La activista pro mariguana que ha resistido a la pandemia en plantón

Lupita, una psicóloga de 28 años, mantiene la resistencia cannábica frente al Senado. “Estoy cansada de que se nos persiga”.

Lupita, una psicóloga de 28 años, mantiene la resistencia cannábica frente al Senado. (Alejandro Almazán)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

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Si para el siguiente periodo ordinario de sesiones, que comienza el 1 de septiembre, el Congreso cumple con el mandato de la Suprema Corte y votan y legalizan la cannabis en México, entre las personas a las que habríamos que agradecerles se encuentra la activista Lupita, una psicóloga que ha sobrellevado la pandemia en el plantón que instaló el Movimiento Cannábico Mexicano (MCM) frente al edificio del Senado, en la plaza Luis Pasteur.

Plantas de mariguana frente al Senado. | César Velázquez

A Lupita la conocí a principios de febrero pasado, cuando se apostó el plantón. Tiene 28 años, su mamá era de las personas que pensaba que la mariguana era el diablo y, hasta antes de que la pandemia se soltara, vivía sola en el Estado de México. Yo no sabía nada de esto, por supuesto, hasta ahora que estoy platicando con ella, seis meses después.

“Se puso bien feo cuando empezó la cuarentena”, me dice apenas le pregunto cómo ha sorteado la pandemia. Entonces se acuerda de que, a mediados de marzo, cuando el gobierno ordenó quedarnos en casa, se asentaron algunos jóvenes junto al campamento cannábico, jóvenes que en pocas horas emprendieron en la calle su propio negocio: vender droga las 24 horas del día. “Te digo que el ambiente se puso bien pesado”.

Como nunca se apareció la policía ni acudió patrulla alguna, a Lupita y a la veintena de activistas que todavía había en el campamento no les quedó más remedio que ver, oír y callar. Al punto de venta, se le sumaron otras preocupaciones: de dónde sacarían dinero para mantener el plantón, las divergencias entre los activistas, la votación en el Senado se había pospuesto indefinidamente, además del robo hormiga de plantas de mariguana y del desamparo que es dormir en una casa de campaña sobre la calle.

Entonces llegó la Fase 3 de la cuarentena, el 24 de abril, y (casi) todo cambió:

“Vino gente de la alcaldía y corrió a los del punto de venta y envalló la plaza. Querían que nos fuéramos, pero estar un día apostados en esta plaza es un día que nos da más fuerza, y no nos fuimos. Por exigencia nuestra, respetaron las plantas”.

Luego:

“De todos los políticos que ahí andaban colgándose de la causa, sólo Jesusa Rodríguez nos ha seguido apoyando. Y a los compas que sólo les importaba el desmadre o que los movían intereses económicos no los volvimos a ver por acá. Fue una purga total. No los corrimos nosotros, se fueron solos”.

En el momento de más contagio, me cuenta Lupita, eran cuatro los que se turnaban para quedarse: ella, Miguel, el Payo y Luis. “Ya ahorita somos más los que nos quedamos, pero sí estuvo bien pesado”. Naomi y Michelle son las otras dos mujeres que se encargan del plantón. “Naomi llegó antes de la cuarentena y se fue a principios de abril; regresó en junio, es flotante, o sea, va unas horas al plantón y a veces hace guardia nocturna. Michelle llegó en junio, junto con su pareja Iván; ellos están más tiempo en el campamento”.

Cuando pienso preguntarle qué la motiva a seguir, una señora y sus dos hijos adolescentes se acercan a Lupita para pedirle informes sobre el plantón. Mientras Lupita los encamina con el Payo y éste les informa que el plantón surgió como una medida de presión para los senadores, y mientras les explica que esos senadores, en vez de modificar los artículos que la Corte ordenó, se les ocurrió armar todo un negocio cannábico que sólo beneficia a los capitales extranjeros, y mientras el Payo les cuenta que la planta más grande mide 2.40 metros y la señora y los dos chamacos se toman una selfie, Lupita me platica que a los 21 años probó la mariguana y le gustó el efecto. “Me puso a pensar en cosas que no había pensado”.

Como Lupita quiso saber qué iba a meterse a su cuerpo, leyó todo lo que pudo sobre la mariguana. Cuando salió de la universidad y se fue a vivir sola, en internet se enteró de la existencia de un grupo de vendedores de mota llamado el Escuadrón Cannábico y de su próxima misión: sembrar plantas en el Ángel de la Independencia, a manera de protesta. Lupita no se animó a la operación, pero ese evento la marcó: quería saber más sobre la legalización.

Fue conociendo gente, entre ellos a F, un ex empleado del negocio cannábico en California que diseñó un vaporizador de vidrio. “Yo trabajaba en recursos humanos de una empresa, me pagaban bien pero, como no me apasionaba, renuncié y me asocié con F para producir vaporizadores”.

Una cosa la llevó a otra y Lupita conoció a activistas que le prendieron la mecha. “El Movimiento Cannábico Mexicano anunciaban un plantón en el Senado y eso me emocionó”, me dice Lupita. “Me acuerdo de que ordenaron ‘¡vamos a cerrar la puerta 1!’ y yo pensé: ‘va’. Entonces alguien me dijo que empezara a grabar y que subiera a redes cualquier represión. Fue muy emocionante”.

A partir de ese momento, octubre de 2019, cada jueves, y después jueves y martes, Lupita asistió a la plaza Luis Pasteur a manifestarse junto a los compas de MCM. “Ahí fue cuando dije ‘quiero ser parte de esto’, porque ya estoy cansada de que nos persigan o nos criminalicen”.

Y ser parte de un movimiento, sabía Lupita, significaba cualquier tipo de protesta. Así que el 24 de diciembre del año pasado, ayudó al MCM a sembrar plantas de mariguana, junto a las nochebuenas que adornaban el Ángel. “Hasta en CNN salió la nota”, recuerda Lupita, mientras le cae el sol. “El 31, como regalo de fin de año, volvimos a sembrar en el Ángel, y lo estuvimos haciendo cada jueves hasta que se nos ocurrió el plantón: ahora sembramos aquí, frente al Senado”.

—¿Cuántas plantas hay?

—A principios de mes contamos más 700.

—¿Y se las siguen robando?

—Todavía, pero ya menos.

—¿Y el covid?

—Pues ahí anda —sonríe—. Ninguno de nosotros se ha enfermado. Entre broma y broma decimos que a nosotros nos ha ayudado la mariguana porque es antiinflamatoria.

—Pura leyenda —le digo a manera de complicidad.

Otra pausa: ahora es un joven quien le pregunta a Lupita si tiene alguna “sábana” que le venda. Pero Lupita no tiene. Las nuevas reglas en el plantón incluyen que nadie venda, regale o comparta mariguana o parafernalia, además de que no se prestan pipas. No puede haber más de 30 visitantes y el horario es de 11 de la mañana a 8 de la noche, con una hora para comer (de 3 a 4 de la tarde). “El gobierno prefiere prohibir a educar, y es justamente lo que hacemos: enseñarle a la banda sobre la planta y sobre los derechos que deben ser respetados. Porque los derechos no son negociables ni tienen precio”.

El campamento, además, ya no es lo que era antes de la pandemia: hoy hay baño y tres aulas que servirán para dar talleres de cultivo, para hablar sobre la cannabis e incluso para montar un pequeño museo de la mariguana. Eso no me lo dijo Lupita, sino Pepe, otro de los compas del plantón.

—¿Y de dónde sacan para mantener el plantón? —le pregunto a Lupita.

—De nuestro bolsillo, de los que nos donan y de la venta de La Dosis (un periódico especializado en cannabis). Hace apenas unos días la Marina nos mandó unas despensas.

—¿Sueles ir a tu casa?

—Casi no. Generalmente vivo aquí y me baño en el departamento de un compa que vive cerca.

—¿Y por qué estás aquí?

—Cuando apenas venía a las protestas vi a un compa que agarró un megáfono y se aventó un discurso chido, dijo, en resumidas cuentas, que estaba hasta la madre de que lo discriminaran, que lo persiguieran, que lo juzgaran, que lo detuvieran, que lo castigaran todo por fumar mariguana. Me acuerdo de que la gente le aplaudió y a mí se me movió algo. Supongo que fue la convicción.

Hace algunas semanas, los padres de Lupita la visitaron al plantón. Uno de los compas, sin querer, se le salió decir que Lupita fue la única mujer que se había quedado en el campamento. “Mi papá me echó una cara de las duras, pero enseguida Payo, otro de los compas que se ha rifado, le dijo que no se preocupara, que no va a pasarme nada”.

Entonces supe que no todo está perdido para el consumidor: Lupita sigue ahí, resistiendo, sosteniendo el movimiento.

nerc

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