El presidente Andrés Manuel López Obrador señaló ayer que el reto es levantar al país, no atender lo que diga el ex secretario de Hacienda Carlos Urzúa, el hombre que, hasta hace unos días, fue uno de sus colaboradores más íntimos.
Pese a ello, adelantó que hoy hablará sobre la “política, la politiquería”, y presuntamente dará respuesta a los señalamientos y críticas del ex funcionario federal, quien ayer reavivó la polémica en una entrevista publicada por el semanario Proceso, en la que de forma poco habitual rompió el silencio y acusó a Alfonso Romo de estar detrás del conflicto de interés que forzó, entre otras razones, su salida del gabinete presidencial.
Tras la entrevista y las declaraciones adicionales sobre sus diferencias económicas y hasta personales con AMLO y miembros clave de su gabinete —en particular Romo—, el mandatario advirtió que “no ha tenido tiempo” de leer sus declaraciones porque su esfuerzo está enfocado a otro objetivo.
“Estamos levantando no solo el sistema médico, que estaba por los suelos, sino al país, porque imperaba y reinaba la corrupción, eso es lo que más nos preocupa y ocupa. Ya mañana hablamos de los otros temas", dijo en Uruapan al arranque de una gira por la zona michoacana de Tierra Caliente.
Pero si López Obrador postergó hasta hoy regresar el golpe, de Morena surgieron pullas. El partido del Presidente cerró filas en una crítica contundente al ex secretario de Hacienda, al que se bañó con una lluvia de adjetivos casi inédita en la política mexicana. El más recurrente: traidor. El más duro: inestable.
“La lealtad no es una mercancía que se compra en la tienda y él actuó con deslealtad, arrogancia, protagonismo y excesos”, lapidó el coordinador de la bancada de Morena en el Senado, Ricardo Monreal. “Se trata de una traición al Presidente”, remató.
Pero si Monreal fue lapidario, la vicecoordinadora Freyda Maribel Villegas fue más allá y puso en tela de juicio la estabilidad emocional del ex secretario: “Urzúa perdió la cabeza”.
El camino al portazo
Si bien la entrevista publicada ayer desató las críticas, la realidad es que la polémica y los desencuentros acompañaron a Urzúa durante su paso por el sexenio. Con un elemento común —su aparente incapacidad de trabajar en equipo—, distintas voces del gabinete ayudan a entender el camino rumbo a la salida y, en especial, el portazo que dio el ex secretario.
Funcionarios gubernamentales de alto nivel confirmaron a MILENIO que un día antes de su renuncia se presentó en la oficina de López Obrador a la hora de la comida para reclamarle varias cosas, en particular sus diferendos con Romo sobre la banca de desarrollo. El Presidente no le dio la razón y el funcionario decidió irse. La relación había tronado.
La salida del ex secretario de Finanzas de la capital llegó en un momento que requería de operación y cabeza fría.
Los funcionarios consultados detallaron que el ex secretario abandonó el gobierno en medio de una coyuntura crucial, cuando está a punto de anunciarse un segundo ajuste al presupuesto y en el cual nuevamente se moverán recursos para redirigirlos a los programas sociales rumbo al último semestre del año.
Urzúa, de acuerdo con distintas versiones, fue acumulando pleitos por una visión crecientemente contraria a la del mandatario, con quien dejó de compartir ideas en lo programático, fiscal, político y social. A la par, tuvo fricciones prácticamente con todos los titulares del gabinete por el presupuesto; creyó haber tomado fuerza con la renuncia de Germán Martínez Cázares al IMSS y continuó enfrentándose con personajes con la mayor credibilidad del jefe del Ejecutivo, quien sin embargo comenzó a dudar de su lealtad ante las reiteradas descalificaciones a los proyectos emblemáticos del gobierno, en lo que ya se había convertido en un bombardeo constante.
Que la secretaria de la Función Pública sugiriera en marzo un recorte adicional al gobierno y que así se hiciera por encima del rechazo de Urzúa y el hecho de que Irma Eréndira Sandoval continuara dando consejos fuera de las ideas de Hacienda fueron señales claras de que no todos declinarían como Martínez Cázares.
Por otro lado, las fricciones de Urzúa con Alfonso Romo empeoraron cuando el Presidente le encomendó a éste hacerse cargo de la banca de desarrollo. Pese a eso, López Obrador toleró el rechazo de Urzúa a sus proyectos de infraestructura, que por encima de sus órdenes haya elaborado un plan de desarrollo con sus ideas, planes y proyecciones, y hasta las quejas de los integrantes del gabinete en su contra.
Pero la tolerancia tiene un límite y ésta reventó con la entrega de un plan nacional de desarrollo ajeno al concepto ideológico lopezobradorista, además de su intención de subir impuestos, pese a la promesa presidencial en sentido contrario.
El equipo consultado detalló que faltaba el último empujón para la crisis que vendría el 9 de julio y llegó en la forma de un reclamo airado en el despacho presidencial. Urzúa sostuvo que es una mala idea el pleito en el que Manuel Bartlett metió al gobierno federal creyendo que se pueden renegociar los contratos de los gasoductos, pelea que advirtió, México perderá.
Esa fue la pequeña línea que acabó con Urzúa y lo que llevó a López Obrador a calificarlo de neoliberal.