Compartir el mismo espacio vital con Laura Almela, fuera o dentro de un teatro, es un privilegio, una constante sorpresa y un aprendizaje. El gran monstruo escénico que es, con los años, se ha llenado de una sabiduría escénica difícil de encontrar en el teatro mexicano en general. Podemos presumir de enormes actrices quizá más que actores. Poseemos una lista de actrices de unas capacidades artísticas inmensas, estupendas. Pero algo me pasa cuando veo a Laura Almela en el escenario que acorta el listado de inmediato. Me sucede cuando veo, por ejemplo, a Susan Sarandon, a Catherine Deneuve, pero, sobre todo, a Meryl Streep; con ésta última el lenguaje de lo dicho (los diálogos, digamos) se convierte una punta porosa y llena de oquedades. Este tipo de actores tiene la capacidad enorme de llenar de subtextos, de crear un tren de pensamiento que parece pastel mil hojas en donde cada capa se vuelve más y más compleja y apasionante de descifrar por parte del espectador.
¿Y qué se puede decir del lenguaje de lo NO dicho? Los actores de la talla de la Almela (se me viene a la cabeza el austriaco Klaus Maria Brandauer) entienden las pausas y los silencios como un territorio de infinitas posibilidades de construcción discursiva y complejidad. Y los usan al máximo para darnos personajes insondables que pueden mantener a un espectador aguzado (“emancipado” diría Ranciére) en vilo y co-creando conjeturas mil.
La Dulzura es un nuevo texto del impecable dramaturgo David Olguín, compañero de vida de Laura Almela, además, con quien ha hecho un recorrido por varias obsesiones. En esta ocasión le acompaña en la escena la joven Daphne Keller que se mide con la maestra Almela en un duelo del que no sale mal parada. Esta obra explora las complejas relaciones madre-hija donde un marido-padre ha tenido la oportunidad de contar su versión pero la madre ha callado. No se la pierdan (Teatro El Milagro, chequen cartelera).
Traspunte
El recurso del personaje ausente
Un recurso que me parece apasionante en la escritura dramática es el del “personaje ausente”. Elemento que puede ser un catalizador o referente anecdótico; o bien, como en La Dulzura, una influencia determinante o motor del drama. En este caso, su ausencia física es mero recurso, pues sigue torciendo el destino de los dos personajes femeninos.