Miles de caminantes llegaron al Zócalo capitalino antes de las 09:00 horas. Poco a poco iban acomodándose en las primeras filas, frente al templete flanqueado por la Catedral metropolitana. Habían madrugado, tomado alguna línea del Metro. Otros bajaron de las decenas de autobuses que terminaron estacionados en las calles aledañas.
La mayoría lucían sonrientes, entusiasmados de encontrarse con el dirigente del movimiento político que gobierna al país desde hace cuatro años.
“La tibia amenaza que significó la marcha de la derecha nos tiene aquí, con nuestro líder, con Andrés Manuel López Obrador”, dice a MILENIO José Carlos Costa, quien asegura que ha acudido a todas las manifestaciones convocadas por la izquierda: desde las del 68 hasta las de Ayotzinapa, pasando por las del desafuero y el presunto fraude electoral de 2006.
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El grito dominante fue el tradicional “es un honor, marchar con Obrador”, pero otros cánticos comenzaban a escucharse desde lejos: “Honesto, valiente, así es mi Presidente”, “No que no, sí que sí, ya volvimos a salir”. En las cartulinas alcanzaba a leerse “Soy patarrajada, no vine por Frutsi ni por torta, vine por mis bolas”, “Todos somos indios patarrajadas de Macuspana”.
La referencia racial era una respuesta colectiva a la marchante que se hizo popular hace 15 días, durante la convocatoria para oponerse a la reforma electoral del presidente López Obrador. La señora en cuestión llamó al titular del Ejecutivo “indio de Macuspana, patarrajada”.
Por momentos, la marcha de ayer parecía más una contestación a la movilización en favor del INE que una concentración para celebrar los cuatro años del gobierno de López Obrador.
Los caminantes comentaban que su gran temor era ver regresar a la derecha al poder. Lo decían así o de otros modos: “One, two, three, que chingue a su madre el PRI; three, two, one, que chingue a su madre el PAN; eh, eh, eh, que chingue su madre el PRD”.
Las alusiones a “la mafia del poder” o a la “oligarquía” que gobernó México por muchos años eran frecuentes. Las críticas al INE y a su consejero presidente se sucedían a manera de arengas o inscritas en mantas. Lorenzo Córdova es por estos días uno de los villanos favoritos de los seguidores de López Obrador. “Sí a la reforma al INE, corruptos, voraces”, decía una pancarta.
Una fiesta
Y mientras el presidente López Obrador avanzaba lento y a trompicones a través de Reforma, Juárez y Madero, los simpatizantes de la llamada cuarta transformación iban llenando el Zócalo, atizados por un sol persistente y un afán de mostrarle al dirigente tabasqueño que siguen estando con él, con sus políticas públicas, con su primero los pobres, con sus reformas. “No estás solo, no estás solo”, decían.
La crítica más socorrida durante la marcha fue “No al Ejército en las calles”. Otros discutían si Claudia Sheinbaum sería mejor gobernante que Marcelo Ebrard o que Adán Augusto López. Las opiniones se dividían. Algunas pancartas reclamaban al senador Ricardo Monreal haber apoyado a la oposición en las elecciones de 2021. El debate político está que arde.
A ratos, la marcha lucía como una fiesta: batucadas, marimbas, mariachis, danzantes, espontáneos que se entregaban al baile en pareja. Incluso los arranques de ligue: los chavos de gafas oscuras que abordaban a las jóvenes de coleta y jeans. Había gente de todas las edades, del norte y del sur. Las abuelas en silla de ruedas, los ancianos tomados de un bastón. Los “fifís” se dejaban ver en las orillas de la plancha del Zócalo. Observantes, curiosos.
La vendimia tuvo un lugar protagónico, aunque se ofrecían más aguas frescas que Frutsis, más tlayudas que tortas. Y papas y nieves y raspados y elotes y hamburguesas… Las sombrillas y los bancos para reposar el cansancio también salieron al por mayor. Hubo una comerciante que vendió 250 bancos de a 200 pesos. Y es que muchos tuvieron que esperar a López Obrador más de cinco horas.
Algunos sucumbieron al sol y a la tardanza. Comenzaron a irse antes de la llegada del Presidente, o durante su discurso. A los adultos mayores se les veía fatigados, refugiándose en la sombra. Había niños que dormitaban en las banquetas.
Los contingentes organizados por dirigentes estatales o municipales de Morena pasaban lista a los convocados o se tomaban fotos para mostrar que realmente estuvieron ahí. El músculo del partido en el poder mostró su capacidad de movilización. Otros muchos ciudadanos llegaron por su cuenta, en familia, en pareja, con amigos.
Un abuelo iba contándole a su nieto que antes siempre ganaba el PRI o el PAN, hasta que llegó López Obrador para sacar “a los corruptos de Los Pinos”, una mansión transformada en centro cultural. “El presidente –le dijo– ahora vive ahí: en Palacio Nacional”. El niño escuchaba atento.
La algarabía se desató cuando López Obrador arribó a la plancha del Zócalo. Los celulares no dejaban de tomar fotos. Empujones, gritos, sonrisas, emoción. La expectativa de escuchar al Presidente hizo que muchas personas que estaban en las calles contiguas se acercaran. Los asistentes escucharon atentos al dirigente por el que votaron hace cuatro años.
Uno de los momentos más celebrados fue cuando López Obrador dijo que en su gobierno ya no había funcionarios como Genaro García Luna, el ex secretario de Seguridad Pública que se encuentra preso en Estados Unidos, acusado de liarse con bandas de narcotraficantes. Otro momento que despertó aplausos ocurrió cuando señaló que ahora había una batalla frontal contra el racismo, el clasismo y la discriminación.
Los caminantes más veteranos aseguran que es la marcha más grande que haya organizado López Obrador, otros consideran que estuvo cerca de equipararse con la del desafuero en 2005. Haiga sido como haiga sido, el magnetismo del líder de izquierda que llegó al poder hace cuatro años sigue mostrando su fuerza de atracción: cientos de miles de mexicanos –acaso más de un millón– estuvieron ahí, mostrando el respaldo mayoritario que le dieron en las urnas.