Los jesuitas vuelven a Cerocahui, de donde no querían irse

Crónica

La orden acatará la voluntad de Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar de quedarse en zona tarahumara y descansarán en el atrio de la iglesia donde fueron asesinados

Antes de la misa se realizó un ritual para “purificar” el recinto. Jorge Carballo
José Antonio Belmont
Chihuahua /

El padre Gallo y el padre Morita ya están en Cerocahui. Al mediodía, la orden jesuita cumplirá sus deseos de quedarse para siempre en la sierra Tarahumara y enterrarán sus cuerpos en el atrio del templo donde hace una semana el crimen organizado les arrebató sus vidas.

Ayer, en medio de una tromba, el cortejo fúnebre de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar llegó a Cerocahui, comunidad enclavada en la barranca de Urique, cerca de las 4 de la tarde —tiempo de Chihuahua—, luego de un trayecto de casi siete horas que arrancó en el municipio de Creel pasadas las 9 de la mañana tras una misa de cuerpo presente.

El trayecto, de poco más de 100 kilómetros y unas dos horas, tardó tanto porque la caravana se detuvo en varias poblaciones que quedaban de paso. La gente, a pie de la carretera con globos y flores, solo pudo tocar las carrozas fúnebres, en contraste con las comunidades tarahumaras, donde bajaron en un par de ocasiones los ataúdes para realizar sus rituales tradicionales con baile e incienso.

Para los rarámuris la danza es oración, dicen que entran en comunicación con su dios, por eso la vestimenta especial: en los pies las akaka de suela ligera y correas hasta el tobillo, las quemacas y las fajas, además de las koyeras para mantener el cabello en su lugar.

Desde el sábado en la capital del estado y ayer en Creel y Cerocahui, los tarahumaras han estado presentes en todos los homenajes que se le han hecho a los sacerdotes de la Compañía de Jesús, quienes dedicaron de sus vidas a este pueblo indígena 51 y 23 años, respectivamente.

“Alégrense, estén felices, porque trajeron a la sierra al Onorúame Eyerúame, el dios padre y madre”, exclamó el padre Javier Ávila dirigiéndose a sus amigos cuyos cuerpos yacían frente a él en los ataúdes colocados en el presbiterio de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
“¡Qué difícil es despedir a nuestros seres queridos! La muerte es lo más inhumano de lo humano y nos deja llenos de preguntas que más nos vale aceptarlas que buscar las respuestas”, abundó el padre Pato, como es conocido este sacerdote jesuita que radica en la sierra Tarahumara desde 1975.

En Cerocahui, descrito por el provincial de México, Luis Gerardo Moro, como “un paraíso que se ha ido corrompiendo”, las tradiciones rarámuris también predominaron la tarde de ayer; antes de la misa las autoridades tradicionales y los mismos jesuitas, con un ritual, “purificaron” el templo de San Francisco Javier por los crímenes que cometió en plano altar Noriel Portillo El Chueco y su gente.

“De aquí se los llevaron, muertos a balazos y aquí vamos a hacer un ritual de purificación; se deshonró, se violentó, se faltó al respeto al templo, a Dios y a la vida de nuestros hermanos”, explicó el diácono Esteban

Antes de la danza y el incienso, el religioso de la Diócesis de la Tarahumara aseguró que con este ritual rarámuri volvería el bien y se iría todo el odio y todo el mal.

“Cristo pasó lo mismo que pasaron los padres, nos va a ayudar con su luz, con su amor para que podamos pasar este día bonito”, aseveró el religioso.

El diácono también sostuvo que con el ritual hoy amanecería “bonito” para despedir al padre Gallo y al padre Morita como ellos querían: bailando, comiendo, escuchando el violín y la guitarra, “como les gustaba”, y, sobre todo, tomando “hartas” fotos.

“Así era Gallo y el padre Joaquín también, tenía un iPad y tomaba muchas fotos y siempre se ponía cuernos él solo, ese es el que queremos recordar, pero para eso tenemos que purificar el lugar y nuestro corazón, por eso vamos a bailar y vamos echar nuestro incienso, que Dios nos ayude”, subrayó.

Y así fue: con música de violín y guitarra, autoridades tradicionales indígenas y religiosos danzaron alrededor de los ataúdes colocados frente al altar, mientras el gobernador indígena de Cerocahui, Martín Cadena, ondeaba una bandera blanca.

Después se hincaron frente al altar y oraron para por fin dejar purificado el que, en palabras del enviado nacional de la Compañía de Jesús, el padre Jorge Atilano, “se convertirá en un santuario de nuestros mártires, todos vamos a recordar para siempre la historia de estos misioneros que aman y seguirán cuidando las comunidades”.

Eso será más de lo que los propios sacerdotes jesuitas querían, según lo último que escuchó de propia voz el padre Luis Gerardo Moro, quien los visitó hace unos meses. 

“Javier el Gallo me dijo: ‘Esta es mi vida, de aquí yo quiero salir solo en el ataúd’, y Joaquín me dijo: 'Provincial, aquí quiero morir’. ¡Dios les concedió el regalo!”...


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