez donde su médico asignado le dijo: “Usted no está tan grave, y esa cama y ese ventilador se los va alguien que si lo necesita”.
Llegó con una saturación de 79 que bajó inmediatamente a 72 de oxígeno.
Vio como un adulto mayor levantó sus manos hacia el cielo y gritó “no, Dios mío, noooo, ya no puedo con esto Dios mío” y se desplomó con todo y tanque oxígeno que lastimó su tobillo. “No, gritaba, después se desmayó y luego lo canalizaron”.
“No quiero ser amarillista. Hay médicos que se parten en mil, tienen corazón y son muy sensibilidad; están agotados de tanto dolor”.
Goris, como la llaman sus amigos e incluso da título a su documental sobre su paso por la cárcel, determinó darse de alta de manera voluntaria.
En el 2020, recordó, tomó precauciones extremas contra el contagio y tal vez la compra de unas sillas fue su único error.
La persona no portaba cubrebocas y llevó a toda la familia. Se enojó, claro, pero le ganó más el deseo de alimentar a esa mujer y a esos niños.
En la noche de Año Nuevo se reunió con cuatro amigos, “todos guardando distancia”.
Esa misma noche se disculpó con sus invitados: “Lo siento, me voy acostar”. Todos la veían incrédulos porque es muy activa, se dedica a escribir, diseñar muñecas artesanales y estaba lista para el taller de teatro penitenciario.
“Me dormí y al día siguiente ya no me pude levantar, me faltaba el aire y tenía una tos que ni Dios Padre me la quitaba ni todo el ajo comido en hojuelas, con cebolla morada y miel, picadito tomado como pastilla, me sirvió”.
Una placa de tórax evidenció la presencia del coronavirus en sus pulmones y la prueba de PCR confirmó que tenía covid.
Luego del Autódromo Hermanos Rodríguez se dirigió a una Clínica de Tlatelolco, del IMSS, donde lograron estabilizarla y “me trataron como reina”.
Pero Rosa Julia Leyva Martínez decidió no internarse porque todos tenían neumonía.
Hasta ahora, Goris sigue atada a un tanque de oxígeno prestado. Tratando de vender sus artesanías para poder rellenar ese cilindro y mantenerse.
Ella se forjó en una zona rural de Guerrero, donde la pobreza extrema se combina con un don ancestral artesanal. “Tengo confianza en mi espíritu, nací en Guerrero y por mi sangre corre esa genética de trabajo duro, por años trabaje así, como burro”.
Su familia ha destinado todos sus ahorros en la compra de tres tanques chicos, obtenidos a un sobreprecio de 13 mil 700 pesos cada uno, y uno de sus amigos le prestó el tanque grande de su madre, “me salvó la vida”.
Sus amigos se forman por las noches y regresan por la mañana, con los tanques de oxígeno ya cargados.
“Saben que peligraban porque lamentablemente muchas personas están solas y van a formarse estando enfermas”, comentó.
Su saturación en sangre no pasaba de 72 sin oxígeno. Con ese apoyo medicinal se eleva hasta 95.
Leyva Martínez está consciente de su sobrepeso, tener 128 kilos o 118 kilos no ayuda a expandir sus pulmones ni a respirar por sí misma. “Si me quito el oxígeno medicinal suplementario, mi saturación baja a 84”.
Se quedará en casa rodeada de sus astromelias, que representan el símbolo de la amistad. En ocasiones es necia y desea bajar, pero al cuarto escalón debe detenerse y parar, regresar a cama donde vende su trabajo artesanal aun cuando sigue percibiendo su quincena como maestra de teatro penitenciario en el Sistema Penitenciario Federal.
La enfermedad es muy costosa. Ella está acostada más no derrotada. Su cama se rodea de astromelias y a un costado está el tanque, también una enorme réplica de La Creación de Adán, de Miguel Ángel.
En la entrada hay una imagen de La Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci.
Por años, una amiga de la cárcel, le hizo creer que se trataba de una virgen hasta que un familiar le hizo ver la realidad. La Gioconda ya no es su virgen, es la representación de la fe que le ayudó a pasar periodos de su vida terribles.
¿Quién es Rosa Julia Leyva Martínez?
“Estuve 13 años en la cárcel por narcotráfico. Si me preguntas si soy culpable te diría que socialmente no, si me preguntas si soy culpable jurídicamente te diría que sí porque fui mula”.
Leyva Martínez es un ejemplo de reinserción social y de resiliencia tanto en la cárcel como con el covid.
No le gusta remontarse a ese pasado de 1993, menos aún recordar a la joven de casi 28 años de edad engañada por conocidos que le dieron una maleta con droga. “Me dijeron que era dinero”.
Ella no sabía nada. Solo que la detuvieron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México con destino a Tijuana.
“No conocía la Ciudad, no hablaba español, tampoco sabía saber leer ni escribir”, comentó Rosa Julia, quien está harta de que la etiqueten como “narcotraficante” cuando su único error fue utilizada, como muchas, de mula.
En medio de la pesadilla, Rosa Julia logró reinventarse a través del teatro.
Su hablar es tajante, fluida y de alguien que le gusta la lectura. No le gusta victimizarse.
-¿Cómo aprendió a leer?
-“A chingadazos, un día vi en la pared de la cárcel un cártel del INEA y le pedí a una amiga que me lo leyera, me dijo 'mira costeña están diciendo que uno vaya a la escuela, ¡ándale! Para que tú cuentes nuestras historias'”.
Cuando salió en 2005 se dedicó a la artesanía y se hizo escuchar en 2010 en el Senado de la República donde contó su historia como un caso emblemático de los daños colaterales del narcotráfico.
Un tuteo, resulta para ella un insulto, cuando sus padres, dijo, en su comunidad guerrerense, le enseñaron valores de respeto, dirigirse a las personas con un “usted”.
Su voz ha sido motivo de documentales, de entrevista, de recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.
El Sistema Penitenciario Federal la propuso como un caso de reinserción social, hizo el examen de control y confianza como cualquier servidor público y lo pasó.
Y desde ese 16 de octubre de 2011 recorre todas las cárceles de máxima seguridad con la visión “del adentro hacia afuera y viceversa”.
En marzo de 2014, Rosa Julia abordó un avión para dar una conferencia en Washington, DC ante embajadores y funcionarios de la Organización de Estados Americanos (OEA). Ahí también contó su historia.
“Sigo recorriendo las cárceles de todo el país, mi maestro fue Jorge Correa Fuentes, el creador del teatro penitenciario en México. El teatro me salvó a mí.
“Me he esforzado para que la gente no me señale y mi peor delito no fue caer por narcotráfico, sino haber nacido mujer. Hay muchas en la cárcel como yo, que le dice el amigo ayúdame con esta bolsa, y uno inocente pasa la bolsa”.
En Bogotá, Colombia, se reunieron mujeres de 62 países, la gran mayoría presas y conformamos una red para ayudar a otras mujeres que aún siguen en la cárcel. El proyecto piloto aterrizó en Sierra Leona, en África de la “cual soy parte y me siento orgullosa, soy la única mexicana”.
Rosa Julia Leyva Martínez está esperanzada en curarse pronto del covid y regresar a sus talleres "Hilvanando mis sentires”. Ahí, hasta los depredadores más violentos del país lloran.
“Para mí la cárcel y el covid es una hiena que se acaba todo”, concluyó.
JLMR