Al despertar el miércoles 11, lo primero que hizo Xanath fue abrir la laptop y revisar la cotización de la criptomoneda Luna. La venía cazando desde el lunes, cuando en el baño de sangre general por la caída del Bitcoin y sus millares de proyectos semejantes, Luna destacó por una precipitación mucho más veloz. En sus pocos meses en este tipo de inversiones, Xanath aprendió que el pánico de muchos es la oportunidad de los serenos.
Se congratuló por su suerte. ¡Luna había bajado escandalosamente de un precio de 80 dólares a uno! Y en ese momento, los movimientos de compra indicaban que había empezado el rebote. Con las criptos en general, no hay certeza de que todo lo que cae tiene que subir. Pero Luna es una de las más confiables e incluso consentidas –tiene una gran comunidad de “Lunatics” en todo el mundo–, y aunque había tenido un gran tropiezo, sin duda se recuperaría, aunque fuera parcialmente: la oportunidad era de las que se dan una sola vez en la vida y Xanath había abierto los ojos justo a tiempo para tomarla.
Socióloga apasionada de su trabajo, a sus 37 años se hartó de que las personas que hacen algo por los demás se debatan en angustias económicas, mientras que los egoístas tienen éxito dedicándose sólo al dinero. Aunque critica la especulación, decidió usar las herramientas del capitalismo para generar recursos para sus proyectos de investigación. Y se lanzó a las criptomonedas.
El aprendizaje sale caro. Su inversión inicial de 4,000 dólares se había reducido a 1,700. Pero ahora ya controlaba lo más difícil: salir de una operación y asumir pérdidas menores antes de que se hagan enormes, sin pretextos. Invariablemente, al hacer una entrada en una moneda, ponía una orden “Stop loss”, para que la sacara en un punto determinado si caían los precios. Así, esa mañana abrió y cerró operaciones en Luna conforme ésta subía y bajaba, y pareció magia: su dinero en dólares subió de 1,729 a 2,597; en una segunda maniobra, a 3,809; en la tercera, hubo un descenso súbito pero por fortuna el “stop loss” evitó un golpe mayor y el total quedó en 3,249; para después subir a 4,014: ¡Xanath había recuperado su inversión inicial!
Y de súbito, una entrada masiva de dinero hizo saltar la cotización a las nubes: frente a la mirada de Xanath, el precio se multiplicó en segundos. Era el instante de la gran decisión: vender ahí le reportaría más de 9,000 dólares, pero si seguía subiendo, ella estaría fuera y perdería la oportunidad de continuar surfeando ese tsunami ganador. Dudó. La ola empezó a deshacerse casi con tanta velocidad como apareció. Pero el “stop loss” volvió a rescatarla: mantuvo 6,620 dólares. Entre las 8.20 y las 9.32 de la mañana, Xanath había multiplicado cuatro veces su activo.
Luna, en todo caso, todavía tenía muchísimo más por subir: había empezado en un dólar, iba en cuatro y el límite estaba en algún lugar debajo de 80, ¡escalera al cielo!
Mientras abría una nueva operación, todavía sin creer lo que pasaba, Xanath empezó a soñar: podría iniciar el proyecto en Chiapas que planeaba desde hacía tiempo, resolvería los problemas económicos de sus padres, visitaría a su amiga en Perú…
Entró en Luna con todo su dinero. Intentó poner la “stop loss”. El sistema no reaccionó. Refrescó la pantalla y se dio cuenta de que Binance, la mayor plataforma mundial de comercio de criptomonedas, la había sacado, como suele hacer periódicamente para proteger las cuentas de los usuarios. Rápidamente introdujo sus datos y pidió la clave que Binance envía al celular para verificar la identidad.
La Luna se había desplomado
Nunca llegó. La volvió a solicitar para que llegara por llamada o por email. Pasaron los minutos y nada. Xanath miraba los movimientos en la pantalla con angustia. Todo normal pero no podía ingresar. Una hora más tarde, tuvo que salir de casa. Cuando regresó, el mundo se había desplomado. O la Luna, más bien. Se desorbitó.
De cuatro dólares… a 0.001… la décima parte de un centavo. La fortuna de Xanath equivalía ahora a 1.6 dólares.
No había nada qué hacer, ninguna “stop loss” podía hacerla retroceder en el tiempo. Sólo quedaba esperar el rebote, un rebote que debería ser fantástico, extraordinario… ¿imposible?
En los foros de Luna en internet, la desesperación era alunizante. Un rapero había perdido millones de dólares. Una mujer que había empeñado su casa para invertir, ya se sentía en la calle. Almas caritativas compartían listas de líneas telefónicas de apoyo para evitar suicidios en casi 100 países y recordaban que la vida y la salud valen más que el dinero.
¿Qué había pasado? Un ataque millonario que aprovechó rendijas vulnerables en el sistema Terra (una criptomoneda estable que perdió su equivalencia con el dólar)-Luna. Lo comparan con la famosa ofensiva de George Soros contra la libra esterlina, con la que en 1992 forzó al Banco de Inglaterra a devaluar. Pero éste fue anónimo.
Todos miraban ahora al multimillonario coreano de 29 años, Do Kwon, creador de Terra-Luna y famoso por su grosera arrogancia, con tweets que dicen “no discuto con pobres” y “mirar empresas que fracasan es entretenido”. Unos lo culpan del desastre, otros ruegan porque ejecute un plan de rescate de Terra-Luna que dice estar desarrollando, y que no se ve por ningún lado.
Xanath pasó el miércoles mirando las cotizaciones, y la noche, y el jueves todo el día. Sin comer. De 0.001, Luna todavía bajó a 0.00005. A nada. Hasta que Binance la suspendió, hacia las 21 horas.
El viernes, despertó esperando un milagro que no tuvo lugar. Pero sí una tragedia, más para ella que denuncia que la sociedad paga mal a sus intelectuales: el director de cine Gregorio Rocha, al que admiraba por sus documentales sobre temas históricos y sociales, murió en un accidente de tránsito. Conducía una moto. Era repartidor de Rappi.
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